Agradecido
de que Rosario Raro me conceda de nuevo una entrevista, quiero
empezar por el final de su novela. Tranquilidad, no voy a desvelar el
desenlace.
Me
refiero a que en las notas finales de ‘Desaparecida en Siboney’
(Planeta), Rosario indica que el primer flechazo entre esta novela y
ella se dio en una casona de Cantabria. Quienes me conocen saben que
profeso un amor especial a Santander y Cantabria. Por ahí, Rosario
ya me ganó (de nuevo) con esta novela.
Fue
en El Capricho de Gaudí, también conocida como La Villa Quijano, en
Comillas, donde descubrió «a
quien llamé en mi novela Mauricio Sargal. Su nombre real fue Máximo
Díaz de Quijano, comencé a tirar del hilo seducida por la mirada
que sostenía en un retrato de la que fue su casa durante un periodo
demasiado breve...»
De
Comillas viajamos a Barcelona, al menos virtualmente en esta entrevista. No en
vano, por entonces Mauricio nos describe “la vía que formaba parte
del primer trazado peninsular desde Barcelona a Mataró partían en
dos el paisaje”. Lo de trazado peninsular es porque el primer tren inaugurado en España fue en 1837, en Cuba (entonces provincia
española) y correspondía a la línea La Habana-Güines. Años
después se construyó la línea de Barcelona a Mataró en 1848,
línea todavía hoy en uso.
Cuba y Barcelona son dos ciudades con un
gran peso en esta novela, por cierto. La
ciudad condal es un personaje más de la novela, para mí, sin duda.
La Barcelona del XIX es una Barcelona que «estaba
en plena ebullición, los telares no paraban y la pregunta que hay
detrás de este libro tiene mucho que ver con el origen del dinero
para montar las fábricas textiles. »,
comenta Rosario. Pero, ¿qué es eso de la pregunta detrás de este
libro?... Al
parecer, mientras se documentaba para escribir ‘Desaparecida en
Siboney’, Rosario descubrió ciertos secretos acerca de fortunas actuales de
algunas de las grandes familias españolas que parecen provenir del
tráfico de esclavos en las colonias americanas a finales del siglo
XIX.
Pasados algo turbios donde algunas pruebas se han salvado... y otras
fueron borradas. «Una
guerra es la coartada perfecta para la quema de archivos.»,
asegura.
Y si en su anterior novela ‘La huella de una carta’,
también basada en hechos reales (al igual de ‘Volver a Canfranc’),
las cartas cobraban un protagonismo especial, en ‘Desaparecida en
Siboney’ lo es un telegrama. «En
mi novela hay un telegrama de Alfonso XII que contiene las claves de
desvelamiento sobre la verdadera identidad de los protagonistas.»
Si uno está atento a ese telegrama e indaga en los personajes de
ficción -a los que Rosario ha cambiado los nombres reales-, estos se
convierten en figuras históricas reconocibles y famosas. Como ella
misma comenta: «Muchos
políticos y empresarios actuales descienden de familias que se
dedicaron al tráfico de seres humanos. Creo que es algo que debe
llevarnos a una profunda reflexión, a pensar en manos de quiénes
estamos.»
Porque
‘Desaparecida en Siboney’ invita a la reflexión, y mucho; la
base de la novela no deja de ser ese grito de libertad, la puesta en
valor del movimiento abolicionista en una época con una mentalidad
muy diferente a la nuestra... O quizás no tanto.
Viajemos
de nuevo. Ahora por mar, tal y como nos cuenta Rosario y descubrimos
en su novela.
«Se
le llamaba eufemísticamente "comercio triangular" a la trata de
seres humanos. Los barcos partían de Europa hacia África, de allí
a América y del Nuevo Continente hasta aquí de nuevo.»
En ese “viaje redondo” o "comercio triangular" los buques nunca
navegaban vacíos. «A
África llevaban licores, caballos, armas…»,
comenta, y, en África, los negreros llenaban sus bodegas con
esclavos que eran trasportados a América. Muchos no sobrevivían.
Tras descargarlos en Cuba, Puerto Rico, Haití… los barcos volvían
«con
lo que nosotros conocemos por coloniales, los productos que se
vendían en los ultramarinos: café, cacao, azúcar… también
tabaco y mucho algodón para la industria textil.»
Un viaje redondo, sin duda, para los bolsillos de muchos y para
vergüenza de otros muchos más, ayer y hoy.
Respecto
a las condiciones de vida de la época, parece que se ha avanzado
algo ya que «los
abusos en las fábricas y en otros lugares de trabajo estaban a la
orden del día»,
añade que el caso extremo eran las esclavas, ya que «como
ni siquiera eran consideradas personas hasta muy avanzado el siglo
XIX no había ninguna responsabilidad para nadie en el caso de que
desaparecieran.»
Rosario
nos recuerda que «el
movimiento abolicionista comenzó a tomar fuerza en estos años que
yo relato, antes había sido silenciado de una u otra manera, cada
vez que había brotado con cierta fuerza.»
Puede
parecernos que estos hechos, la esclavitud, haya quedado en el
pasado, que sea algo tan lejano como cuando se comentan las
atrocidades de los españoles tras la llegada de Cristóbal Colón a
América ahora que se acerca la festividad del 12 de octubre… Pero
no.
Rosario Raro, al final de la novela, en un apartado de no
ficción, recoge «un
dato del Slavery Index de la Walk Free Foundation en él aparece una
cifra escalofriante respecto a la esclavitud: en la actualidad hay
más de 40 millones de esclavos en el mundo.»
No
quiero cerrar esta entrevista con datos, sino con otro de los guiños
habituales en las novela de Rosario. El que le hace a la propia
literatura. La
lectura, los libros y la poesía, están muy presentes en
‘Desaparecida en Siboney’, le comento. En tus anteriores también.
Ella me dice que sí, que «de
esta forma incluyo una biblioteca en mis novelas.»
Le hablo de que no
solo en Mauricio, a Manón también le gusta leer y que aparece un
poeta junto a sus poemas entre las páginas.
«Laureano
Parnás, el poeta, me pareció muy finisecular»,
y añade que «también
en el caso del padre Narciso Vergel, que como ya habrás adivinado es
el trasunto ficcionalizado de mosén Jacinto Verdaguer, también hay
mucha literatura: ganó los Juegos Florales, escribió La
Atlántida,
es uno de los grandes autores de la literatura catalana. Todo lo que
cuento de Vergel coincide punto por punto con la biografía de
Verdaguer. Cliff Barnaby le regala el libro de Richard Ford a Manón…
Y a doña Delia, por ejemplo, tal vez por su soberbia, por sus
“ínsulas”, que diría ella en vez de “ínfulas”, no le
interesan demasiado las palabras escritas por los demás, tal vez,
porque eso significa que no le interesan los demás, en general.»
Estoy
seguro de que a tus lectoras y lectores les va a interesar volver a
leerte, Rorario, y a quienes aún no te han leído, confío en que lo
hagan tras leer esta entrevista.