Hay
muchos motivos para leer un libro y cada uno tendrá el suyo, pero uno en el que
coincidimos bastantes, creo yo, es el simple o no tan simple hecho de que
alguien te cuente algo en confianza. Y esto, señores, Hunter S. Thompson lo
hace de perlas. Uno llega a sentirse su colega, y ya sabemos que de un buen
colega te interesa casi cualquier cosa que te cuente.
Con
esta personal forma de contar, Hunter –me permito llamarle así, somos colegas–,
creó en los años sesenta el periodismo Gonzo, un estilo de reportaje en el que
el periodista se convierte en parte importante de la historia y en el que
realidad y ficción se confunden. Especialmente sonado fue su artículo sobre los
Ángeles del Infierno, la banda de moteros con los que convivió y viajó durante
un año.
El
diario del ron, o como dice su protagonista: “las aventuras de Paul Kemp, el
Periodista Borracho”, la escribió en Puerto Rico, donde está ambientada, en
1960, aunque no fue publicada hasta 1998, cuando Johnny Depp, otro colega del
autor, descubrió accidentalmente el manuscrito en una de sus visitas al rancho
de Hunter en Colorado. No sólo tomaron la decisión de publicarla sino también de
adaptarla al cine. El propio Depp fue el protagonista de la cinta algunos años
más tarde, como ya lo había sido de una película basada en otro libro de
Hunter, el titulado Miedo y asco en Las Vegas.
“Por
mucho que deseara con vehemencia todas aquellas cosas para las cuales se
necesita dinero, había una especie de corriente diabólica que me empujaba en
otra dirección…, hacia la anarquía y la pobreza y la locura. Hacia ese delirio
enloquecedor que sostiene que un hombre puede llevar una vida decente sin alquilarse
a sí mismo como un mercenario”. Este fragmento de la novela bien podría servir
de tarjeta de presentación de Paul Kemp, álter ego de Hunter, un espíritu
libre.
Otro
fragmento que me dio que pensar, quizás por identificación, y que sienta las
bases de una manera de vivir, es aquel en el que reconoce los riesgos de sus
decisiones, siendo consciente al mismo tiempo de que para él no hay elección,
puesto que de otro modo no encontraría sentido a su vida: “Y era esta tensión
entre ambos polos –un inquieto idealismo, por una parte, y un sentido de
inminente perdición, por otra– lo que me mantenía en el camino”. Hunter acabó
con su vida de un disparo en la cabeza a los 67 años. Puede que para entonces,
después de no pocos excesos, su cuerpo no le permitiera asumir los riesgos que
el bueno de Hunter necesitaba para sobrevivir.
Quedémonos
con la ilustración de la portada, realizada a partir de una foto de Hunter con
23 años, en Puerto Rico, posiblemente escribiendo El diario del ron, un momento
antes de levantar la vista y decir: «Ey, Ricardo, colega, ¿otro par de copas?».
Por
Ricardo Guadalupe.
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