“¿Y
en qué parte del mundo, entre qué gente no alcanza estimación, manda y domina
un joven de alma enérgica y valiente, clara razón y fuerza diamantina?”. Con
esta cita de Espronceda arranca la novela de Juan Marsé y se presenta a uno de
los personajes más destacados del autor y por tanto de la literatura española,
alguien que no deja indiferente a nadie, que provoca rechazo, adhesión o ambas
cosas a la vez: el Pijoaparte.
Verano
del 56. Un murciano de un barrio deprimido de Barcelona llamado Manolo Reyes,
alias el Pijoaparte, va a la caza de alguna jovencita de familia bien para
promocionar socialmente. Se apoya en su aire altivo, en su más que agraciado
físico y en ciertos modales adquiridos de niño en el palacio de un marqués
donde sirvió su madre. Mientras, se dedica al robo, principalmente de motos,
para ir tirando.
No
es en absoluto enamoradizo. Muy al contrario, ve al sexo femenino como un poder
oscuro capaz de someter al hombre: “Siempre supo que aquellos inmensos pechos
redondos y ciegos, pintados con dos flores moradas y casi metálicas que le
miraban a uno fijamente como unas gafas de sol, poseían algún secreto y
terrible poder de destrucción”.
Pero
algo cambia cuando el sexo femenino viene revestido de dinero: “El amor es
irracional y ciego, dicen, pero él sospechaba que eso era otro cochino embuste
inventado para engañar a las almas simples: porque si hubiese conocido a
Hortensia al volante de un coche sport, por ejemplo, como en el caso de Teresa,
enamorarse de ella habría sido muy fácil. ¿Qué eso ya no habría sido amor? Amor
y del grande”.
Así
que se enamora, y claro, le entran los miedos, sobre todo de que su amor le
venga demasiado grande: “¿Qué haces tú aquí, chaval, qué esperas de esa amistad
fugaz y caprichosa entre dos estaciones, como de compartimiento de tren, sino
veleidades de niña rica y mimada y luego adiós si te he visto no me acuerdo?”.
La
trama principal está lanzada, con subtramas igualmente interesantes, como la
política, en la que el autor aplica su tono más mordaz y descreído. ¿La idea de
la libertad para el Pijoaparte?: “Un coche sport. Un veloz y fulgurante
descapotable”. Trama y subtramas no hacen sino redondear la personalidad del
protagonista.
Sólo
le pondría un pero a la construcción del personaje, y es la excesiva
comprensión de todo el mundo hacia la actitud violenta e insolente del
Pijoaparte. Se diría que hasta les atrae su mal carácter. Teniendo en cuenta
que entre ellos está el padre de Teresa, es difícil encontrar una explicación,
a no ser una fisonomía privilegiada que haga pasar por alto lo demás.
Luego
se corrige, el amor mejora a Pijoaparte, atempera su agresividad. No olvidemos
que Últimas tardes con Teresa es una historia romántica, escrita en pleno boom
de las novelas rosa de Corín Tellado y con la revista Hola marcando los inicios
de la prensa del corazón. Una influencia a la que no es ajena la novela.
Pero
tampoco olvidemos que Marsé es uno de los mejores narradores vivos de este
país, para muchos el mejor, y que tiene una especial habilidad para escribir en
el momento adecuado acertadas metáforas que terminan de hundir el puñal de lo
que está contando.
Ahora,
como despedida, volvamos al Pijoaparte. Veámosle, por ejemplo, la noche que
conoció a Teresa, con un cuba-libre en la mano, sentado en el sofá-balancín de
un jardín donde se celebraba la fiesta en que se había colado. Se acercaba el
amanecer, la oscuridad iba a dejar de protegerlo, era hora de marcharse. Su
estampa se perfiló contra la claridad rojiza del cielo, “donde las estrellas se
fundían apaciblemente como trozos de hielo en un vaso de campari olvidado en la
hierba”.
Por Ricardo Guadalupe.
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