P.: En Malditos amores reúnes casi cincuenta relatos con un tema común. Siendo tu séptimo libro de relatos quería preguntarte por las motivaciones o la decisión de aparcar tu faceta de novelista y sacar a la luz una antología de textos más breves.
R.: Quisiera reivindicar el relato, que no tiene la misma consideración que la novela, sobre todo en nuestro país. Hay pocas editoriales que se deciden a publicar libros de relatos. Hay pocas publicaciones o revistas que los incluyan. El relato, la historia breve, siempre ha estado presente en la literatura universal, desde Chaucer o Bocaccio hasta Borges, Cortázar, Chejov o Carver. El relato, por su brevedad, tiene que enganchar desde el primer renglón y ser perfecto en su resolución. No valen las digresiones que se aceptan en las novelas. En Malditos amores reúno un sinfín de cuentos, algunos publicados en las revistas Interviú, Payboy y Penthouse, escritos a los 18 años, a los 30, a los 40 o anteayer, con ese vínculo en común de las relaciones interpersonales y ese extraño sentimiento al que llamamos amor en muchos de ellos.
P.: “Porque amar es el empiece de la palabra amargura”, cantaba Ana Torroja en Una rosa es una rosa (Mecano). ¿Quizá por eso el adjetivo de estos amores en el título? ¿Qué tiene el amor que ha inspirado a tantos artistas llevándoles incluso a la locura, levantado palacios o empujando a guerras?
R.: El amor apasionado es un delirio, una enfermedad de la mente, ese sinvivir pensando en el ser amado que no genera felicidad, porque casi nunca existe una justa correspondencia sino frustración en la mayor parte de los casos. El amor está detrás de crímenes, suicidios, guerras pero también inspira novelas, ópera, cuadros, esculturas, o monumentos como el Taj Mahal. Su presencia en el arte es importantísima. Lo que no veo muy claro es que el amor sea algo positivo si lleva a la locura o a la obcecación, pero desde luego sí es literario, como todo conflicto. En el día a día uno prefiere esos amores cómodos y serenos, que también los hay, y son muy gratificantes porque no producen grandes alteraciones, pero sobre ellos no escribo, no me interesa. Pero esos amores apasionados que todos, quien más quien menos, hemos sufrido en alguna etapa de nuestras vidas, y algunos varias veces, son como un chute de adrenalina para el cuerpo, como escalar el Everest sin oxígeno, hay que experimentarlos para sentirse vivo, aunque duelan, porque el dolor forma parte de la vida también.
P.: Me siento muy unido al relato La camarera. No solo por la timidez compartida con el protagonista. Aunque extraigo una curiosa afirmación del personaje femenino que le da título. Ella le asegura que las mujeres se enteran antes que los hombres de si uno le gusta a una. ¿Crees que es así? ¿Nos condiciona de algún modo nuestra forma de amar según nuestra genética o condición sexual?
R.: Ese es un relato delicioso y me alegra de que te haya gustado. Por lo general las mujeres tienen la sartén por el mango, aunque hay excepciones a la regla, claro. Muchas veces nos hacen creer que ligamos con ellas cuando en realidad son ellas las que ponen los puentes para que eso se produzca, toman la iniciativa de una forma sibilina. El comportamiento masculino es mucho más simple, testosterónico, frente al femenino que suele ser más racional.
P.: Creo que un guiño manifiesto es el que le haces a un paisano -también escritor, Alfons Cervera-, en tu relato El dedo perdido en el aire. Coméntanos esa alusión, pues leemos que todas las novelas de Cervera hablan “de la memoria, de la desdibujada del pasado, y de la devastadora sensación de derrota de los perdedores”.
R.: Alfons Cervera, aparte de amigo, es uno de los mejores escritores, o quizá el mejor, de este país. Hace muchos años que nos conocemos y nos respetamos, y lo leo siempre que puedo. Es el escritor de la memoria, y lo fascinante es que lo hace a través de su familia, lo más cercano, para crear sus novelas. Ese relato, reflexivo, es muy reciente, por cierto. Habla de un estado de ánimo, de amigos que ya marcharon, de nostalgia por el pasado a través de un itinerario urbano. Es un escrito muy personal que habla de la insalvable distancia entre un hombre y una mujer que en un momento dado se amaron. Ese dedo perdido en el aire es una sensación tan personal que no sé si he sabido transmitirla al lector.
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Malditos amores. José Luis Muñoz. Bohodón ediciones.
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