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lunes, 19 de noviembre de 2012

LA PRESA, de Kezamburo Oé.

He escogido un libro de Kenzaburo Oé que tal vez resulte breve comparado con el resto de su obra. Aperitivo a una prosa con la que tenía una deuda –o casi- pendiente desde que vi la noticia de su premio Nobel literario. En este caso, La presa es también un libro con premio, el Akutagawa, aunque mi elección como dije fue más prosaica.
El protagonista narrador de esta historia se nos presenta rebuscando  entre las cenizas de un crematorio huesos humanos, junto a su hermano pequeño. Una tarde crepuscular de un verano muy largo, donde esa misma bruma, casi onírica envuelve el ritmo de los personajes. Sombras, brumas, olores, el tiempo elástico en la pequeña aldea donde viven, esperando a que ocurra algo. Y llega del cielo, un regalo que rompe la monotonía, que vencerá “el veneno del cansancio” y la turbidez de la aldea y la ciudad, de la nación entera sumida en una larga guerra. Un avión enemigo que les acerca a una realidad en forma de presa, de prisionero aunque poco a poco se establecerán vínculos que desencadenarán en un final crepuscular, como una noche implacable.
Alabo de esta historia el ritmo sobre todo en esos momentos clave de la relación, y las descripciones narradas en boca del niño hombre, del que idolatra y teme, del despertar de los sentidos…: “Entonces, ante aquellos ojos inexpresivos, que las legañas y la sangre parecían obturar de barro, adquirí repentinamente conciencia de que se había convertido en algo venenoso y temible, en un animal salvaje incapaz de cualquier entendimiento, como cuando los hombres le habían capturado y traído.”

Kezamburo Oé nació en 1935 en una remota aldea de montaña en Shikoku, localidad que aparece con frecuencia en su obra, y creció en tiempos de guerra. En 1954 ingresó en la universidad de Tokio y en 1958 ganó el prestigioso Premio Akutagawa por su relato La presa. Su primera novela extensa, Memushiri kouchi (1958), ratificó su éxito. En 1963, el nacimiento de un hijo retrasado mental y una visita a Hiroshima causaron una nueva evolución en su escritura, que culminó con sus obras maestras Un asunto personal (1964) y El grito silencioso (1967). Destacan, además, en su vasta obra, Las aguas han inundado mi alma (1973), Juegos contemporáneos (1979) y la novela de ciencia ficción La torre del tratamiento (1990). En 1994 le fue concedido el Premio Nobel.

Por Ginés Vera.

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