miércoles, 12 de febrero de 2014

EL DIARIO DE RON, de Hunter S. Thompson

Hay muchos motivos para leer un libro y cada uno tendrá el suyo, pero uno en el que coincidimos bastantes, creo yo, es el simple o no tan simple hecho de que alguien te cuente algo en confianza. Y esto, señores, Hunter S. Thompson lo hace de perlas. Uno llega a sentirse su colega, y ya sabemos que de un buen colega te interesa casi cualquier cosa que te cuente.

Con esta personal forma de contar, Hunter –me permito llamarle así, somos colegas–, creó en los años sesenta el periodismo Gonzo, un estilo de reportaje en el que el periodista se convierte en parte importante de la historia y en el que realidad y ficción se confunden. Especialmente sonado fue su artículo sobre los Ángeles del Infierno, la banda de moteros con los que convivió y viajó durante un año.

El diario del ron, o como dice su protagonista: “las aventuras de Paul Kemp, el Periodista Borracho”, la escribió en Puerto Rico, donde está ambientada, en 1960, aunque no fue publicada hasta 1998, cuando Johnny Depp, otro colega del autor, descubrió accidentalmente el manuscrito en una de sus visitas al rancho de Hunter en Colorado. No sólo tomaron la decisión de publicarla sino también de adaptarla al cine. El propio Depp fue el protagonista de la cinta algunos años más tarde, como ya lo había sido de una película basada en otro libro de Hunter, el titulado Miedo y asco en Las Vegas.

“Por mucho que deseara con vehemencia todas aquellas cosas para las cuales se necesita dinero, había una especie de corriente diabólica que me empujaba en otra dirección…, hacia la anarquía y la pobreza y la locura. Hacia ese delirio enloquecedor que sostiene que un hombre puede llevar una vida decente sin alquilarse a sí mismo como un mercenario”. Este fragmento de la novela bien podría servir de tarjeta de presentación de Paul Kemp, álter ego de Hunter, un espíritu libre.

Otro fragmento que me dio que pensar, quizás por identificación, y que sienta las bases de una manera de vivir, es aquel en el que reconoce los riesgos de sus decisiones, siendo consciente al mismo tiempo de que para él no hay elección, puesto que de otro modo no encontraría sentido a su vida: “Y era esta tensión entre ambos polos –un inquieto idealismo, por una parte, y un sentido de inminente perdición, por otra– lo que me mantenía en el camino”. Hunter acabó con su vida de un disparo en la cabeza a los 67 años. Puede que para entonces, después de no pocos excesos, su cuerpo no le permitiera asumir los riesgos que el bueno de Hunter necesitaba para sobrevivir.

Quedémonos con la ilustración de la portada, realizada a partir de una foto de Hunter con 23 años, en Puerto Rico, posiblemente escribiendo El diario del ron, un momento antes de levantar la vista y decir: «Ey, Ricardo, colega, ¿otro par de copas?».

Por Ricardo Guadalupe.

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