sábado, 21 de junio de 2014

ELEGÍA, de Philip Roth

                                            
   Inicio o  fin de un ciclo narrativo

La palabra elegía puede asociarse a un mero recurso retórico demasiado pomposo para ornamentar un momento fúnebre. Es interesarse asociarla, ahora, a la presunción de un ciclo narrativo que inicia o que finaliza un escritor norteamericano consagrado y ganador de los premios National Book Award, el PEN/Faulkner Award , Premio Pulitzer, National Book Critics Cicle Award y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, entre otros. Dicho título también conlleva al recurso literario de utilizar una obra de teatro inglesa del siglo XV, de tendencia alegórica, para insertarla en la posmodernidad. Elegía es de aquellas novelas que indican y que simbolizan una etapa que se empieza a alejar del recurso netamente literario hasta posicionarse en la búsqueda de una identidad o de un momento intrínseco y  autobiográfico que inicia un escritor como Philip Roth.

La novela de Roth avanza pausadamente, mientras el contexto histórico se inicia con los años de la gran depresión, la Segunda Guerra Mundial, la Revolución Estudiantil, la Guerra Fría y finaliza con el acontecimiento del once de setiembre del 2001. El protagonista: un publicista poderoso se encuentra atrapado en la postmodernidad y en todos los privilegios que para el hombre burgués pueda significar esto; siente al mismo tiempo un inconformismo, una desazón y la necesidad de  encontrar algún camino “exitoso”. Ya en la vejez recurre a la pintura como medio de desfogue (ha entendido que en el mundo literario no tiene alguna oportunidad). El número recurrente de esposas y de amantes solo sirven para alivianar esta pesadez. Rastreando estas conductas puede deducirse que se inicia cuando este cae enfermo y al costado suyo se encuentra un niño judío a quienes sus padres van a visitar tratando de apaciguar su dolor y mintiéndole sobre una pronta recuperación. Días después, el niño judío muere y este primer momento traumático de su vida lo vincula directamente con la muerte. El otro niño judío también pudo ser él, los padres de este lo iban a visitar como sus padres también lo hacían con él. La presencia de la muerte la siente tan próxima porque él también es judío, y aunque los pormenores y los principios de su religión le tienen sin cuidado, la sensibilidad y la fragilidad lo comprometen y lo aíslan en una sensación de culpa.

A partir de este suceso nuestro héroe vive una serie de muertes simbólicas. Cada matrimonio, cada divorcio y cada frustración le generan una muerte. La imagen de su hermano exitoso, la de su padre -un antiguo relojero judío que hizo gran cantidad de dinero en base a un sistema de financiamiento que lo volvióconfiable-, una hija divorciada que le tiene un afecto tremendo, pero que vive lejos de él. Esta presencia familiar en su medida tangible o abstracta martiriza lo martiriza. Él solo supo aprovechar los recursos dados, las oportunidades y es por ello que nunca siente como suyos los méritos y los logros que ha obtenido. Tiene dos hijos ya posicionados y una cuenta bancaria bastante onerosa que le permite vivir en medio de un gran complejo residencial para jubilados en Starfish Beach. Pero aparte de ello, ¿se puede decir que la felicidad y la tranquilidad han llegado a él? Cada divorcio y cada viaje, cada cambio de vida y cada intención de recuperar a una hija que ha descuidado. Todo esto lo posiciona en un aletargamiento. Sabe lo que tiene que hacer, pero el miedo de estropear lo poco bueno que aún se mantiene vigente lo reprime. Es justamente esta autorepresión la causante de sus males físicos y emocionales.


La muerte entre sus distintas variantes ha sabido colarse entre las sienes de nuestro personaje, su soledad y su aislamiento voluntario solo refleja en parte esta sensación. Ahora, a puerta de una vida sosegada y animalizada por recuerdos y más recuerdos, da clases de pintura a otros ancianos. Pese a este inconformismo aparece el ideal de una futura compañera (la cual es visualizada como un último aliciente en su vida amorosa), pero que se suicida por el recuerdo perturbador de su fallecido marido. ¿Habrá algo de paz en esta novela escrita con la mayor pasividad? La novela, como si nos fuera contada por cura en un confesionario, mantiene la intención de generar con esa política de seguridad afable un remezón angustiante y perturbador. El ejemplo que mejor se acondiciona a esta aseveración se da cuando entierran al padre de nuestro personaje. ¿Acaso echar tierra a un cajón pueda representar un tipo de muerte más? La imagen de tener un puñado de tierra en la boca (pese a que esta aseveración sea totalmente distinta a la realidad sepulcral en la novela) significaría que la muerte  se ha cosificado y nos impide dirigirnos a alguien aunque sea para pedir ayuda. Ahora nuestro héroe parece experimentar parte de este suceso y alinea a la fila de los que no tienen nada más que decir, a la fila de los que no tienen nada más que hacer.

Por Rubén Javier.

2 comentarios:

  1. Un autor con el que aún no me he estrenado. Y después de esta excelente reseña, voy a tener que darme prisas por hacerme con este libro.
    Besotes!!!

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    1. Agradecido por tu visita y comentario, Margari. Por mi parte contento de que esta primera reseña de Rubén Javier te haya parecido excelente. Un libro más, bien dices, a tener en cuenta. quién tuviera varias vidas para poder dedicar una a leer, habiendo tanto y tan bueno. Un saludo.

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