Me concede una entrevista la periodista, gestora cultural y escritora Elga Reátegui. Acaba de publicar un libro infantil “Tari, la tortuga que vino del espacio” (Lastura) que ha presentado en la 56 Fira del Llibre de València con notable éxito.
P.: En la historia de “Tari, la tortuga que vino del espacio” no solo oímos hablar a los animales del bosque, también a las piedras. Me ha resultado curioso. Me gustaría que nos comentases esa parte de la fábula.
R.: Me fascinan las piedras. Quizá mi predilección por estos minerales surgió cuando escuché parte de la letra de un yaraví que decía: «La piedra siendo piedra, al verme llorar, lloró». Entonces, concluí: «También poseen sentimientos, y viven a su manera». Tendría siete u ocho años. Confieso que me llamó poderosamente la atención. Ese el origen de Rocki, el abuelo Roca y el resto de su familia pétrea que pueden comunicarse a través de la telepatía. ¡Quién sabe si en la realidad pueden hacerlo y nosotros con tanto ruido propio y del mundo somos incapaces de escucharlos.
A propósito, déjame contarte que en la cultura andina peruana hay mucha literatura que se refiere a las piedras y rocas. Por ejemplo, recuerdo una leyenda -sino me equivoco perteneciente al gran escritor José María Arguedas-, que cuenta sobre unas piedras malévolas que devoran personas*.
P.: El planeta Quelón está a millones de años-luz de la Tierra, descubrimos en el libro, pero a pesar de la distancia en algunas cosas es muy parecido al nuestro. Algo muy importante en la trama de esta historia. ¿Es así?
R.: Somos seres imperfectos, los de acá y más allá. Hay gente y, probablemente extraterrestres, con similares defectos y virtudes. Como suelen decir, aquí, en España, todos tenemos nuestros más y nuestros menos. Y sin ir muy lejos, solamente tomando en cuenta nuestro planeta, allá adónde vayas vas a hallar gente igual de buena o miserable. Así que no dividas la Tierra entre países adelantados o atrasados, porque te vas a decepcionar si viajas y los descubres. Ni los supuestos países más cultos o ricos se salvan de tener personas ciegas de corazón o alma. Así que alimenta tu luz y reconoce tus sombras.
P.: Creo que uno de los grandes temas de esta fábula es la puesta en valor de lo diferente, también el respeto por los demás. ¿Nos lo comentas?
R.: Sí, aunque no lo entendamos o no compartamos ciertas esencias o pensamientos (y/ o actitudes o comportamientos), hay que respetar y fomentar el respeto. Es una regla que se va olvidando. E incluso los que supuestamente "hablan de respeto y tolerancia" son los primeros que quieren imponernos sus ideas, porque se creen poseedores de la verdad o de las soluciones a los grandes problemas de la humanidad. Se ataca al que piensa distinto, lo convierten en un enemigo al que hay que dominar e incluso sacar de juego. Sin duda detrás de eso, hay un enorme miedo. La única solución a eso es darse la oportunidad de conocer al otro, apartar beligerancia y abrir el corazón.
P.: Llevas muchos años viviendo en España, en la Comunidad Valenciana, aunque naciste en Perú. De algún modo también hiciste un viaje como Tari. Quería preguntarte si hay algo de ti en la protagonista de tu libro.
R.: Yo también fui una especie de extraterrestre en Valencia, ja,jaja. Una Tari de Perú. Pero lo tuve claro desde que puse los pies en estas tierras: el que llega, tiene que adaptarse. Me toca de nervios cuando escucho decir: «Es que no es lo mismo que allá». Obvio. Y ¿por qué tendría que serlo? Cierto es que me frustraba un poco a la hora de comunicarme. Mi habla veloz y mi léxico me jugaban en contra. Tuve que esforzarme y efectuar cambios. Paso a paso fui avanzando. Al comienzo mi esposo, valenciano, tenía que oficiar de traductor, pero mis ganas por formar parte de mi nuevo hogar me ayudaron a lograrlo.
P.: Estamos acostumbrados a leerte en novelas y poemarios, amén de tu libro de microrrelatos La fugacidad del color (Lastura). ¿Cómo y cuando surgió la idea de escribir un libro infantil?
R.: Surgió durante el trayecto de mi vuelta España desde Suiza, me quedé pensando en lo que me había contado Julia, la nieta mayor de mi esposo -a quien quiero como si fuese mía también- unos meses antes del confinamiento, cuando la niña tenía cinco años. Aquella noche me relató con mucha tristeza todo lo que le hacía su profesora de entonces: su tono agresivo al referirse a ella en clase, sus reprimendas por no ir al ritmo de sus compañeros (era la de menor edad del grupo, y no lo tomaba en consideración) e incluso sobre la falsa acusación de robo que le imputó cuando durante una excursión se le olvidó devolver a su sitio un objeto de decoración (una piedra de cuarzo, a ella le encantan). Si no abría la boca para sancionarla, optaba por ignorarla. Sus padres fueron a pedirle explicaciones por su actitud y comportamiento, pero no lograron sacarle otra justificación más que el simple: «Se porta mal».
No se mostró abierta al diálogo. Menos estuvo dispuesta a escuchar. Tampoco el director quiso tomar cartas en el asunto, porque, sencillamente, la máxima autoridad en el aula, era la maestra. Se encontraron indefensos tanto como su hija. No tardaron en concluir que detrás de ese enojo constante y abierto rechazo se hallaba el inmenso rechazo de esa mujer a los inmigrantes: sus padres son de dos nacionalidades foráneas y, por lo visto, ella no lo podía soportar. La maltrataba por ser "distinta" al resto de niños. Ni lo disimulaba. Se creía superior, y no vacilaba en hacérselo sentir a la niña con toda impunidad. Dicha mujer era una acosadora e invitaba a sus alumnos a emularla. Es decir incentivaba el bullying.
Julia compartía conmigo su experiencia mientras abrazaba a su tortuga de peluche, mientras yo no podía evitar traer a mi memoria el tiempo en que fui a acosada a diario por tres niñas de mi barrio. Hasta ahora no logró entender el por qué se aparecieron un día en mi vida y la convirtieron en un infierno. Sufrí este martirio psicológico parte de mi niñez y adolescencia. Me esperaban a la salida de mi quinta y procedían a burlarse de mi cuerpo o ropa. Y alguna vez entre las tres intentaron agredirme físicamente cortando mi paso o empujándome contra la pared. Se lo conté a mis padres, pero bien me decían: "¡Defiéndete!" O, ya cansados de mis quejas, sobre todo mi padre, resolvía muy amargo, a dispersarlas con insultos cuando las veía merodeando mi casa. Pero a ellos, como a muchos padres en la actualidad, les parece normal que los niños o jóvenes se "relacionen" de este modo. Que es natural este tipo de comportamientos de unos con otros. Que, al fin y al cabo, son cosas de muchachos.
Quedé muy conmovida con su historia, porque yo también la viví, y se cómo duele y marca. De allí me decisión y compromiso a abordar el tema a través de Tari.
P.: El libro está dedicado a dos personas, con una imagen en blanco y negro muy emotiva. ¿Nos quieres hablar de ello?
R.: Sí, son mis chiquititas, Julia y Lili, a ellas va dedicada la historia. Como conté antes la idea vino a partir del relato de Julia. Aunque no solo escribí Tari pensando en los pequeños, sino también en todos adultos que padecimos acoso cuando fuimos niños (adolescentes) y no sabíamos exactamente qué ocurría y por qué.
Sin duda hay que hablar del tema, escuchar a los niños, no ignorar o restar importancia a los que les pasa.
Existen niños que se defienden cuando ven que nadie saca la cara por ellos, pero hay otros que se callan y sufren en silencio por temor a las represalias. El adulto debe intervenir educando, sin fomentar la violencia. Es urgente tocar el tema y hallarle una solución. No soy una experta en el tema, tan solo una de las tantas víctimas. Y, por ende, sé de lo que hablo.
P.: Por último, destacar que has presentado este libro en la Feria del Libro de Valencia este 2021. Seguro que han acudido muchos niños y niñas para adquirir libros. ¿Qué retos supone ver publicado un libro infantil en estos tiempos de dispositivos electrónicos tan accesibles a los pequeños lectores? ¿A qué edad va dirigido “Tari, la tortuga que vino del espacio”?
R.: Yo creo que los libros físicos han vencido a los dispositivos electrónicos. A los niños les sigue gustando tocar los libros, pasar las páginas y delinear con sus dedos las letras e imágenes. Y creo que eso también les pasa a los adultos. Los libros ya tienen ganado su sitio y nadie se lo va a quitar.
En cuanto a la edad del público lector, yo creo que leído por sus padres, a partir de los cuatro años, aunque la historia se puede intuir o entender de solo ver las ilustraciones, y de allí en adelante, todo aquel que sepa leer, obviamente.
Tari, la tortuga que vino del espacio. Elga Reátegui. Lastura ediciones.
(*) Nota: José María Arguedas publicó más de cien relatos orales del Perú en el libro Mitos, leyendas y relatos peruanos, en 1947.