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jueves, 30 de junio de 2016

Cronica de un premio sevillano: El Ateneo de Sevilla 2016



La noche de San Juan de este año no la pasé en la playa como imagino hicieron muchas personas que conozco. Puestos a seguir tradiciones creo que me apuntaré a la de asistir a un acto literario, por aquello de que un día las letras me llamaron; vemos, que me siento escritor. En este caso, tuve el placer y el honor de formar parte de los medios de comunicación que asistieron a la gala de entrega de los premios Ateneo de Sevilla hace una semana. 

Convocados anualmente por la editorial Algaida y el Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, tuvo lugar en el Patio de la Montería del Alcázar de Sevilla. Coincidimos más compañeros de los medios junto a escritores y personalidades de la ciudad. Precisamente el presidente del Ateneo de Sevilla nos advirtió que en una noche tan mágica como la de San Juan podía pasar casi cualquier cosa.
De las 3 obras finalistas del XXI Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla a la que se habían presentado 85 novelas, resultó ganadora la obra ‘Trastornya’ de Inma Aguilera. Recogió el premio emocionada, no era para menos, y animó a quienes sienten la llamada de las letras a que persigan su sueño. Aquí me emocioné yo, si se me permite decirlo. 

Luego le tocó el turno al sobre con la plica ganadora del XLVIII Premio de Novela Ateneo de Sevilla, entra las 5 novelas finalistas de las 222 que se presentaban a concurso. La novela  ganadora fue ‘La puerta del infierno’ de Margarita Gertrudis. En realidad quien subió no fue Margarita, pues era el seudónimo de Montero Glez. Lo recogió y nos hizo esbozar alguna que otra sonrisa, tan campechano como siempre, si se me permite también la expresión. No en vano pude entrevistarle tras su paso por Valencia promocionando su novela ‘Talco y bronce’ (Algaida, 2015) con la que obtuvo el Premio Logroño de Novela de ese año. 

Después tuvo lugar una rueda de prensa improvisada para que los medios les preguntásemos a los galardonados. Volví a emocionarme con las palabras de Inma (perdón por el tuteo) pero mucho más con un detalle de Montero Glez, al ir abandonando la sala donde estábamos, cuando le pregunté con sorna si la estatuilla de bronce que les habían dado pesaba tanto como parecía. Durante unos segundos la tuve en mis manos. Doy fe de que sí. Creo que fue un guiño de la magia de esa noche del solsticio de verano. No todos los días uno puede tener un premio así. Ya solo queda esperar. 

Algunos pensarán que cuando digo esperar me refiero al año que viene, a la siguiente convocatoria del acto de entrega del Ateneo de Sevilla en 2016. Otros, quizá, leyendo entre líneas, a mi participación como escritor, y a que sea yo quien suba a recoger una ‘pesada’ estatuilla de bronce. En realidad toca esperar a noviembre, cuando la editorial Algaida publique las dos novelas ganadoras y sus autores vengan de promoción a Valencia. Si Montero Glez cumple su palabra, la suya llevará por título otro, no el que le sirvió para presentarse, sino Carmín y sangre. Ya digo, habrá que esperar. 

Gracias y enhorabuena.

Aquí podéis leer la entrevista que me concedió Montero Glez.

lunes, 27 de junio de 2016

Edmundo Paz Soldán: «Lo más profundo de una subjetividad son los sueños».



Entrevisto a Edmundo Paz Soldán días antes de que abandone Sevilla para regresar a los Estados Unidos donde es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. No es la primera vez que visita la capital hispalense, ya estuvo hace años, en aquella ocasión terminó su novela ‘Palacio quemado’, y empezó ‘Los vivos y los muertos’. Le pregunto por su libro de relatos ‘Las visiones’ (Páginas de espuma, 2016) en el que muestra de manera contundente por qué es considerado una de las voces narrativas imprescindibles de la narrativa hispanoamericana contemporánea.

En escenarios urbanos y en espacios alejados de la civilización, a través de una mezcla amplia y original de registros realistas, fantásticos y de ciencia ficción, los seres que pueblan estos catorce cuentos de ‘Las visiones’ deambulan en busca de esperanza, nos sugieren acaso que, en tiempos de guerra, la batalla principal está en mantener la humanidad pese a todo.   

Estas historias parecen sumergirnos en una cierta irrealidad a caballo entre el sueño y el deseo quizá vislumbrado ya en la alegoría de la portada.

Hay un toque de literatura fantástica en estos cuentos. Quería meterme en la intimidad de los personajes, y lo más profundo de una subjetividad son los sueños. Las visiones, las pesadillas, las alucinaciones dotan de unidad temática a los relatos. Y esas visiones no están separadas de la realidad, van coloreando la realidad de los personajes, para algunos de ellos terminan siendo la realidad.

Me ha parecido ver una mirada al origen, a la infancia, al descubrimiento, a la esperanza…

Me interesaba explorar qué significaba crecer en un mundo en guerra. Cómo se es niño o adolescente entre las balas. Es por eso que hay varios cuentos con niños como personajes. Todavía no tienen una visión formada del mundo, son en cierto modo víctimas de las decisiones de los adultos, y tienen que buscar cómo sobrevivir.

La humanidad de los personajes parece latir bajo una opresión entre telúrica y selvática, dos elementos conformando un paisaje como estado de ánimo o viceversa.

Alguien me preguntó si la guerra deshumaniza a los personajes. Yo creo que transforma su humanidad. Lo que estos cuentos exploran es cómo ocurre esa transformación, qué valores salen a relucir, qué miedos, qué ansiedades, qué esperanzas. En medio de un paisaje hostil como el de Iris, los personajes buscan imponerse, dar cuenta de su lugar en el mundo.

Los personajes están en una isla, Iris, un guiño –entiendo– a un territorio al que usted regresa narrativamente pues retoma los ecos de su novela ‘Iris’ publicada en 2014.

En Iris siento que construí una ciudad y en estos cuentos pensé que, ya con la ciudad construida, podía detenerme a explorar algunos barrios. Quería tocar aspectos que no entraron en la novela, me interesó ver más ahora la visión de los colonizados, porque en la novela predomina la visión imperial. Los cuentos pueden leerse independientemente de la novela, pero para quien ha leído la novela son una suerte de complemento.

¿Ha ideado los relatos de ‘Las visiones’ para que se lean no solo en el orden en el que aparecen sino de otro modo, aislados, autónomos, independientemente –como ha comentado– de la propia Iris, la novela?

Hay varias cajas chinas en este proyecto. Cada cuento debe defenderse solo, si lo encuentras aislado en una revista y no sabes nada del mundo de Iris, debe funcionar. Luego, cada cuento ocupa un lugar en el libro de cuentos, si los lees en orden en ‘Las visiones’ se cuenta una historia alternativa de Iris. Y luego, los cuentos ocupan un lugar en todo el proyecto narrativo de Iris, como complemento de la novela, como forma de realzar ciertos aspectos de la novela que no toqué en profundidad. 

Háblenos finalmente del lenguaje que componen las historias de ‘Las visiones’, ese mestizaje léxico, a veces anglocastellanizado.

Tenía la intuición de que un mundo tan transformado en todos los aspectos no podía narrarse con un lenguaje tradicional. El mismo lenguaje debía estar intervenido, mostrar las cicatrices de la colonización, de la opresión imperial que marca la historia de estos cuentos. De modo que ahí aparecen los neologismos, los arcaísmos, el lenguaje del imperio (inglés), los lenguajes de los soldados, los vocablos indígenas, etc.
Muchas gracias y mucha suerte, Edmundo.

Por Ginés J. Vera.

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell. Es autor de las novelas, ‘Días de papel’ (Premio Nacional de Novela Erich Guttentag, 1992), ‘Alrededor de la torre’ (1997), ‘Río fugitivo’ (finalista en el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, 1998), ‘Sueños digitales’ (2000), ‘La materia del deseo’ (2001), ‘Palacio Quemado’ (2006), ‘Norte’ (2011) e  ‘Iris’ (2014); y de los libros de cuentos ‘Las máscaras de la nada’ (1990), ‘Desapariciones’ (1994), ‘Amores imperfectos’ (1998) y ‘Billie Ruth’ (2012). Ha coeditado los libros ‘Se habla español’ (2000) junto a Alberto Fuguet, y ‘Bolaño salvaje’ (2008). Sus obras han sido traducidas a diez idiomas, y ha recibido numerosos premios, entre los que destaca el Juan Rulfo de cuento (1997) y el Nacional de Novela en Bolivia (2002) por ‘El delirio del Turing’.

sábado, 25 de junio de 2016

MONTERO GLEZ: «Uno escribe para que tu obra esté inundando las librerías».


Hace apenas un par de días que el escritor Montero Glez recogió otro premio literario, en este caso el Ateneo de Sevilla de Novela 2016. Tuve la oportunidad de asistir a la gala de entrega y de felicitarle personalmente. También meses atrás de entrevistarle de promoción con su novela ‘Talco y bronce’ (Algaida, 2015), otra obra galardonada con un premio notable, el Logroño de Novela 2015. A continuación la simpática entrevista que me concedió a la espera de poder entrevistarle en noviembre con su ‘Carmín y sangre’ (título que ha elegido para la novela inédita y recientemente galardonada, como digo, con el Ateneo de Sevilla 2016).


¿Tiene algo de añoranza, de homenaje ubicar ‘Talco y bronce’ en los años ’80? Cada historia tiene su momento y esta, ¿pedía ese clima ochentero?


Lo que tiene es que primero, me da una lección, los chavales que salen en 2011 en el kilómetro cero, el 15 de mayo de 2011; el relato verdadero de un juego sucio, de un juego de trileros que fue la transición, a partir de ahí me doy cuenta que mi generación, tengo 50 años, no luchó y eso es por lo que se perdieron tantos derechos que la generación que me sucede exige, y exige un relato verdadero no el relato ficticio, no la fábula. Y en ese relato verdadero, yo como literato, como hombre que trabajo la ficción, la fábula, la mentira, a partir de la mentira intento rebelar una verdad, esa verdad que fue los años 80, que para nada han de mitificarse, como se está mitificando, que fueron buenos. Eso fue un acuerdo entre, por un lado los hijos del franquismo y por otro, unos partidos políticos mal llamados de izquierdas para reservar el derecho de admisión a la verdadera izquierda que es la izquierda pura libertaria. 


Yo creo que la transición se hizo no contra el franquismo sino contra el movimiento libertario. Entonces, bueno, luego hay una seria de rasgos característicos de esta transición como fue la entrada de la heroína que sirvió para alinear a la juventud, para marcar una distancia entre el sujeto y el predicado, entre el hombre y el mundo creado por el hombre. Esta distancia con la heroína se reconoce y encima se maximiza, no se lucha, el sujeto se revela. Este es uno de los rasos, la heroína.

Y luego está aquello que fue la inseguridad ciudadana, que fue el tema que se creó en los medios informativos para ocultar todo lo demás y crear el miedo contagioso hasta salir a la calle y que te asaltaban, que era cierto, que era verdad, pero que dieron mucho altavoz los medios de comunicación para que no se hablase de otra cosa.


Me ha sorprendido, respecto a la jerga utilizada, que haya un glosario de vocablos y expresiones de los ‘80 al final del libro.


Claro es que la jerga, los diálogos, son los que vertebran a los personajes, estos en toda la novela se vertebran por el dialogo. Yo en el dialogo no he utilizado un lenguaje académico ni oficial porque esta gente no emplea un lenguaje académico ni oficial, todo lo contrario, tienen una código propio, un código interno propio; pienso que a lo mejor hay gente que no está habituado a ese código, por eso ha sido, para que se manejen un poco y al final, tampoco ponerlo a pie de página, sino al final. Hay gente que sabe de qué hablan y hay gente que no. Me pasa cuando leo las novelas de Vargas llosa, sobre todo las primeras, que hay mucho peruanismo, pero aunque yo no sepa lo que significa ya dentro del contexto ya lo controlo. Yo por si acaso decidí meter lo que era las definiciones.



Entre la novela clásica y el trhiller se mueve esta historia de venganza pero también de amor. No sé si ese género llamado Romántica Adulta (RA), ahora tan en boga, tiene su público y esta novela tiene otro, distinto.


No lo sé, yo escribo novela de género, quiero decir, en todo el corpus de mi obra el tema es la relación del hombre con la propiedad, lo que pasa es que en esta ocasión no he pasado de la frontera de lo que es el género negro, en otra ocasión sí; no quería pasarla, quería hacer una novela negra y dentro de lo que es el realismo, dentro de ese realismo, utilizando como tema la relación del hombre con la propiedad que es tan importante para mí porque a partir de esta relación yo construyo un relato donde cuento unos hechos reales y donde revelo unos hechos reales a partir de esa fabula, a partir de la mentira. 


Y luego, yo escribo para ser leído, yo no sé las cosas de moda y demás porque para mí la cultura es un derecho y poco o nada tiene que ver con el mercantilismo, con la mercadotecnia esas cosas me pillan muy lejos, esas cosas lo único que hacen es, para fijar la economía clásica que tiene una continuidad en nuestros días que se llama neoliberalismo donde se crea una necesidad y esa necesidad se le llama en términos mercantiles demanda. Entonces se utiliza el libro y se utiliza una historia para meterla en un mercado y, bueno, pues con eso una gente se reúne en un despacho y dice: ‘vamos a hacer el márquetin de esta obra’ y eso quiere decir que la oferta, de repente, que es lo que nunca manda en un mercado, que lo que prima es la demanda, bueno, pues que la oferta vaya cosida a la demanda; pero yo de esas cosas estoy muy lejos porque nunca me han interesado, yo me dedico a escribir.


¿Qué supone ganar el premio Logroño de Novela en estos tiempos de crisis, IVA cultural y lectores apáticos?


Supone la proyección, una proyección de distribución que es lo más importante porque el dinero tampoco es mucho, es una cantidad simpática, pero la proyección… Uno escribe para ser leído, uno escribe para llegar a todos los puntos, para que tu obra esté inundando las librerías y lo que se llaman libródromos, eso por un lado. Luego, por otro, ¿los premios me gustan? No. Y tampoco me gustan los castigos. En una sociedad injusta que está llena de castigos, tiene que haber premios. Yo prefiero ser premiado a castigado por eso me presento a los premios. Pero como estamos en una sociedad injusta no estoy de acuerdo con que existan los premios del mismo modo no me gusta que existan los castigos. Me presento a los premios porque tienen una repercusión mayor. Yo soy un hombre que escribo, no soy un escritor.
Muchas gracias y mucha suerte, Roberto.

Por Ginés J. Vera.

El escritor Roberto Montero González, conocido como Montero Glez, (Madrid, 1965) es un escritor cuya obra enlaza con la tradición del esperpento de Valle Inclán y el realismo sucio de charles Bukoswki. En 2008 ganó el Premio Azorín de Novela con su obra ‘Pólvora negra’ y en 2015 el VIII Premio Logroño de Novela con la obra ‘Talco y bronce’. Entre sus novelas se encuentran ‘Sed de champán’ (1999), ‘Cuando la noche obliga’ (2003), ‘Manteca colorá’ (2005), ‘Diario de un hincha: el fútbol es así’ (2006), ‘Zapatitos de cemento’ (2006), ‘Besos de fogueo’ (2007), ‘El verano: lo crudo y lo podrido’ (2008), ‘Pólvora negra’ (2008), ‘A ras de “yerba”, apuntes futboleros’ (2009), ‘Pistola y cuchillo’ (2010) y ‘Polvo en los labios’ (2012).

Podéis leer una reseña de la novela 'Talco y bronce' en este mismo blog por nuestro colaborador Fidel Tomás. Aquí

lunes, 20 de junio de 2016

JOSÉ LUIS MUÑOZ: «La música de cada novela es algo fundamental».



Esta semana entrevisto a un autor al que ya entrevisté al principio de año, solo que en esta ocasión por su novela ‘Cazadores en la nieve’ (Versátil, 2016). Destaco su sinceridad y el compromiso con la literatura no solo desde la reivindicación con esta novela premiada por la Diputación de Córdoba, también en un sentido más amplio con el género negro en nuestro país, tal como leeréis a continuación.



Más allá de querer ceñir la novela a una etiqueta, ¿podríamos decir que nos vamos a encontrar con un thriller de emociones primarias con regusto a western?


La definición creo que es la correcta. Yo la veo como novela negra y western. Lo de western me di cuenta cuando la estaba corrigiendo para editarla. ‘Cazadores en la nieve’ está ambientada en la naturaleza, en un paisaje nevado; a un pequeño pueblo llega un forastero, que es un antiguo pistolero; en ese pueblo hay un sheriff con un oscuro pasado, que es el teniente de la guardia civil; el pueblo tiene un saloon, que es el bar Hiru de la novela, en el que acaban todos los habitantes del pueblo; y hasta hay un duelo clásico en la alta sierra. Salió un western, casualmente, escribiendo una novela negra sobre una serie de personajes malheridos que confluyen en ese pueblo perdido del Valle de Arán. Pero decirle también que me alegro de que se pueda leer como western, porque soy un gran admirador de ese género.


El hecho de residir en una pequeña localidad del Valle de Arán, de haber experimentado personalmente las condiciones a menudo por la ‘mierda blanca’, de claustrofobia, aislamiento y las particularidades del ámbito rural ¿le ha ayudado a meterse en la piel de los personajes, en su psicología, en sus diálogos?


Podría decir que lo he tenido relativamente fácil esta vez. He trasladado el pueblo en el que vivo, Bossòst, muy cerca de la frontera con Francia (el tema de las fronteras está muy presente en mi obra: La Frontera Sur) y los personajes con los que me relaciono en el pueblo (Martín, el dueño del Hiru, que así se llama su bar; Silvia, su mujer; la panadera que da el parte meteorológico; La Paraguaya que tiene la librería y era mi vecina; mi carnicera, etc.) a una narración negra y tenebrosa. En la presentación institucional que hice en Bossòst, con el alcalde Amador Marqués (el juez de la novela) como presentador y en el ayuntamiento repleto de vecinos, dije que era la primera vez que presentaba una  novela ante mis personajes, y así era. 

Llegué a Bossòst con chip de urbanita y eso ha ido cambiando a lo largo de los cinco años que llevo residiendo. Los inviernos son muy duros, pero esa época del año, majestuosa y blanca, en la que el Valle se convierte en un paisaje wagneriano propicio para cualquier tragedia, me pareció la ideal para telón de fondo de mi drama humano. Pero claro, entiendo que para el que ha nacido allí la nieve sea “la mierda blanca” y acabe hasta la coronilla de ella. Es una novela ambientada en un espacio natural, que es bellísimo, y desde aquí invito a todo el mundo para que lo conozca, pero que puede generar claustrofobia. La claustrofobia estaba en dos novelas muy distintas como en ‘Tu corazón, Idoia’ (La Floresta, Barcelona), por ejemplo, o en ‘Lluvia de níquel’ (Las Vegas, Estados Unidos). 

El ámbito rural tiene la particularidad de que uno no es un ser anónimo, como en la ciudad, sino público. Todo el mundo, en mi pueblo, sabe a qué me dedico y lo que pienso. También, si me ocurriera algo, no sería un personaje anónimo de ciudad sino alguien muy cercano con el que mis vecinos se volcarían como yo me volcaría con ellos. 


Me gustaría que nos comentase -con la profundidad que estime- el trasfondo político, esos excesos durante la lucha antiterrorista por la banda armada ETA, que habita en ‘Cazadores en la nieve’.


El tema ETA ya estaba presente en otras dos novelas publicadas con anterioridad, en ‘La caraqueña del Maní’, sobre un etarra emboscado en la Venezuela de Hugo Chávez, y en ‘Tu corazón, Idoia’, inspirada libremente en los etarras Joseba Urrusolo Sistiaga e Idoia López Riaño. Que la novela tuviera como trasfondo el terrorismo y la lucha antiterrorista me lo dio la propia geografía del Valle. La influencia de Euskadi en ese territorio peculiar de Cataluña es indudable. Fue lugar de paso de etarras y destino de comandos que quisieron atentar contra el rey emérito. En la novela, en flash-backs cortantes, se habla de la brutalidad del terrorismo, injustificable, y de la más execrable respuesta que tuvo el estado con la guerra sucia para combatirlo, los excesos, torturas y asesinatos que se cometieron en el siniestro cuartel de Intxaurrondo bajo el mando del general Enrique Rodríguez Galindo, condecorado por Felipe González, algo que cabe recordar de alguien que da muchos consejos últimamente. Enfrentar de nuevo a dos personajes cuyas rencillas vienen del pasado, aunque ETA declare la tregua unilateral e irreversible (ahí arranca la novela), me pareció el nudo fundamental sobre el que armar la historia. 


Una novela de ritmo creciente con apenas doscientas páginas, un ejercicio de orfebrería literaria; háblenos de esa concreción desde el punto de vista previo, de su gestación narrativa.


La música de cada novela es algo fundamental. Fíjese que yo soy propenso a la frase larga, a las subordinadas, a la adjetivación. Desde un principio tuve muy claro que la novela tenía que ser seca, cortante, de frases duras como cuchilladas, pero que sintetizaran al máximo lo que quería expresar y transmitir. Eso me permitió un ritmo frenético, in crescendo, sobre todo en las últimas páginas. En doscientas páginas describo un pueblo, sus costumbres, sus habitantes y su forma de vida; tres personajes masculinos que son telúricos, brotan de las entrañas de ese paisaje; tres femeninos muy diferentes, uno volcánico y sensual como la francesa Tiphaine, otro adusto y seco como un sarmiento, Ana; y el tercero muy potente, Susana, que viene del pasado, fantasmal, invocado por la canción ‘Suzanne’ de Leonard Cohen que es la banda sonora del libro; hablo de situaciones políticas, denuncio la violencia de género, está presente ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann… Son muy pocas páginas, pero muy densas e intensas, creo yo. Yo mismo quedo sorprendido de haber metido tantísimos temas candentes en un libro tan breve.


Quería preguntarle por un guiño literario en su novela, por esa afición del barman del bar de Eth Hiru por el escritor Thomas Mann, ¿quizá es una manera de evidenciar con sutileza los temas que preocupaban al escritor alemán?


Bueno, eso es real. Así fue como trabé amistad con ese gran personaje y amigo de carne y hueso que es Martín, por ‘La montaña mágica’. Vio un tipo que, sobre las 13 horas, se sentaba en la terraza del bar a leer El País, cuando ese diario todavía se podía leer, y aquello le pareció insólito. No se lee mucho en el Valle, pero me voy a implicar para cambiar las cosas. ‘La montaña mágica’ es una de mis referencias literarias indiscutibles, una obra cumbre. Para mí el Valle de Arán ha sido el sanatorio al que he ido a curarme de unas cuantas heridas de mi pasado que yo mismo me hice. En una cierta soledad, porque cuando llegué a Bossòst no conocía a nadie, aprendí a vivir conmigo mismo, que es con quien uno ha de estar mejor y ha de aguantar hasta el fin de sus días. Thomas Mann y esa naturaleza espectacular forman parte de mi novela que es un homenaje a ese territorio extremo que está al otro lado de los Pirineos.


¿De algún modo nuestra sociedad genera entornos como el de Eth Hiru donde existe una violencia latente, una frustración soterrada que aguarda una ocasión para exteriorizarse… aunque en el fondo sepamos, o no, de lo estéril de la violencia y la venganza?


Cierto. Además ‘Cazadores en la nieve’ es una reivindicación de la novela negra rural que empieza a tener obras en España. Cabe recordar que una de las mejores novelas de Camilo José Cela era ‘La familia de Pascual Duarte’, negra negrísima. En los pueblos, en donde todo el mundo se conoce, en donde todo el mundo sabe lo que estás haciendo, puede haber odios ancestrales que se transmiten por la sangre generación tras generación, y ahí tenemos Puerto Hurraco. En mi novela se cruzan varias líneas de violencia, las del pasado terrorista de Marcos Díaz Inurrategui y antiterrorista de Antonio Muñiz Parra, dos de mis protagonistas, y la del presente de Eric, el tercero en discordia,  el guardia forestal cazador furtivo vejado en su posesión más preciada, la sensual Tiphaine, una especie de Marilyn Monroe morena que precisa de amor y atención y que creo que es uno de los personajes que inspiran más ternura. Si algo se puede sacar en claro de mi novela es que la venganza y la violencia son inútiles, no llevan a ninguna parte. Pero tampoco era esa mi intención. Lo que siempre quiero, cuando escribo un libro y este llega a las manos de un lector, es hacerle reflexionar cuando lo cierre. No hay cosa peor que la indiferencia. 


‘Cazadores en la nieve’ ha merecido el reconocimiento del XVI Premio de Novela Corta de la Diputación de Córdoba. ¿Qué le ha supuesto la concesión de este premio sobre todo a la luz de haber leído alguna opinión suya sobre la trastienda  de algunos premios literarios? 


Hay premios y premios. Ganar un premio siempre es positivo, por la resonancia mediática. Estamos en una sociedad en la que hay que hacer ruido para darse a conocer. Precisamente ayer ironizaba, en un programa de radio, sobre el siniestro mundo de los premios literarios y sobre la conveniencia de hacer una guía de los premios literarios amañados de España para que los autores ahorren en correo y esfuerzos. A partir de los 18.000 euros es difícil encontrar un premio limpio. Todo el mundo piensa en el premio Planeta, pero es que ya casi todos son como el Planeta. En mis inicios, cuando gané el Tigre Juan y el Azorín, yo era un absoluto desconocido. Y no puedo hablar mal de los premios cuando he recibido más de veinte de novela y me han reportado beneficios, pero la situación es otra muy distinta ahora. Ganar un premio en el sur de España, como Córdoba, con una novela ambientada en el norte, es un poco exótico. Ah, y ese premio, el de la Diputación, lo he ganado ya dos veces, y no me importaría ganarlo tres. 

Y al margen de todo lo dicho, y si me lo permite, le diré que ahora estoy inmerso en una nueva aventura literaria: dirigir una colección de novela negra, La Orilla Negra, que recoja autores de España y Latinoamérica; reivindicar, en el año Cervantes, la literatura negra que se escribe en castellano. Arrancamos en junio con nada menos que siete libros (Relatos de La Orilla Negra, La sonrisa del caimán, Mala hierba, Papel picado, Cuéntame cosas que no me importe olvidar, Destruyan a Anderson y Bala morena), una nómina de autores espectacular que incluye a Guillermo Sacommanno, Guillermo Orsi, Lorenzo Lunar, José Carlos Somoza, Elia Barceló, Fernando Martínez Laínez, Rosa Ribas, Pablo de Aguilar,  Mariano Sánchez Soler, Marcelo Luján, Rolo Diez, Alejandro M. Gallo, Julián Ibáñez, Paco Gómez Escribano, Dauno Tótoro Taulis, Marcos Tarre Briceño,  Juan Ramón Biedma, Rebeca Murga, Fritz Gloeckner Corte, Francisco Balbuena, Francisco Bescós, Javier Valdez Cárdenas, Augusto Cruz, José Vaccaro Ruiz, Angelique Pfitzner, Nacho Cabana, Raúl Argemí, escritores de España, México, Argentina, Cuba, Chile y Venezuela, y que me perdonen si me olvido de alguien, y un diseño espectacular en Ediciones del Serbal. Vamos a presentar la colección en Madrid, en la Semana Negra de Gijón y en Barcelona, y estaremos presentes en todos los festivales de novela negra. 

Una aventura apasionante y novedosa para mí. Un sueño cumplido. 

Muchas gracias y mucha suerte, José Luis.


Por Ginés J. Vera.


José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) es autor de novelas, casi siempre negras, además de artículos, críticas literarias y cinematográficas. Vive entre Barcelona y el Valle de Arán. Es autor entre otras novelas de: Lluvia de níquel, El mal absoluto, La Frontera Sur, La pérdida del paraíso, Llueve sobre La Habana, Marea de sangre, Ciudad en llamas y Te arrastrarás sobre tu vientre.  Ha obtenido los premios Tigre Juan, el Azorín, La Sonrisa Vertical, el Camilo José Cela o el Café Gijón con Lifting, entre otros, al que se añade el Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba 2016 con ‘Cazadores en la nieve’. Como articulista ha colaborado en numerosas revistas y diarios, actualmente lo hace en los medios digitales El Cotidiano, El Destilador Cultural, Tarántula y Calibre 38. La entrevista que me concedió por la antología de relatos ‘Marero’ (Contrabando, 2015) podéis consultarla aquí.