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jueves, 18 de octubre de 2012

BECKETT VISTO DE CERCA... (Por Fidel Tomás)

La pequeña editorial segoviana “La uña rota” ha cubierto este año 2012 un clamoroso vacío de las letras en español, en el mes de Mayo ha publicado la monumental y exhaustiva biografía de Samuel Beckett que Anthony Cronin, amigo personal de Beckett, escribió hace ya quince años. La traducción corre a cuenta de Miguel Martínez-Lage, buen conocedor y traductor de la obra beckettiana, fallecido recientemente.
   
    El enorme privilegio que supone la lectura de “Samuel Beckett. El último modernista” consiste en poder contemplar en toda su magnitud la coherencia en la trayectoria poética del premio Nobel de literatura de 1969.
    
     A través de los diferentes géneros (novela, teatro, relato corto, piezas para radio y televisión, incluso cine), se puede rastrear con claridad la lógica evolución que avanza desde la exhuberancia formal y lingüística de novelas como “Murphy” o “Watt”, hacia la desposesión y la difícil sencillez de un lenguaje que trata, en su última esencia, de nombrar el silencio. En este progreso hacia un (solo aparente) “menos aún” expresivo, que acabará por poner contra las cuerdas la capacidad representativa del lenguaje, observamos el camino diametralmente opuesto al que recorrió su padre literario: James Joyce. Por un lado la literatura y el lenguaje mismo se estiran hasta alcanzar un límite omniabarcante, por el otro, el lenguaje se muestra impotente y nos revela su miseria, que es la del hombre del siglo XX. La diferencia entre Joyce y Beckett es la diferencia entre poder decirlo todo y constatar que casi nada puede en realidad ser dicho.
   
     Hay un aspecto de la biografía de Cronin que se presta, tal vez, a confusión,  me refiero a la apelación de “modernista” que aparece en el título. Dentro de la cultura anglo-sajona esta es la denominación que suele utilizarse para ubicar lo que aquí en Europa llamaríamos en general “las vanguardias”, cualquier lector español podrá aceptar que Beckett se acercó en su obra a ciertos planteamientos estéticos de vanguardia, ninguno lo podrá entender como un modernista.
   
     En cuanto a la presentación personal que Cronin consigue trasladarnos, hay que alabar la extraordinaria documentación, que consigue presentarnos al autor con unos contornos muy definidos, gracias a la cercanía de su amistad personal. Opino, no obstante, que aparecen sobredimensionadas sus raíces irlandesas. Si bien es innegable que Irlanda constituye el telón de fondo de  la obra de Beckett, creo que en la formación de su personalidad y de su estética, Irlanda representó siempre aquello de lo que Beckett siempre quiso huir, llegando a afirmar al inicio de la segunda guerra mundial que prefería París en guerra que Dublín en paz.
    
    La biografía de Cronin resulta, en cambio suculenta, cuando nos cuenta algunos de los capítulos más desconocidos de la vida personal (que no íntima) de Beckett, por ejemplo el absurdo apuñalamiento que casi acabó con él, a manos de un proxeneta por las calles de Montparnasse. O su huída a Túnez para escapar del circo mediático desatado al serle concedido el premio Nobel. De entre estos capítulos más puramente biográficos, me quedo con uno, para acabar, cuya lectura me dejó impresionado: A. Cronin visitó en 1988 a S. Beckett en Tiers Temps, la residencia municipal de ancianos en la que pasó su último año y medio de vida. Los dos irlandeses compartían una botella de Jameson que Beckett escondía en el armario de la habitación, y al hilo de la conversación Beckett le enseñó a Cronin las vistas al “jardin” desde la ventana de su habitación. El “jardin”, que se podía ver desde la cama, consistía en un solo árbol sin apenas hojas, tal vez con una sola y, si (reconoció Beckett), muy semejante al que constituye el único decorado de “Esperando a Godot”, un final adecuado para alguien que dejó escrito que: “al final hasta las palabras lo abandonan a uno y con eso está dicho todo”.

Por Fidel Tomás.
Profesor de Filosofía y escritor.

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