Javier encontró a Belén en la cocina. Se guió por el olor. Evocó el viaje de novios aún reciente. Ambos habían quedado prendados de los paisajes, las puestas de sol y la comida típica birmana. En cuanto llegaron a Valencia, Belén se puso a cocinar platos asiáticos en casa. Él fue su conejillo de indias, probando y aconsejándola. Ella se quejaba a menudo de que no le salían del todo a su gusto. Era difícil conseguir algunos los ingredientes originales, aclaraba, así que experimentaba con otros.
–Toma, prueba –le dijo ella tras el beso y el abrazo.
–Mmmm, ¿qué es? –Javier apreció el sabor del pollo junto con el del apio, la col y la zanahoria–. Son fideos con pollo a la birmana. O eso indicaba la receta más fiable que encontré por internet. ¿Cómo lo ves de ajo?
–Verlo no lo veo, pero esta noche no tendré que preocuparme por los vampiros, cariño. –Ella le dio un cachete suave en el hombro–. Bromeaba y lo sabes, está muy bueno.
–Ve a cambiarte, esto está casi listo.
En una olla aparte, Belén había hervido los fideos chinos. Los incorporaría al final, tras haber echado las gambas y la pimienta.
Javier no había aprendido aún a comer con palillos así que Belén le explicó una vez más cómo cogerlos. En realidad, quería que ella se distrajera, la notó preocupada.
–Estoy un poco asustada con lo de la asociación. Te lo conté el lunes, ¿recuerdas? –Javier puso cara de que sí, pero ella sabía que era que no–. La presidenta me ha pedido que organice un encuentro gastronómico el fin de semana. He propuesto cocinar y llevar platos típicos de las distintas comunidades del barrio, de sus países de origen.
–Suena interesante, unidos por algo tan universal como la comida.
–Sí, ya me han confirmado platos de México, Ecuador, Marruecos y Rumanía.
–Entonces, ¿cuál es el problema? Haz algo típico valenciano.
–La presidenta y la tesorera van a hacer paella y arnadí.
–Mira qué listas.
–No, no. Si me parece bien. Me han sugerido que prepare algo de Thailandia o Myanmar. Como les he hablado tanto de nuestro viaje de boda… Quiero llevar algo distintivo, que si lo prueba alguien de allí no haga como cuando nos sirven esas paellas exóticas fuera de Valencia.
–Creo que lo harás genial, cielo. Estos fideos están muy buenos y con un poco menos de ajo hasta los transilvanos te lo comprarían.
–¡Para ya! –volvió darle un cachete cariñoso–, sabes que no me gusta que bromees con lo que cocino. No me fío de internet y no encuentro un libro que me convenza. A ver qué se me ocurre.
Al día siguiente, Belén fue al Mercado de Colón. La carnicería estaba en la planta baja. Uno de los locales, el Ma Khin Café, ofrecía decolonial Asian food. Pidió un té. Sus ojos viajaron a una de las estanterías. Vio unos libros en venta. En la portada de Una historia de Birmania: cocina, familia y rebelión una mujer de rasgos asiáticos parecía mirarla. Le preguntó a uno de los camareros tras comentar que ella había estado en Myanmar.
–Espere, le diré a Stephen que salga.
«¿Stephen?», se dijo para sí; los autores del libro eran dos hermanos: Bridget y Stephen Anderson. Un hombre joven con gafas se le acercó. Charló con ella muy amable. Intercambiaron la fascinación mutua por el país de su familia, en el caso de Stephen, el dueño del local, y, en el caso de Belén, por lo vivido en su viaje nupcial.
–Me ha gustado el libro. –Belén lo hojeó deteniéndose en una de las páginas con recetas–. Precisamente estaba buscando uno porque me encanta la cocina tailandesa y birmana.
–Entonces, permitirme que te lo dedique. Mi hermana y yo hemos querido hacer, como dice el título, un libro que recoja no solo la cocina de Myanmar, también la historia de mi familia y, con ella, parte de la historia del país. –Belén le escuchó fascinada mientras Stephen le explicó que el nombre del local era además el de su bisabuela, la madre de Grandy. Esta era quien contaba en primera persona la odisea familiar–. He intercalado recetas tanto de Birmania como de Tailandia, China o India.
–En internet los ingredientes van alternándose aquí y allá. Por no hablar de lo difícil que es conseguir algunos.
–Te entiendo, aquí también nos pasa, por eso hemos buscado sabores parecidos con ingredientes similares. En las recetas del libro los verás, incluidas mis sugerencias.
Ya en casa, Javier descubrió a Belén nuevamente en la cocina. Leyó el título de un libro, Una historia de Birmania: cocina, familia y rebelión, que ella tenía cerca.
–Qué bien huele, cariño. ¿Es del libro, lo compraste hoy?
–Sí, cielo. Me encontró él a mí. –Javier sonrió–. Conocí al autor, bueno, a uno de los dos. Stephen Anderson. Tiene un restaurante en el Mercado de Colón. Una suerte, y no solo por el libro, se vende únicamente en algunas librerías de Valencia y en el restaurante. También por Stephen. Ha sido superamable.
–¿Le llamas por su nombre y todo?, qué familiaridad. ¿Me he de preocupar?
–Qué tontito eres. Hemos estado hablando sobre recetas. Y sobre el libro. Seguro que te encantará. Explica cómo hacer auténticas recetas birmanas como: nan gyi thoke, mohinga, sopa de fideos shan o laphet thoke.
Javier contó más de cuarenta recetas, además de las birmanas, incluía otras igual de apetecibles. Le sorprendió descubrir el origen chino de las gyozas, pues pensaba que eran japonesas.
Ese fin de semana, Carmen, una vecina, se acercó al puesto donde Belén servía setas korma. Esta le contó que el korma era una versión delicada del curry más tradicional.
–Se puede hacer tanto con setas silvestres como con cultivadas. El toque son las especias, estas llevan curry, canela, clavo, ajo, jengibre, nuez moscada, cardamomo, pimienta blanca y estragón.
–No sé si a mi Paco le gustaría. Él es más de pollo asado o cordero.
–Anótate este libro, Una historia de Birmania: cocina, familia y rebelión. Hay recetas de alitas de pollo picantes, de cordero, de arroz, de garbanzos… Seguro que a tus hijos les encantará.
–A ellos sí, siempre están probando cosas nuevas.
Una pareja acompañada de Javier se acercó también al puesto. Estaban pensando ir en Semana Santa a Myanmar, les dijeron. Fue el tema de conversación esa noche y la que quedaron a cenar en el Ma Khin Café. Probaron algunos platos incluidos en el libro que finalmente acabaron comprando. Stephen les dio las gracias. Les contó que si estaban interesados el restaurante también ofrecía cursos de cocina. En el último habían preparado con los alumnos cuatro de las recetas incluidas en Una historia de Birmania: cocina, familia y rebelión.
–Leedlo también por la historia de Grandy, la mujer que narra su vida –comentó Belén–. Imaginad la relación entre dos personas condicionadas por el status y las diferencias sociales del país. No solo la de ella, la protagonista, también la de su madre, Ma Khin. El padre de Grandy era un juez inglés en la Birmania colonial que acabó casándose con una nativa. El libro cuenta desde la infancia de Grandy a cómo vivió los conflictos hasta la independencia de Birmania en 1948.
La pareja, a su regreso de Myanmar, invitó a Belén y a Javier a cenar a su casa. Se lucieron con una ensalada birmana de pomelo, col y gambas y, de postre, un arroz pegajoso con mango.
–Os hemos traído un regalo –les dijeron extendiendo sendos sarongs típicos.
Javier se hizo un lío con el longyi tradicional birmano, los cuatro rieron de buena gana mientras Belén le recordó que la prenda se mantenía en su lugar doblando la tela sin un nudo.
De venta en Ma Khin Café. Mercado de Colón. Calle Jorge Juan,
19. 46004 Valencia.
También a través de la web
www.makhincafe.com
Pensaba que me había equivocado de blog... ¡Qué cambio! Sobre el libro, es tentador conocer esta cultura a través de su cocina, de su gente, de sus costumbres. Pero por ahora va a esperar, que me quiero dedicar a todos los pendientes que tengo en la estantería esperando. ¡Feliz año!
ResponderEliminarBesotes!!!
Muchas gracias Margari. Me consta que tu estantería de pendientes es del tamaño de alguna isla cercana a Myanmar, si me permites la broma de principios de año. Nos leemos. Un saludo.
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