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lunes, 17 de septiembre de 2018

Liss Evermore: «Escribir novela es como jugar a ensamblar un monstruo de Frankenstein».


Liss Evermore gusta de pasear bajo la luz de la luna por los jardines de su residencia victoriana, tomar el té acompañada de las señoritas Anna y Planta y asistir a las obras de teatro del Grand Guignol en la Rue Chapetal de París. Entusiasta de la acción y el peligro, atraviesa las calles adoquinadas en su carruaje fúnebre hasta llegar al laboratorio secreto, donde crea sus experimentos literarios entre tarros con formaldehído y probetas burbujeantes.
Entre ellos cabe mencionar el libro Coleccionable de tragedias (LaTermina Ediciones), diversos relatos publicados (La colina de los amantes, Devoradores del Amazonas, Yersinia pestis, Lydia…), colaboraciones en diferentes medios, o la participación como coautora en las antologías Monster mash (Suseya Ediciones), Pasen y mueran (Suseya Ediciones), I am Providence (Círculo de Lovecraft) y Antología ucrónica: Relatos desde el multiverso (Vuelo de Cuervos). Sus obras han sido seleccionadas en más de 40 certámenes literarios, incluyendo un primer accésit, menciones especiales y varios puestos de finalista. Destacan el Festival de Cine de Terror de Sabadell, Kelonia Editorial, Ediciones Contrabando, Libripedia o Fundación Aquae. También ejerce de correctora, maquetadora (La emisora KWL, de Rain Cross), prologuista (Tu última noche en la Tierra, de Juán Carlos Cervera) y ha participado como jurado en varios certámenes de Ojos Verdes Ediciones.

Tras un largo recorrido como narradora de relatos de terror, te lanzas a publicar esta primera novela. ¿Cómo ha sido la experiencia de pasar de un género a otro?

¿Conoces esa sensación que te invade cuando saltas al vacío desde lo alto del Empire State Building con unas alas de murciélago recién adquiridas en el mercado negro transilvano? ¿… Esa inyección de adrenalina que experimentas al darte buena cuenta de que el dichoso souvenir no es para nada el último grito en tecnología, y de que aquel eslogan publicitario del envoltorio acreditando su relación con cierta celebridad local, quizá no fuese tan auténtico como parecía? Pues bien; la experiencia ha sido algo así: cual caída en picado sabe Dios a cuántos metros por segundo hacia un asfalto con aspecto de no tener muchos amigos. Disminución de la presión sanguínea, sudores, escalofríos instintivos… Todo cuanto una escritora de terror puede pedir.
   Escribir novela es abrir una puerta y toparte con un millón de ojos. Los ojos del ritmo, los de la concordancia, los de la trama, los de la profundidad… Ojos que te miran incluso cuando les das la espalda y vuelves a poner el candado en su sitio. Vigilándote constantemente. Mientras duermes, cuando hablas, cuando respiras. Te vigilan siempre. Escribir novela es como jugar a ensamblar un monstruo de Frankenstein, sólo que en un laboratorio literario, entre probetas de palabras y frascos de recursos lingüísticos. Realmente divertido.

‘Alcachofa-terror. La invasión de las hortalizas del espacio exterior’, tiene un título ya de por sí sugerente, no en vano la sitúas en el sur de los EUA, en la década de los 70. ¿Hay un innegable guiño a las novelas y largometrajes norteamericanos de la época sobre la temática?

Más aún: podría decirse que la novela es un compendio de esos guiños a la Norteamérica de antaño. Por sus páginas desfilan todo un arsenal de títulos de cine encubiertos, referencias a ídolos de la gran pantalla estadounidense y viejos emblemas que los amantes del séptimo arte sabrán reconocer.
   Pero tras esta primera intención, la de plasmar en el libro una serie de pistas a modo de juego con el lector, he de mencionar que Alcachofa-terror es en esencia una obra costumbrista. Si bien está aderezada con una importante dosis de humor negro, lo cierto es que su pretensión es la de actuar como reclamo publicitario. Es un letrero oxidado de carretera que reza: Don’t mess with the south (guiño, a su vez, al rótulo que aparece en un cartel a la entrada de Texas). Es una advertencia. Un Ustedes, los de ciudad, no conocen la hospitalidad sureña; dejen que se la mostremos. Es una estampa del paisaje sureño. Una recreación de la sociedad confederada, con sus sabores a comida rápida, sus  personajes pintorescos, su corazón campesino… Un No jueguen con el sur.

Los platillos volantes, los seres de otro mundo y la ciencia ficción sobrevuelan las páginas de tu novela, ¿de dónde surge ese terror atávico por lo extraterrestre? ¿Por qué no pensar que quienes habitan más allá de nuestro sistema solar son mejores que nosotros o, al menos, no beligerantes?

El miedo nos fortalece; nos mantiene en pie, en vigilia. Si vivimos, tememos. Sólo quienes están carentes de vida están carentes de miedo.
   Por supuesto, existen obras que sostienen ese aspecto no beligerante de los extraterrestres, pero en realidad, mi apuesta como escritora se opone a tal concepto. Mi propósito es reivindicar lo amenazante que ha residido desde el principio de los tiempos en la propia humanidad; lo destructivo, lo maligno. El arcano de la sinistra en contraposición a la cotidianidad actual. Incluso mediante la inocencia de entonces, mi intención es tratar de restablecer los viejos iconos que forjaron las bases de una sociedad en blanco y negro. Para ello, el miedo a lo desconocido es la faceta que suelo explorar en la mayoría de mis obras. La irracionalidad ante el análisis, la fobia contra el estudio. En cualquier materia, lo ancestral siempre predomina. Está ahí, latente; el mecanismo interno de autodefensa, la señal luminosa en nuestro cerebro.
   De algún modo, el terror es el motor de una conciencia colectiva y antediluviana. El miedo a lo incomprensible. Ahí radica mi punto de partida. Porque la representación de un espacio pulcro y amistoso no resulta emocionante. Si a priori rechazamos el modelo de universo hostil, peligroso y caótico como teoría primordial, y abogamos por la armonía que conjeturan ciertos autores, llegará un día en el que la señal luminosa dejará de parpadear. No quedará ni pizca de blanco y negro. Por consiguiente es necesario seguir alimentando nuestros miedos. No podemos de ninguna manera dejar de mantener el clásico arquetipo de las civilizaciones alienígenas enemigas, porque en cierto modo, es lo que nos hace humanos. La inquietud, la percepción de angustia, la opresión; la vida. Para fomentar el terror, debemos comprender el mundo con terror.

Decía cierto escritor norteamericano  sureño que "Si entras en un cuarto oscuro y enciendes una cerilla sólo te servirá para ver más esa oscuridad." Acaso los amantes del cine de serie B y del gore, de lo absurdo y el hard rock americano ¿agradecerán también el punto de humor negro? ¿Qué papel crees que juega ese humor negro a la hora de construir una historia de terror moderna -o para un público moderno?

El humor negro es la marca de la casa. Es la parte de mí que inevitablemente se ha colado en la novela. Enfocar esta trama desde un punto de vista ácido fue algo que surgió por sí solo. Los estereotipos sureños dan mucho juego para el empleo de un buen humor, y las ingentes dosis de gore no hacen otra cosa sino acrecentar ese aspecto hilarante del que se nutre la novela de principio a fin.
En efecto, el cinéfago devorador de producciones de bajo presupuesto está bien habituado a la risa, a las escenas imposibles, a lo absurdo. Si introducimos en la batidora los elementos más destacables que forman el libro, obtendremos una bomba ideal para ese tipo de perfil, pero al tiempo, para un público general, pues descubrirán una historia retorcida, muy ambientada y amenizada con curiosidades y anécdotas irresistibles.
   El público moderno no posee en general los valores que representan mis trabajos. Que no reconozcan ciertos elementos de su contenido es signo de una educación muy alejada  de la cultura que yo expongo, lo cual es producto de un esquema social asimismo distinto al reflejado en Alcachofa-terror. Pero, intereses y apreciaciones aparte, lo cierto es que el lector que mejor se integrará en la novela será el veterano; el que carga sobre su espalda largos años de experimentación; el que recuerda con nostalgia la inocencia y las buenas maneras. Cierto es que todos podrán disfrutar de este humor negro que rezuma el libro, mas cabe puntualizar que el lector medio moderno no llegará a conectar al 100% con sus principios. Soy consciente de que el registro que uso no es el más adecuado para los tiempos que corren, y menos para los que están por venir. Por eso, lo especial de dicho humor es que logra aunar a quienes protagonizaron las épocas de antaño, y vivieron las maneras de antaño.

Háblanos de la banda sonora de esta novela, que sé que la tiene, ya que es uno de los guiños a esa contracultura norteamericana de los 70.

Hablando de nuevo de las similitudes con la gran pantalla, la novela cuenta con un apartado de créditos donde se listan los personajes aparecidos en ella, y de igual modo, uno para las canciones, en el que se mencionan los hits con cuyas estrofas nos toparemos a lo largo de sus páginas. He seleccionado un repertorio de música rock fiel a la época en la que está ambientada y también a cada una de las escenas. Así, encontraremos varias estrofas diseminadas aquí y allá, de los grupos Aerosmith, Black Sabbath, The Rolling Stones, Led Zeppelin, Lynard Skynard, The Eagles, Coven… 

Y no podemos dejar de mencionar a la protagonista narradora de la novela, al menos de algunos capítulos, todo y que en la trama hay una suerte de contrapunto al tramarla no linealmente; ¿la originalidad radica en esa voz que nos cuenta con un poso de crítica la sociedad americana y sus supuestos complejos?

«El narrador es el alma de la fiesta», como escribieron en una reseña del libro. Su tono de locutor televisivo basta para introducirnos con acierto en cada secuencia de una manera verdaderamente original, hablándoles directamente a los televidentes y haciéndoles partícipes directos de ella. Es un maestro de ceremonias que presenta sus números cuidadosamente, con todo lujo de detalles y haciendo gala de un humor socarrón muy divertido.
   Parte de la originalidad de Alcachofa-terror, como has mencionado, radica en la trama. Una suerte de vueltas y revueltas, de marchas atrás y accesos directos, que pese a no resultar de por sí una novedad en el panorama literario, sí consigue hacerse un hueco gracias de nuevo a ese narrador tan especial, que nos describe los saltos en el tiempo como si fuésemos objetos en una urna y nos agarrara con unas pinzas para depositarnos en otro lugar. La progresión de escenas se asimila a los cambios de decorado de un teatro; los personajes son tratados siguiendo un patrón que llama la atención por su extravagancia, por su frescura y su dinamismo; las ubicaciones se describen accionando el zoom de la cámara al máximo; el filtro que tiñe la historia es rojizo y viejo; todo huele a hamburguesas, todo está calculado.
   En cuanto a la crítica social que diversos medios han considerado como hilo conductor de la novela, quisiera aclarar que no es en absoluto una crítica lo que pretende exponer Alcachofa-terror, sino una mera fotografía de la Norteamérica profunda; un retrato de la sociedad sureña, campesina. Es obvio que hago un uso considerable de la sátira y de la exageración, pero de ninguna forma esto constituye una crítica. No hay opiniones, no hay juicios, no hay ningún elemento que manifieste mi valoración. Aunque la novela caricaturice las singularidades estadounidenses y ensalce lo grotesco de determinadas actitudes locales, su propósito es el de interpretar con la mayor fidelidad posible a ese puñado de granjeros sureños y sus hábitos. Es, de hecho, todo un tributo a Estados Unidos, a la contracultura de los sesenta y setenta. Es un homenaje soberbio al celuloide, a la música, a la literatura. Un paseo por la Ruta 66 con una cámara fotográfica y un cuaderno de apuntes. Por ello la tacho de costumbrista, independientemente de pertenecer a una mezcolanza de géneros: ciencia ficción, terror, gore, serie B… Alcachofa-terror es un revival del mix ‘em up grindhouse americano, como dirían los entendidos, o, como yo prefiero catalogarla, un perrito caliente con extra de salsa barbacoa.



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