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lunes, 30 de junio de 2014

LEA VÉLEZ: «La documentación o la erudición histórica no deben nunca ahogar la trama».

Lea Vélez (Madrid, 1970) estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense, se licenció en periodismo en 1994. Diplomada en guión en la ECAM (Escuela de cinematografía y del Audiovisual de Madrid). En 1996 recibió el segundo premio Terra-Antena 3 al mejor guión de largometraje por Como las olas -su primer guión de cine. Con más de seiscientas horas de ficción televisiva -sobre todo series diarias- entre las que se encuentran los éxitos de audiencia: La verdad de Laura o Luna Negra. En 2004 se editó su primera novela, El desván (Ed. Plaza y Janés), escrita en colaboración con su amiga y co-guionista, Susana Prieto. En 2006 repitió la experiencia a cuatro manos con La esfera de Ababol (Ed. Planeta). En 2008 escribió, también con Susana Prieto la obra teatral Tiza, divertida sátira de la educación, que fue galardonada en 2009 con el Premio de Teatro Agustín González.

En esta novela se me antoja tan importante lo que se muestra como lo que se esconde, lo que se nombra como lo que se silencia; tomo esa frase en la que se dice se puede conocer a alguien durante toda la vida y sentir que no se ha cruzado con esa persona una sola frase importante.

Yo creo que eso son los flechazos. Los flechazos de amistad, los de amor. Es mirarte en el rostro de otra persona y saber que hay una conexión. Con otra gente, por más que lo intentamos y hablamos, y nos esforzamos... no penetramos hasta el alma. En mi novela se cuentan muchas cosas del interior de los personajes, sobre todo en los diarios del desertor, pero hay algo que a más de uno le ha llamado la atención y es la escasez de descripciones interiores, de monólogo interior, de omnisciencia. Esto es lógico por dos motivos: el principal, que la novela la cuenta el desertor, un narrador en primera persona que sabe muchas cosas pero que no puede estar dentro del cerebro de los personajes. Por otra parte, yo escojo voluntariamente contar cómo son mis personajes a través del diálogo y de la acción. Se describen, y creo que muy bien, por lo que dicen y hacen, como ocurre en la vida.

Es innegable la trabazón histórica que recorre de una u otra forma la novela, desde la batalla de Chacabuco, al Perú colonial, o a las costumbres de la isla a mediados del XIX.

Ha sido una exhaustiva labor de investigación. He ido a las fuentes originales que están todas digitalizadas en Google books. He leído con un inmenso placer los diarios de los soldados de las colonias, de lenguaje moderno e irónico, he acudido a los libros de viajes del XIX, a la prensa de la isla en esos años... Lo he pasado genial encontrándome con aventuras increíbles de aquella época. Pero los hechos históricos son un entorno, un paisaje. La documentación o la erudición histórica no deben nunca ahogar la trama, porque principalmente La cirujana de Palma es una novela de intriga, policíaca.

La cirujana de Palma es su primera novela en solitario, ¿qué es lo que le animó a ello tras sus dos novelas previas como coautora?

Yo comencé escribiendo en solitario. Escribo diarios y cartas, cartas muy largas a mis amigos, pensamientos, interiores, lo que ahora se llaman blogs... desde muy niña. Las pasiones por la escritura y por el cine me llevaron a escribir guiones, los guiones se escriben a medias y por eso en un principio también publiqué en coautoría. Ahora he vuelto a mis orígenes.


El personaje de Adelaida me ha fascinado, cuéntenos en quién o quienes se ha inspirado para darle vida literaria.
Yo era muy pequeña, pero recuerdo bien el impacto y la sensación de injusticia irreparable que me produjo la historia de la expulsión de los judíos. Siempre me ha fascinado y dolido desde un punto de vista humanístico y cercano el odio y la persecución que se ha hecho del pueblo judío desde que el mundo es mundo. No es que lo haya estudiado, o haya leído sesudamente al respecto, pero llamándome Lea, me siento identificada. Mi madrina es italiana judía y se llama Lea Leví. Mi nombre es judío y me lo pusieron por ella. Además, cuando era pequeña, mis padres tenían una enorme casa de fin de semana en la judería de Toledo, una de aquellas mismas casas de las que fueron expulsados sus dueños. Comprenderás que estoy destinada a interesarme por la historia de los judíos. Cuando me encontré con los xuetas de Mallorca, los judíos de la isla, cuando leí los autos de fe y su vida y sus muertes en la isla, tuve que introducir su historia aunque fuese de forma tangencial... Y claro, surgió Adelaida, el ama de llaves xueta.

Tana reflexiona en una ocasión sobre el hombre que vive en la torre del puerto de Palma izando poleas y cambiando banderas; me resulta metafórico pues los escritores solemos imaginar sobre las motivaciones, reflexiones y vidas ajenas, ¿le pasa a menudo en su vida diaria, le hubiera gustado ser Tana de Ayuso en algún momento?

Eso de imaginar otras vidas me pasa constantemente. Siempre me ha pasado. Y no es que me apetezca ser Tana es que yo soy Tana, y soy el comisario de Palma, y también soy Carlos, el comandante que más sabe de amor. Les he dado a cada uno un trozo de mi alma y todos ellos escriben, y se quieren y tratan de investigar la muerte y el amor. Por eso son felices cuando están juntos los tres... Aunque tal vez son lo que yo quiero ser... O quizá son lo que me falta. El análisis profundo se lo dejo a los psicólogos, pero creo que nunca unos personajes han tenido tanto de mí.

Las vicisitudes de Tana de Ayuso en su intento por ser cirujana en la Universidad de Bolonia darían de sí para otra novela, aunque le preguntaré por la protagonista como Tana Sanclaudio esgrimiendo su particular sentido del humor como un bisturí.
Mi abuelo paterno era cirujano, mi bisabuelo médico, en la otra rama de la familia también había unos cuantos galenos (bisabuelo, tíos, tatarabuelo). La medicina ha formado parte de mi familia desde siempre y por otra parte, ya te digo que en esta novela creo que no hay nada que no tenga una base personal. Hasta el apellido Nácar era de mi familia. Mi tatarabuela se apellidaba Morrondo Nácar (y era hermana de un importante jefe médico destinado a Filipinas). Así que tengo un interés, llamémosle innato, por la ciencia y los bisturíes.
Me alegra que te gusten las aventuras de Tana en la facultad. Me gusta mucho la idea de hacer una serie de estas novelas con Tana, la forense, Jaime, el comisario y Carlos el hombre de armas, como protagonistas. En la siguiente, prometo que volveré a sacar a relucir su pasado en la universidad de medicina. Debió de ser realmente duro, pero intensamente divertido y enriquecedor. La vida sólo merece la pena si hay sentido del humor, porque en la risa está la democracia universal. 

Las maldiciones maldicen por igual a creídos que a descreídos, le dice el carbonero a Tana al poco de llegar a Palma. ¿Lo cree también así, o es tan pragmática como la protagonista?
Si, maldicen, sí, porque los descreídos en el fondo, también creemos. Yo creo que Tana descubre que no hay que tomar las maldiciones, o los rumores populares, por simple superstición y que se debe escuchar al pueblo. Ya sabes, la famosa frase de "donde hay humo, hay fuego". Otra cosa es que el pueblo tome por maldición algo que tiene una inesperada explicación científica.

Muchas gracias y mucha suerte, Lea.
Por Ginés J. Vera.
Foto: au agenda urbana


lunes, 23 de junio de 2014

JUAN CARLOS PADILLA: «Para mí la escritura es terapéutica y sirve para cualquier persona con un mínimo de inquietudes.»

Me reúno con Juan Carlos Padilla. Alicantino, médico neumólogo, director médico del Hospital Internacional Medimar de Alicante y escritor; acaso por todo ello, por esa dualidad entre la medicina y literatura, como comparto en cierto modo, encontramos rápidamente la complicidad en esta entrevista al hilo de la publicación de la novela El siglo de los indomables (Planeta, 2014).

La novela es un canto al amor, donde la música cobra especial relevancia en el personaje de Jacobo, de su especial sensibilidad.
La música es el hilo conductor de una vida, como es la de Jacobo. Jacobo con 6 años es arrancado de su casa, de su ambiente y tiene que sobrevivir aislado prácticamente, al principio sobre todo en un circo, como fenómeno; Jacobo es albino, tiene unos ojos malignos y lo utilizan como elemento de feria, después lo rapta un teatrito también para algo parecido y ahí es donde empieza a desarrollar la música. Cuando emerge la música de él se da cuenta que la música es su vida y que es la única forma de que se exprese su alma y de que él encuentre consuelo. Con la música encuentra consuelo, el va a otro ámbito.
El genio es aquel que cualquier arte es capaz de sublimar, es capaz de vivir en eso;  eso que surge de él le llena a su vez y lo transporta a un mundo exclusivo, único, donde él reina, es su forma de evadirse de todas las penurias.

‘El siglo de los indomables’ habla de la familia en tiempos difíciles del siglo XX, ¿es importante dar valor a la familia también ahora, en la actualidad?

Es una novela de valores. Florentino es un personaje obviamente sublimado e idealizado, pero es la representación de los valores que, en mi opinión no pasan de moda. Cuando abras el libro, para cualquier lector sea hombre o mujer este personaje es quien hubiera querido ser porque representa los valores de la nobleza, de la fidelidad, de la honestidad, del sentido de la justicia. Y verdaderamente eso se extiende a todo lo demás, el amor por sus hijos, al amor por su familia, al amor por sus empleados, empatía con ellos. Es un catalogo de valores de una persona que además la vida le golpea. Va sorteando los golpes del destino basándose en sus valores –en ningún momento veras que se habla de religiosidad, hablamos de valores de otro catalogo, del catalogo de la ética–; amparado en estos valores el consigue resistir los embates del destino y sobrevivir, es un enorme superviviente que tiene la mala suerte de que la vida le premia con algo que sería la aspiración de cualquier persona –como es el progreso material–, pero que evidentemente es una de las conclusiones de la novelas, eso tan manido de que el dinero no da la felicidad.

Háblenos de los escenarios en los que ha situado a los personajes, desde Villajoyosa, a la República Dominicana, donde Florentino llega, próspera y nace su hijo Jacobo, para más tarde emplazarnos en Alemania.

La historia, en este caso, habrás visto que es un personaje más de la novela, es como en aquellos teatrillos, como una de esas sábanas que colgaban con dibujos, esto es la historia.
El primer objetivo de la novela cuando la escribí era el de hacer un repaso por el siglo del XX, un repaso didáctico, no un libro de historia –yo no soy historiador, ni mucho menos–; la historia es un escenario, unos decorados sobre los que los personajes tienen sus vivencias. El escenario ha ido evolucionando hasta llegar a la categoría de personaje junto con la música que es otro personaje de la novela. Con la historia vamos salpicando las aventuras de los personajes en diferentes momentos, vamos a Alemania en el año 1934, y vivimos toda la angustia de la persecución de los judíos, vivimos lo que es un campo de concentración, vivimos la ansiedad de falta de libertad y de garantías jurídicas, volvemos a España cuando la Guerra Civil y vivimos el enfrentamiento entre las dos Españas, vivimos el dilema que se le plantea a este hombre: apoyar a la sublevación o no, cómo le asaltan las decisiones y cómo se arrepiente después, veremos muchas cosas, luego la posguerra y viviremos un gran hito del siglo XX que es el nacimiento de la aviación, de la aviación como símbolo del progreso humano.

‘Los libros son el antídoto de la pobreza’, le decía a Florentino su abuelo Ricardo.

Sí, siempre. ‘Nadie que lee muere pobre’, le dice. Efectivamente, estábamos en una época en la que no ser analfabeto ya era un triunfo, el que sabía leer y escribir era un triunfo. Ahí menciono a Fernán Caballero, a gente que se leía entonces; leer era un signo de distinción, era como elevarte por encima de esa media, de ese mundo que eran analfabetos funcionales, porque el que más sabía era firmar con su nombre. Un hombre sabio como el abuelo de Florentino quiere que su nieto se aficione a los libros, que era como dejar una herencia; preparar a tus nietos, a tus hijos, aficionarlos a la lectura, a la escritura, era como dejarles una herencia, un modo de vida y la posibilidad de progreso. Hablamos de gente humilde que para salir de eso solo tenía un método que era la cultura, que era saber cosas.
Yo estoy convencido de ello, a mis hijos les sigo obsesionando con que lean, que lean de todo, lo que quieran, pero que lean. Les compro comics, lo del Greg, Jeronimo Stilton,…. A todos mis pacientes no solo les digo que lean sino también que escriban. Para mí la escritura es terapéutica y sirve para cualquier persona con un mínimo de inquietudes, es terapéutico y valiosísimo.


Muchas gracias y mucha suerte, Juan Carlos.

Por Ginés J. Vera.

sábado, 21 de junio de 2014

ELEGÍA, de Philip Roth

                                            
   Inicio o  fin de un ciclo narrativo

La palabra elegía puede asociarse a un mero recurso retórico demasiado pomposo para ornamentar un momento fúnebre. Es interesarse asociarla, ahora, a la presunción de un ciclo narrativo que inicia o que finaliza un escritor norteamericano consagrado y ganador de los premios National Book Award, el PEN/Faulkner Award , Premio Pulitzer, National Book Critics Cicle Award y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, entre otros. Dicho título también conlleva al recurso literario de utilizar una obra de teatro inglesa del siglo XV, de tendencia alegórica, para insertarla en la posmodernidad. Elegía es de aquellas novelas que indican y que simbolizan una etapa que se empieza a alejar del recurso netamente literario hasta posicionarse en la búsqueda de una identidad o de un momento intrínseco y  autobiográfico que inicia un escritor como Philip Roth.

La novela de Roth avanza pausadamente, mientras el contexto histórico se inicia con los años de la gran depresión, la Segunda Guerra Mundial, la Revolución Estudiantil, la Guerra Fría y finaliza con el acontecimiento del once de setiembre del 2001. El protagonista: un publicista poderoso se encuentra atrapado en la postmodernidad y en todos los privilegios que para el hombre burgués pueda significar esto; siente al mismo tiempo un inconformismo, una desazón y la necesidad de  encontrar algún camino “exitoso”. Ya en la vejez recurre a la pintura como medio de desfogue (ha entendido que en el mundo literario no tiene alguna oportunidad). El número recurrente de esposas y de amantes solo sirven para alivianar esta pesadez. Rastreando estas conductas puede deducirse que se inicia cuando este cae enfermo y al costado suyo se encuentra un niño judío a quienes sus padres van a visitar tratando de apaciguar su dolor y mintiéndole sobre una pronta recuperación. Días después, el niño judío muere y este primer momento traumático de su vida lo vincula directamente con la muerte. El otro niño judío también pudo ser él, los padres de este lo iban a visitar como sus padres también lo hacían con él. La presencia de la muerte la siente tan próxima porque él también es judío, y aunque los pormenores y los principios de su religión le tienen sin cuidado, la sensibilidad y la fragilidad lo comprometen y lo aíslan en una sensación de culpa.

A partir de este suceso nuestro héroe vive una serie de muertes simbólicas. Cada matrimonio, cada divorcio y cada frustración le generan una muerte. La imagen de su hermano exitoso, la de su padre -un antiguo relojero judío que hizo gran cantidad de dinero en base a un sistema de financiamiento que lo volvióconfiable-, una hija divorciada que le tiene un afecto tremendo, pero que vive lejos de él. Esta presencia familiar en su medida tangible o abstracta martiriza lo martiriza. Él solo supo aprovechar los recursos dados, las oportunidades y es por ello que nunca siente como suyos los méritos y los logros que ha obtenido. Tiene dos hijos ya posicionados y una cuenta bancaria bastante onerosa que le permite vivir en medio de un gran complejo residencial para jubilados en Starfish Beach. Pero aparte de ello, ¿se puede decir que la felicidad y la tranquilidad han llegado a él? Cada divorcio y cada viaje, cada cambio de vida y cada intención de recuperar a una hija que ha descuidado. Todo esto lo posiciona en un aletargamiento. Sabe lo que tiene que hacer, pero el miedo de estropear lo poco bueno que aún se mantiene vigente lo reprime. Es justamente esta autorepresión la causante de sus males físicos y emocionales.


La muerte entre sus distintas variantes ha sabido colarse entre las sienes de nuestro personaje, su soledad y su aislamiento voluntario solo refleja en parte esta sensación. Ahora, a puerta de una vida sosegada y animalizada por recuerdos y más recuerdos, da clases de pintura a otros ancianos. Pese a este inconformismo aparece el ideal de una futura compañera (la cual es visualizada como un último aliciente en su vida amorosa), pero que se suicida por el recuerdo perturbador de su fallecido marido. ¿Habrá algo de paz en esta novela escrita con la mayor pasividad? La novela, como si nos fuera contada por cura en un confesionario, mantiene la intención de generar con esa política de seguridad afable un remezón angustiante y perturbador. El ejemplo que mejor se acondiciona a esta aseveración se da cuando entierran al padre de nuestro personaje. ¿Acaso echar tierra a un cajón pueda representar un tipo de muerte más? La imagen de tener un puñado de tierra en la boca (pese a que esta aseveración sea totalmente distinta a la realidad sepulcral en la novela) significaría que la muerte  se ha cosificado y nos impide dirigirnos a alguien aunque sea para pedir ayuda. Ahora nuestro héroe parece experimentar parte de este suceso y alinea a la fila de los que no tienen nada más que decir, a la fila de los que no tienen nada más que hacer.

Por Rubén Javier.

lunes, 16 de junio de 2014

ANDRES NEUMAN: «A mí la castidad no me interesa nada y la lingüística ni hablemos».

Entrevisto al escritor Andrés Neuman (Buenos Aires, Argentina, 1977) en el hotel de costumbre de Valencia, con un elemento que Neuman me advierte al conectar la grabadora: un futbolín.
Hijo de músicos argentinos emigrados, es licenciado en Filología Española por la Universidad de Granada donde trabajó como profesor de literatura latinoamericana. Fue seleccionado por Granta revista como uno de los 22 mejores jóvenes novelistas españoles y Literatura. Escribe en su blog 'Microrréplicas', uno de los mejores blogs literarios en lengua española de acuerdo con una encuesta realizada por El Cultural. Con numerosos e importantes premios literarios en su haber, autor de novelas, cuentos y poemarios, le entrevisto al hilo de su último libro, Barbarismos (Páginas de espuma, 2014), una suerte de glosario-diccionario personal. Nada más acabar la entrevista estuvimos a punto de jugar en el futbolín, una lástima que por imponderables no pudiéramos. Queda pendiente, Andrés.

¿Hasta qué punto en este ‘Barbarismos’ se juega con la ironía, el humor y la poética?

Creo que estas tres cosas son ingredientes decisivos para este libro. La ironía está presente todo el tiempo, ajustando todavía más, la autoironía; muchas de las  palabras que se utilizan en este diccionario, son palabras que yo considero muy personales. La ironía además es una especie de variante malvada de la precisión, por así decirlo.
En cuanto al humor, lo considero un instrumento de supervivencia, cuanto más dolor hay en una sociedad más humor necesitamos, el humor no es una expresión amable para tiempos benévolos, eso en todo caso es el chiste. El humor es un mecanismo de reacción y de protesta no moralista, no panfletaria en tiempos de emergencia; en definitiva, se puede decir que la diferencia entre el chiste y el humor es que el chiste se termina en la carcajada y el humor empieza en la carcajada.
Sobre la poética, en la medida en que un libro, como todo diccionario se lo juega todo en la precisión, en la síntesis, hay que ser poético con el lenguaje que me servía para construir pequeños atajos en las definiciones.

¿Qué implica nombrar una palabra ‘contra las leyes y reglas del casto lenguaje’, según cierta definición de barbarismo?

En el libro se habla de la institución democracia, de la institución iglesia, de la institución academia. Se trataba precisamente de reflexionar sobre las instituciones en todos los sentidos, instituciones democráticas e instituciones lingüísticas… Hay un intento de acercarse transgresoramente a todo lo relacionado con la institución en tanto entidad que se supone que habla en nombre de otros y que regula cómo hablamos o deberíamos hablar, tiene una función; ese propósito, el que alguien regule como hablamos o como deberíamos hablar, tiene unas enormes consecuencias políticas, toda una declaración de ideología.
El casto lenguaje, bueno, a mí la castidad no me interesa nada y la lingüística ni hablemos. La palabra barbarismo según  la tradición lingüística –y debo confesar que soy filólogo, que de ahí viene mi tragedia–, ha sido definida siempre o bien como una palabra que procede de los barbaros, es decir de los extranjeros, un barbarismo, no es su definición actual, pero fue durante mucho tiempo una palabra que no nos pertenecía a nosotros, se tiene que somos cristianos viejos y entonces venia un extranjero y te deslizada una palabra que no era tuya, lo cual era una soberana gilipollez. Es una soberana gilipollez porque todas las palabras son extranjeras, lo que estamos hablando ahora es un derivado del griego y el latín, no hay ninguna palabra que venga de fuera, el lenguaje se hace viajando. Hasta las palabras que llamamos castizas vienen de otro lado.

¿Algún barbarismo que se haya quedado en el tintero?

Muchísimos, he tirado la mitad de lo que tenia. Creo que tirar es parte de escribir y reescribir es el objetivo de toda escritura. Si una definición no me resultaba particularmente, en el plan divertida o sintética, se quitaba. Alguna otras palabras me hubiera gustado incluir y no las incluí porque no me gustaba el resultado.

Un libro poco convencional que busca tal vez a un lector poco convencional.

Yo no sé si lo busca, pero ojala que lo encuentre. Muchas veces uno trata de escribir el libro que le gustaría leer y si uno hace eso, tratando de escribir honestamente lo que uno querría leer, se encuentra con que había más gente imaginando el mismo libro. Eso está en la propia naturaleza del lenguaje, que es maravillosamente ambiguo. Una palabra que sirve para nombrar lo mas intimo, para nombrar lo que tiene que ver con nuestras emociones privadas son sin embrago vocablos que tienen un significado colectivo, una repercusión social, todo es interior y todo es exterior en el lenguaje.
La pregunta clásica de: ‘para quién escribes, para ti o para los demás’, muchas veces es completamente estéril porque tú eres más parecido a los demás de lo que imaginas, y los demás tienen más que enseñarte de ti de lo que puedas suponer. Por lo demás, ya se sabe que la aspiración de todo el mundo es ser único, no hay nada de original en tratar de ser original por tanto tú y tu destino sois incómodamente parecidos, esto podría ser una especie de barbarismo.


  Muchas gracias y mucha suerte, Andrés.

Por Ginés J. Vera.

Foto: Arantxa Carceller (muchas gracias, Arantxa)

lunes, 9 de junio de 2014

CLARA MONTERO: «Estoy aquí porque me divierto, porque me gusta escribir, porque me lo paso bien contando historias.»

Entrevisto a la escritora Clara Montero en un local algo ruidoso de Valencia, en su gira de promoción de su tercera novela ‘La piel dorada’. El éxito ha acompañado a esta escritora madrileña pues con su primera novela ‘Una dama en juego’ obtuvo en 2009 el Premio Círculo de Lectores de Novela. Su segunda novela, ‘La Tabla Esmeralda’ ha conquistado a miles de lectores en España y ha sido traducida a varios idiomas. Entre risas y complicidades literarias la entrevisto sobre ‘La piel dorada’.

 ‘La piel dorada’ surge, tengo entendido, en el Museo del Prado, frente al cuadro de Picasso ‘La acróbata en la bola’, también conocido como La niña.

Este es un tema el de las modelos, la figura de las modelos de los artistas que me ha encontrado a mí más que yo a ellas. A mí me gusta pasear por el museo del Prado, tengo la suerte de que vivo cerca y puedo hacerlo a menudo, me gusta perderme y ver qué sucede. Un día estaba delante de esta obra ‘La acróbata en la bola’ de Picasso y bueno, a Picasso todo el mundo le conocía y el cuadro también, pero lo curioso es que no es un cuadro del Museo del Prado, no es de la colección permanente sino que es una obra cedida por el museo Puskhin que vino para una exposición temporal, y al quedar delante del cuadro de los muchos cuadros que contemplé a lo largo de mi vida, empecé a mirar a la niña y pensé en mi hija, vi a mi hija. Me pregunté: ¿por qué acabó esta niña posando para Picasso? ¿Fue algo casual? Me hice una serie de preguntas sobre la figura de la modelo, me dije: qué desconocidas son, qué anónimas son estas mujeres, a todas las ponemos cara pero a veces no sabemos ni quiénes son, no sabemos su historia, aquí tiene que haber algo interesante que contar. Ahora  las modelos las tenemos muy idealizadas, pero en aquella época una mujer que se desnudaba delante de un hombre para posar era una prostituta o eras una mujer de mala vida o una libertina, en cambio ellas no se veían así, consideraban que era un trabajo, el suyo, que contribuía al arte.

Precisamente el arte está muy presente en esta novela, no solo por el personaje de Inés, aunque también lo están el vicio, la decadencia y el lujo de la ciudad de Viena de principios del siglo XX.

Sí, Viena en este caso figura como otro protagonista de la novela. A mí me gusta llevar al lector una imagen de Viena distinta a esa un poco más acartonada de palacios, el vals, Sisí, Motzart, así como los grandes tópicos de la ciudad de Viena. Detrás de este telón maravilloso lo que te encuentras a finales del siglo XIX principios del XX es una ciudad decadente, con problemas económicos, políticos…; era un imperio que se estaba derrumbando poco a poco, una ciudad en la que, en cambio, se da una explosión intelectual, cultural, artística que se ha conocido pocas veces a lo largo de la historia.

¿Cuál ha sido el mayor reto a la hora de presentar al público ‘La piel dorada’ tras el éxito alcanzado con su novela ‘La tabla esmeralda’?

El mayor reto ha sido escribirla… Porque el público te pone cara y me decía que le había gustado mucho, que quería más y eso me daba mucho miedo. Ponerte delante de la pantalla en blanco y ser capaz de repetir una fórmula que no tiene receta, que es el problema: no hay recetas para el éxito. Entonces, al final, yo estoy aquí porque me divierto, porque me gusta escribir, porque me lo paso bien contando historias. Con cada libro descubro algo nuevo que me enriquece personalmente y no quiero perder esa magia, ese vértigo que te da al principio, procuro pasármelo bien, porque si yo me lo paso bien al final el lector se lo va a pasar bien.

Además de la fuerza de sus personajes: de Karl, Hugo, de la baronesa von Zeska, de Inés, quiero preguntarle por esas jóvenes asesinadas y más en concreto por la organización a la que pertenecían: La Maison des manequins.

La Maison des manequins es inventado por mí, no existía como tal, tiene una doble función. sí que es verdad que yo me he basado en esas primeras agencias de modelos que empiezan a surgir entonces, cuando aparece la fotografía sobre todo, porque había muchos artistas que no tenían recursos, lo que hacían era coger los catálogos de modelos de fotografías y compraban o alquilaban, de ahí cojo el germen de las agencias de modelos, y basándome en eso pero yendo un pasito más para hacer un guiño a la anarquía que era el pensamiento de moda que estaba entonces. La Maison era una especie de comuna anárquica en la que no hay normas, el trabajo se pone en común…, todo inventado pero que tiene su base de realidad.

Uno de los protagonistas, el inspector Karl Shlackman mantiene una obsesión con el famoso Jack el Destripador.

Realmente es un recurso que yo utilizo desde la primera frase de la novela para captar la atención del lector, todo el mundo sabe quién es Jack el Destripador, él mismo ya genera una atmosfera. Es lo que hago, le digo: Eh lector colócate en este ambiente, pero ahora vamos a cambiar de ambiente.

Muchas gracias y mucha suerte, Carla.


Por Ginés J. Vera.
Foto: AU Agenda Urbana

lunes, 2 de junio de 2014

VÍCTOR DEL ÁRBOL: «El tema principal de mis novelas siempre es el dolor y en esta novela no es una excepción.»

Entrevisto a Víctor del Árbol, (Barcelona, 1968) quien cursó estudios en Historia en la Universitat de Barcelona, colaboró dos años como locutor y colaborador radiofónico además de ser funcionario de la Generalitat Catalana desde 1992 hasta 2012. Como escritor fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008 con ‘El abismo de los sueños’ (no publicada) y ganó el Premio Tiflos de Novela en 2006 con ‘El peso de los muertos’. En 2011 publicó ‘La tristeza del samurái’ que cuenta con numerosos premios como Le Prix du polar Européen 2012 a la mejor novela negra europea, le Prix QuercyNoir y el Premio Tormo Negro. En 2013 publicó ‘Respirar por la Herida’ finalista a la mejor novela extranjera en el festival de cine Negro de Beaune, finalista en el II Premio Pata Negra de Salamanca, finalista a la mejor novela negra 2014 que otorga el festival VLNC. Acaba de publicar Un millón de gotas (Destino, 2014).

Un millón de gotas es una novela que habla sobre la condición humana, sobre la traición, la culpa y la memoria.

Entre otras cosas… Hay una cosa sobre la que habla mucho esta novela y sobre la que no he hablado en otras novelas y es el amor. Es una novela con una gran lucha, entre un gran odio desde los años 30 hasta 2001 o 2002, y a la vez la capacidad de confrontar otra realidad como el amor. No el amor necesariamente romántico, sino el amor con una ideología, amor por un hijo, amor por un padre…. Es curioso porque cada vez que aparece el odio, la culpa, la venganza aparece el contrario, eso para mí, como escritor, es muy importante, ha sido una evolución muy importante. El tema principal de mis novelas siempre es el dolor y en esta novela no es una excepción; el dolor significa la ruptura, cuando te rompes para ser otra cosa. Pero he encontrado esa contraposición en el lado positivo del amor, el amor también puede ser doloroso, pero es un dolor distinto, distinto al de la desesperación o el de la derrota.

¿Cómo definiría a Gonzalo, al protagonista, a partir de ese hecho clave como es el suicidio de su hermana Laura?

Gonzalo, y lo repito todo el rato pero es que es una frase que me gusta, es una buena persona, con todo lo que eso significa. Y para ser una buena persona tiene que tener un cierto grado de ingenuidad, un cierto grado de inocencia buscado. Gonzalo no es una persona ingenua, él ha elegido, digamos, no ver ciertas cosas de su pasado, de su historia familiar, de su relación con su mujer, de la realidad que esta envolviendo a sus hijos… En realidad es una falta, que es un poco lo que hacemos todos; cuando decidimos llegar a un acuerdo con nosotros mismos para convivir en el día a día, ¿verdad? Cosas que preferimos no ver las pasamos, las pasamos, las pasamos... Lo que pasa es que este pasar se va convirtiendo en un silencio que acaba teniendo un peso en la novela tremendo. Lo que Gonzalo calla acaba teniendo un peso en la novela muy potente. Hay cosas que él sabe de su mujer, cosas que su mujer sabe de él, y cosas que sabe de su hijo; eso que no se dicen cuando se miran a los ojos ahí va contaminando el día a día, y entonces eso acaba explotando. Eso acaba explotando y luego Gonzalo acaba revelándose, como dejándose llevar por sí, por ese hombre que llevaba dentro escondido durante tantísimos años, ese lobo que aúlla.
Hay una parte de la novela que se llama lobo flaco, el lobo flaco es la parábola de Esopo. Él es el perro doméstico, pero dentro de él el lobo aúlla, cuando está solo; por ejemplo, se alquila un apartamento que nadie sabe que lo tiene, ahí escucha su música, va a leer sus libros, a fumar sin que su mujer se entere, pues para eso, para él es como su espacio de libertad, pero llega un momento en que su pasado, el pasado de su padre, de su madre, todo eso, el lobo aúlla, aúlla porque quiere salir, no lo puede contener y salta.

Hechos que suceden en la distancia o en el tiempo y se relacionan a modo de efecto mariposa aunque transcurran cuarenta años como en Un millón de gotas, ¿con qué quiere que se queden los lectores de su novela conforme pasen los años?

Nada, no pretendo que el lector recuerde nada cuando se cierre este libro. Lo que pretendo que recuerde el lector es que se haga preguntas sobre sí mismo, eso es lo que a mí me gustaría. Cuando tú entras en un libro de una manera y sales de ese libro de otra significa que te has dejado algo, y eso es que es un buen libro, que es una buena historia, que ha conseguido de alguna manera tocarte el alma. Y que te haga preguntas, este libro está lleno de preguntas, preguntas que yo no me hago a mí mismo, preguntas que yo comparto con el lector, no que yo le haga al lector como si yo tuviera las respuestas, porque yo no tengo las respuestas, Yo quiero compartir con él mis preguntas. Oye, ¿tú te has planteado alguna vez quién era tu padre, quien era tu padre antes de tenerte a ti? ¿Qué hubiera pasado si no hubieras nacido?, ¿a ti realmente te han amado o tú realmente has amado alguna vez…? Llevas casado veinte años, pero ¿realmente tú quieres a tu mujer o estás con ella por costumbre? Este tipo de cosas.

Si junto al título ‘Un millón de gotas’ pudiera añadir un subtítulo, cuál seria y por qué.

Un millón de gotas o la memora del olvido; la memora del olvido, es un oxímoron. ¿Por qué? Porque hay un hilo conductor en la novela que es la invención de la memoria, es una cosa que es común en mi universo literario: la concepción, idea de que la memoria nos la inventamos. De que la memoria no es solo lo que recordamos sino sobre todo lo que olvidamos.

Muchas gracias y mucha suerte, Víctor.

Por Ginés J. Vera.