Un verdadero honor poder compartir hoy una nueva entrevista a José Luis Muñoz. En este caso por su novela La bahía humeante (Traspiés), que reseñé aquí hace poco. Os dejo el enlace abajo.
Respecto a la entrevista, Muñoz no defrauda, habla alto y claro; opina que cuesta encontrar libros buenos actuales, también de lo que debe tener un buen libro para enganchar o que el turismo es una carcoma que todo lo destruye. La opinión de Muñoz sobre los talleres literarios me parece honesta y sincera, aquí puedo hablar con más conocimiento de causa que objetividad pues como sabéis he impartido talleres literarios desde hace más de diez años. Con todo, os dejo la entrevista y agradecido por vuestros comentarios.
P.: A Max Rigalt, al protagonista de La bahía humeante, no quiere que lo confundan con Paulo Coelho, leemos en un pasaje de la novela. Me ha parecido un tanto curioso porque sé que igual que hay una supuesta clasificación de escritores de mapa y brújula, no sé si también la hay de dos tipos de escritores… Los del lado de Coelho –y quizás Tom Clancey– y los de otro grupo. ¿Se anima a contestar?
R.: Paulo Coelho es como Eric Burdom, un gran farsante y gurú con un montón de adeptos. No me interesan sus libros. Estuve hojeando uno en una feria del libro de Madrid, por aburrimiento, y me pareció una tomadura de pelo sideral. Se publica mucha basura, se publican muchos libros de escritores que se vanaglorian de no haber leído en su vida, triunfan los mediáticos, los youtubers, los influencers, los que se autopublican... Entre tanta paja se hace muy difícil encontrar algo de grano. Cuesta encontrar libros buenos actuales. Muchos confunden la redacción correcta con la literatura, son obras que no tienen alma. Por suerte están los Paul Auster y los Enrique Vila-Matas. Espero sus libros con devoción. Coetzee ha muerto para mí desde que abandonó Sudáfrica.
P.: Quizá voy a ponerle en un brete si le pregunto qué entiende por un mal libro. Y lo hago al hilo de una conversación que leemos en La bahía humeante, donde Burdom y Rigalt conversan. El primero afirma que “se pueden perder dos horas con una mala película” y prosigue con: “pero no se puede pedir a un lector que pierda una semana leyendo un mal libro.” En su caso, ¿si ha comenzado un libro y no le engancha es de los que sigue hasta el final por respeto o de los que lo abandona inmisericorde?
R.: Me cuesta dejar un libro, porque siempre espero encontrar algo bueno en él, aunque sea una descripción, una frase brillante, que lo justifique. Pocas veces abandono un libro. Estuve tentado de hacerlo con el Ulyses de Joyce en el que invertí un año, un calvario literario. La literatura debe ser lúdica, un juego que enganche. Cortázar así lo entendía. Un buen libro tiene que enganchar, mantenerte atento en casi todas sus páginas, no soltarte hasta el final y, sobre todo, perdurar en boca, como un buen vino, una vez leído. Lo peor que se puede decir de una novela es que te provoca indiferencia.
Un escritor debe excitar, horrorizar, golpear, irritar al lector, conmoverlo de alguna manera. Si no lo consigues, no escribas. Gustavo Abrevaya, un colega y amigo argentino, escribió una pieza maestra llamada El criadero, pura magia y horror. La estética no solo debe de ser resaltar la belleza, ahí están en pintura Lucien Freud y Egon Schiele, por ejemplo. O el feísmo de Goya en sus pinturas negras.
P.: Varios de los personajes de La bahía humeante se conocen en un taller literario. En una escuela de escritura creativa con el no menos literario nombre de Yoknapatawpha. Personalmente he asistido a talleres y no entiendo a quienes despotrican sobre el aprendizaje de técnicas y herramientas narrativas. Como si todas y todos naciésemos con el don de la escritura. Más allá del flaco favor que Burdom les pueda hacer (medio en broma) a los lectores de esta novela, le agradecería unas palabras acerca de lo que cree que pueden aportar o no los talleres literarios a los escritores en ciernes.
R.: Quizá se abusa del concepto del taller literario. No creo que de ellos salgan los escritores. Los escritores, como los músicos, o los pintores, nacen. Quizá a través del taller literario perfeccionen su técnica, se les den algunos trucos para montar historias, pero el mejor taller literario, al que yo he ido, se llama librería, biblioteca y sillón de lectura. Somos lo que comemos, y somos lo que leemos. Me alegra de que cuando escribo cuentos, por ejemplo, esté Cortázar muy presente, porque lo he leído y admirado y nadie como él ha sabido jugar con las palabras. O que en mis novelas negras haya trazas de Jim Thompson, otro de mis iconos, antes de que lo leyera, por cierto.
P.: Las referencias literarias abundan en
La bahía humeante, nada nuevo en su narrativa. Menos aún en esta novela con un protagonista y su antagonista escritores ambos. Sonreí al ver que mencionaba a
Jack London y un relato sobre un náufrago. Háblenos de su viaje a Islandia como germen de esta novela en contraposición a otros autores como
Bran Stocker o
Emilio Salgari que escribieron grandes obras sin pisar Transilvania o el Sudeste Asiático, respectivamente.
R.: El concepto de viaje está muy ligado a la literatura. Leer una novela es viajar, ir a un lugar a través de sus páginas y sus personajes, viajar al pasado a través de la novela histórica, o al futuro a través de la ciencia ficción. De mis viajes han salido, entre otros, libros como Patpong Road, La frontera sur, Lluvia de níquel, La manzana helada, El viaje infinito, la trilogía Brother, La bahía humeante, El centro del mundo, El mal absoluto, El rastro del lobo, El final feliz, Viajeros de sí mismos, alguna más que me dejo, y La colina del Telégrafo que pronto verá la luz.
A través de esos autores que nombras, viajé. Con Jack London, Joseph Conrad y Sommerseth Maugham más que con Emilio Salgari o Julio Verne, que no se movían de sus mapa mundis. Viajar te abre una perspectiva extraordinaria sobre el mundo. Ha habido y habrá grandes escritores viajeros como Isak Dinesen o Paul Bowles. El concepto viajero está reñido con el de turista. El turista es un tipo superficial que va de un lado a otro sin enterarse de nada pero haciendo muchas fotos en las que salga, sobre todo, él. Ser viajero es mirar esos países lejanos con respeto, admiración, tratar de comprenderlos, integrarte o incluso vivir como Bowles o Dinesen. La época de los grandes viajes de principios del siglo pasado toca a su fin. El turismo es una carcoma que todo lo destruye. Por suerte, vivo en un enclave sostenible en donde esa plaga aún no ha hecho muchos destrozos.
P.: He detectado dos interesantes recursos narrativos a la hora de leer La bahía humeante. Uno de ellos es la voz narrativa en tiempo presente con la que vamos descubriendo la historia. Y justo gracias a ese narrador omnisciente las prolepsis nos adelantan frugalmente algo jugoso que sucederá después. Uno y otro suelen ser habituales en las novelas policiales clásicas, ¿no es así? ¿Es quizá un homenaje al género negro clásico?
R.: En el género negro está muy presente la tragedia griega, el tema del fatalismo que pivota sobre sus personajes. Desde el principio de la novela se perfila la tragedia. Burdom es una especie de Kurtz, el personaje de El corazón de las tinieblas, que está muy presente en toda la narración aunque solo asome al final. El narrador se toma esa pequeña licencia, le va susurrando cosas al oído del protagonista, que tiene sueños premonitorios, a veces le aconseja o le advierte. Introduzco la magia, porque Islandia es mágica, en ese musgo que crece en el brazo de Max Rigalt, una naturaleza que lo devora, que lo hace suyo. El lector sabe que esa historia no puede acabar bien. La novela negra es un espacio de perdedores.
La bahía humeante. José Luis Muñoz. Ediciones Traspiés.
Enlace a la reseña de La bahía humeante.
El centro del mundo. Entrevista a José Luis Muñoz
Brother. Libertad. José Luis Muñoz