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viernes, 24 de noviembre de 2023

El enigma de los niños gaviota. Entrevista a Antonio Puente Torrecilla

Me concedió estos días una entrevista el escritor gaditano Antonio Puente Torrecilla al hilo de su novela El enigma de los niños gaviota. Agradecido al autor y a Kasia Karposiuk de la editorial Distrito 93 por acercarnos literariamente.


P.: Ubica el grueso de la trama en un pequeño pueblo pesquero gallego, cuyo narrador cuenta algo acerca del “cariz atávico supersticioso propio de ciertos pueblos norteños”. A menudo, caemos en estereotipos, como este de los pueblos norteños o los de la gente del sur, bien maridado también en esta novela. Háblenos sobre ello.      

R.: Hay ocasiones en las que un escritor busca una historia y otras, como esta, en las que la historia me  encontró a mí. Hace más de diez años, estuve de viaje por Galicia, en concreto, por la impresionante Costa Ártabra, y, al pasar los acantilados de Cedeira, llegamos a San Andrés de Teixido, un pueblo de potente impacto visual donde se encendieron maquinarias y sentí que cientos de ruedecillas giraban revolucionadas: los radares habían captado algo. Aquella intuición comenzó a consolidarse al visitar los yacimientos y perderme entre la niebla buscando respuestas en geoglifos,   destilaciones, mujeres enlutadas, olor a mar, entre cientos de gaviotas acechando. Supongo que es imposible no caer en la tentación de adentrarse en esa enigmática idiosincrasia envuelta en la misma lluvia ancestral que envolvía los castros celtas… De la misma forma que es muy difícil resistirse a tener la mente receptiva cuando paseas por una calle gaditana o escuchas una conversación en cualquier taberna del Barrio de la Viña. Quizás el clima de uno y otro lugar propicie el tipo de mitos y leyendas que los caracteriza. El arte y las historias rezuman de lugares como La Coruña o Cádiz y se alojan en el cerebro como el salitre en la roca, que pasado el tiempo acaba abriendo. Cuando regresé a casa, escribí las tres novelas seguidas, una por año.

P.: El texto está trufado de referencias literarias. Desde Jean Baptista Grenouille a ese hostal “de cuyo nombre no quiero acordarme”; del Gato de Cheshire al capitán Nemo, pasando por Asterix, Stephen King, Sherlock Holmes, Matilda, Merimée; sin olvidar la obra De bello Gallico, de Julio Cesar, o al capitan Ahab… aunque la lista sigue.  Cuéntenos acerca de estas elecciones que se me antojan nada casuales.      

R.: Las referencias literarias cumplen varias funciones. Por un lado, está el grafismo del que pueden dotar a una escena y del paralelismo que pueda tener el personaje en cuestión en ese instante con la referencia sugerida. Por poner un ejemplo, para mí los olores adquirieron una nueva dimensión desde que leí El Perfume de Patrick Süskind, o no puedo concebir más perfecta femme fatale que la Carmen, de Merimée. Interiorizo las lecturas y, luego, ellas me ayudan a interpretar no sólo escenas de mis  novelas, sino mi vida en general. Por otro lado, también lo considero una forma de mostrar al lector  quién está detrás del biombo en el país de Oz, es decir, cuáles son los gustos literarios del autor.

P.: También hay algún que otro homenaje o tributo, ¿lo entrecomillo?, al séptimo arte. Por ejemplo, a El Resplandor, Los pájaros, Los puentes de Madison  o a “he visto arder naves más allá de Orión”; sin olvidar a Sean Connery, James Stewart, Vito Corleone o Forrest Gump, por dar algunos ejemplos. Todo en la vida es cine, cantaba Aute, aunque le dejo convencerme de si “los sueños, cine son” al hilo de esta novela.        

R.: El enigma de los niños gaviota es la primera parte de una trilogía que escribí de un tirón. Esta primera entrega está enfocada desde el punto de vista cinematográfico, en concreto en el suspense y por supuesto la figura que primero surge es Alfred Hitchcock. Hay numerosas escenas en las que incluso menciono  la cámara  física  que  sobrevuela  a los  personajes,  enfoques,  fundidos.  Obras como  Los pájaros, o La ventana indiscreta, pero sobre todo Vértigo. Lo considero una especie de código con el que tratar de sugestionar al lector y advertirle de dónde se está metiendo.      

  Y si en esta primera parte tuve la intención de poner al lector delante de una pantalla de cine, en la  segunda, El horizonte de las burbujas plateadas, Gonzalo investigará la desaparición de un equipo de científicos que estudian el cambio climático en Islandia, y la clave será el teatro, por lo que intentaré crear la ilusión de ambientar al lector en un patio de butacas como forma de narrarle el caso.       

  La tercera, titulada El oráculo de los vendavales, está inspirada en hechos reales: Mercedes estuvo desaparecida varios meses, pero regresó a casa con la convicción de que transcurrieron unas horas. Aquí  el ambiente girará en torno a la creación de una novela, una muy especial ya toda en el presente y que el  propio Gonzalo se encargará de convertir en ficción.

P.: Sigo con el tema de las referencias, en este caso, diría que justificadas por su amor al mar y, en este caso, casi afirmaría que a la obra de Homero. No solo se le cita, también a Circe, a Penélope y, por su  puesto, a Ítaca. Algo de epopeya y metafórico retorno a Ítaca he creído ver en el narrador protagonista de El enigma de los niños gaviota. No sé si lo comparte.     

R.: La Odisea es uno de mis libros de cabecera. Es prácticamente la primera obra literaria conocida que  ha sobrevivido a miles de años quizás gracias a su estructura; y atendiendo a esto, algunas vivencias de  Gonzalo Tristán cumplen con varias de las secuencias de Propp en cuanto a la estructura ancestral del  cuento, entre ellas el viaje del héroe, la magia, el combate, el impostor, el regreso, la transfiguración… Nuestro detective sigue algunos de estos pasos y finalmente consigue esa catarsis que busca en la palabra escrita, siendo ésta su Ítaca; todos tenemos una huida pendiente y una Ítaca a la que regresar, y a veces no es un lugar físico, sino un estado de la mente. 

P.: En esta época de citas breves y lapidarias, de tuits y retuits, hay algunas frases de su novela que  invitan a la reflexión. Por si las quiere comentar, he escogido estas dos: 

  Nadie es libre hasta que se enfrenta a sí mismo.      

R.: Parece un tópico, pero a medida que cumplimos años generamos aristas de las que vamos siendo conscientes.  Reconocerlas  se   convierte  a  veces  en   un  reto  a   nuestro  orgullo  y  superarlas  en   una necesidad para ser libres.    

  Quitarle a un hombre la memoria, es quitarle el alma.      

R.: Nuestra alma, lo que nos diferencia de otro animal, son nuestros recuerdos y la versión que cada cual se fabrica de ellos. Si nos los quitan nos convertimos en zombis, en animales con aspecto humano.     


Antonio Puente Torrecilla (Algeciras, Cadiz. 1979) fue finalista del II Certamen de Relato Corto Conil ante las drogas en 2008. Es autor de la novela Las Aguas del Tiempo en 2009. Ganador del XXXVI Certamen Literario Nacional José María Franco Delgado en el año 2010 con su relato, Piel de mojarra. Ha sido, así mismo, finalista del X Certamen de narrativa corta Carmen Martín Gaite en 2010 y finalista en el Certamen Literario Editorial Universo 2013. 


El enigma de los niños gaviota. Antonio Puente Torreciella. Distrito 93.

1 comentario:

  1. Interesante esta novela. NO conocía al autor así que gracias por esta estupenda entrevista.
    Besotes!!!

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