lunes, 3 de febrero de 2014

Carlos Meneses Nebot: « Si no extrajera mis temores, manías, obsesiones hacia afuera, probablemente enloquecería».

Carlos Meneses Nebot (Palma, 1969), hijo del también escritor Carlos Meneses,  ha publicado un nuevo libro de relatos El día que murió Amy Winehose. Reside en Palma de Mallorca donde trabaja de acomodador de cine y colabora en el periódico Última hora. Autor de cinco novelas: Último asalto, Deltoides, Chop suey de pollo (Finalista del Premio Nuevos Narradores Ópera Prima), No te lamentes tanto, Carlitos  y El último trabajo de Germán Cárdenas, lo es además de los libros de relatos: Vuélate la tapa de los sesos, El sombrero del innombrable y Natalia y otros relatos.


Leo en su biografía de la editorial que trabaja en un cine, en Palma, ¿hasta qué punto el cine y la literatura se han unido para decidir escribir este El día que murió Amy Winehose?

Pues siendo sincero el mundo del cine no ha tenido en absoluto que ver en la creación de este libro.  Es curioso porque muchas veces gente que me ha leído me indica que soy “muy cinematográfico”.  Pero, supongo, que sucede como en casa del herrero: cuchara de palo. Apenas veo películas, por no decir ninguna.

‘No sabemos qué hacer para que el tiempo pase de una vez por todas’, dice Amy, pero creo que también lo compartirían los protagonistas de las otras cinco historias.

Sí, seguramente esta frase sería compartida por la mayoría de protagonistas de los relatos.  Individuos que viven tal vez al límite, tal vez quemados por sus circunstancias, tal vez inundados de una desidia que ha sido producida por sus constantes flirteos con la autodestrucción. Algo que todos en menor o mayor potencia poseemos. Evidentemente en mis relatos los personajes los poseen en alto grado.

¿Por qué eligió precisamente a estos personajes, a los que dedica cada relato, para conformar este libro?

Digamos que en el caso de Amy Winehouse es por la veneración que sentía por ella la que era mi pareja sentimental y que, lamentablemente, también falleció.  Al morir ella la fascinación que tenía por Amy Winehouse fue mimetizada por mí, tal vez como un homenaje/guiño a ella misma, a la Winehouse, o a ambas.  En el caso de Bukowski es sencillamente porque fue el primer escritor que me cautivó y, de tanto en tanto, sigo recurriendo a él.  Sobre todo cuando estoy indeciso con algo: “Hey, Hank (le pregunto invariablemente a su alter ego: Henry Chinaski), ¿por dónde tiro ahora?”.  Generalmente me fija la mirada y tras unos segundos eternos me responde: “Primero tómate una copa, luego ya hablaremos”. Fante, en todo caso, pertenece a mi mundo treintañero, sin embargo irrumpió con tanta fuerza como Bukowski en mi adolescencia.

Hábleme de la banda sonora de los relatos de El día que murió Amy Winehose más allá de las Ronettes o Carlinhos Brown, que si se mencionan en un par.

Las Ronettes vendría a ser un guiño a Amy. Si no voy desencaminado, si la prensa se atuvo a lo que ella decía, eran su grupo favorito.  Carlinhos Brown es fresco y cálido, tal vez nadie que me conozca pudiera relacionarme con ese tipo de estilo musical pero a mí me suscita mucho sentimiento.  Si he de reseñar qué música me acompañó durante la creación de este libro señalaría dos estilos totalmente distantes: el ska y la rumba catalana.  Soy adicto a ambos.

En el relato que dedica a Bukowski vemos que éste se encuentra bien acompañado, casi con un guiño aparte a John Fante; quizá sea el más onírico de todos, si me lo permite.

Fante murió tras ser redescubierto por Bukowski. Me pareció inevitable entremezclarlos. Puede que sí, que sea el más onírico, tal vez porque su enfermedad le llevó a ser cortado a cachitos y yo esta desgracia la trato de una manera simbólica. En mi relato trato de dar a ese personaje un toque surrealista en base a sus amputaciones.

Quiero destacar el lenguaje descarnado, ese vocabulario hiperrealista, coloquial, con profusión de jerga en ocasiones.

Siempre he tratado de narrar coloquialmente, no poner obstáculos al posible lector. Desde mi punto de vista es importante que el narrador sea accesible. No adornarse en exceso y agilizar la historia. Lo peor de todo es aburrir y siempre parto de esta premisa y procuro no alejarme de ella. El argot es algo natural en mis escritos puesto que hablo de gente normal y corriente, gente que vive en barrios obreros, gente que te encuentras en la pescadería o en la charcutería. Tomando un tinto en el bar de la esquina o una hamburguesa doble en tugurio del otro lado de la calle. Para mí “deben” hablar así.

‘Los escritores tienen derecho a todo’, pone en boca de Kerouac; cómo escritor, ¿está de acuerdo con ello?

Aquí podría surgir controversia. Evidentemente no, no tienen derecho a todo. Pero sí se puede sugerir, cambiar una historia real y reconvertirla en algo también “real” aunque sea una ficción, aunque sea algo inspirado en un tema extraído del mundo de a pie. En ocasiones, conviene tenerlo en cuenta para no ofender a nadie. Algo que, por otra parte, es relativamente sencillo.

Palpita la parte inconsciente de los personajes y sus motivaciones, me preguntaba si este inconsciente es el que impulsa al escritor a escribir, si es el que se revela frente a la monótona realidad, creando otra/s.

Yo no sabría muy bien explicar el por qué de escribir. Más aún, porqué escribo yo. Cuando me dicen: “bueno, haces lo que te gusta”, enfurezco. No, no hago lo que me gusta, lo hago por necesidad. Hay un impulso generado desde tus adentros que te “obliga” a escribir. Lo digo en mi caso, por supuesto.  Porque si no lo hiciera, porque si no extrajera mis temores, manías, obsesiones hacia afuera, probablemente enloquecería. No digo que sea sano enfocarlo desde este prisma, pero he aceptado esta condición como algo natural.

Drogas, alcohol, violencia física y verbal, y un descenso tortuoso parecen golpear al lector en estos seis combates, provocándole a reflexionar con cada uno.

Siempre resalto que yo no trato de “decir” nada a nadie. Escribo lo que me sale, lo que me corroe, sin meditaciones, porque es lo que en ese momento puede que me preocupe o me inquiete. Me altere o me fascine. No hay una lectura moral o, al menos, no la debería haber, en lo que yo narro. No se me llena la boca diciendo que trato de enviar un mensaje social o tal o pascual. No.  Sólo trato de escribir, primero para mí y, luego, si es posible, para alguien más. Si no gusta tan amigos. No pasa nada. En todo caso, para gustos colores.

Me ha llamado la atención también los personajes secundarios, por una parte destaco esas mujeres rumanas pidiendo a las puertas de un Mercadona; también el color blanco, aunque suene extravagante.

Bueno, trato de dotar a los relatos pinceladas de cruda realidad, detalles nimios pero que apoyan a la narración. Lo de una mujer rumana pidiendo limosna a las puertas de un supermercado es algo que lo vemos cotidiano, a lo que ya no prestamos atención porque nuestros ojos se han acostumbrado a esa ya típica escena. Pero ahí están, mostrándonos una realidad implacable. ¿El blanco? Siempre me ha gustado el blanco, lo veo un símbolo de pureza del que nos vamos alejando a medida que los años nos corrompen. En todo caso, no debería gustarme tanto porque yo soy del Barça y no del Madrid.

‘Siempre admiras lo que no posees, aunque te lo niegues a ti mismo’, leo en Grogui, coméntenos esta frase.

Yo siempre he sido un “gran envidioso”. Por ejemplo, envidio la espontaneidad, calidez y atrevimiento del cubano Pedro Juan Gutiérrez, algo que yo sé que nunca poseeré. Al menos en su forma de transmitir. Admiro “la decadencia” de Amy Winehouse porque siempre me ha atraído ese personaje que lo tiene todo y, sin embargo, lo lanza por el agujero del váter. En el caso del protagonista de Grogui, se da la circunstancia de que es un boxeador con clase, con talento, hábil y elegante. Pero, no obstante, le invade el pánico en el ring y admira lo que otro boxeador, la antítesis de él, posee: esfuerzo, tesón, sufrimiento.

Rememorando el relato ‘Paseando por Angel´s Flight’, evocando la imagen de ‘la risa del truhán beodo de Bukowski’, me atrevo a preguntarle si tuviera que elegir una imagen, un fotograma entre todos los que emergen de estos relatos, ¿cuál elegiría como representativa?

Elegiría a la chica que camina de espaldas por las calles. La veo etérea, vestida de blanco, mirada perdida, caminando de espaldas con seguridad y aplomo, pero de espaldas. Como peleando a la contra. 

Un pensamiento de Celso, en Caminando de espaldas, es: ‘No había más que encontrar al interlocutor apropiado’; ¿diría que los escritores transmiten sus historias a la espera de encontrar al lector apropiado?


Sospecho que sí, que no es fácil encontrar alguien que digiera lo que uno escribe. Siempre hay una traba, una pequeña duda (o una gran duda) en lo que transmites. Pero soy de los que piensa que debe ser así. Me he hartado de ver a escritores que se doran la píldora los unos a los otros sin haber leído un solo párrafo. Y lectores que se hincan de rodillas como si lo que “ha dicho” el autor de turno fuera a misa, fueran dogmas de fe, sin analizar lo dicho. No. Eso no lo aguanto.

Muchas gracias y mucha suerte, Carlos.

Por Ginés J. Vera

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