miércoles, 21 de noviembre de 2012

EL JINETE POLACO, de Antonio Muñoz Molina.

¿Cómo alguien que escribe tan abrumadoramente bien puede llegar a resultar aburrido? Esta es la pregunta que me he estado haciendo mientras leía la novela. Porque si escogiéramos al azar cualquiera de sus páginas, nos encontraríamos la mayoría de las veces con textos de una calidad literaria formidable, por la habilidad del autor para manejar el lenguaje, por su indudable conocimiento del mismo y por la precisión artesana con la que describe personajes, situaciones y el alma de vivencias en las que consigue que nos reconozcamos aún sin haber vivido el lector algo parecido.

   Pero como ya adelantaba con mi pregunta al inicio, esas páginas escogidas de forma aislada no serían más que un espejismo. A una novela se le pide que haya un hilo que tense y dé forma y cohesión a ese conjunto de islas que son las páginas, por algo éstas van cosidas una detrás de otra. En El jinete polaco es como si un costurero hubiera juntado todo aquello que le llegaba a las manos mientras miraba distraído la televisión.

   Carece de ganchos que promuevan la intriga en el que lee. Las idas y venidas en el espacio temporal de la historia, volviendo a temas ya tratados, tampoco favorecen la tensión narrativa, más bien transmiten la sensación de que no se avanza, y esto en una novela que en su edición de bolsillo tiene 608 páginas se puede hacer especialmente pesado.

   Y fijaos que el argumento no tiene mala pinta, todo lo contrario, presenta la evolución de un personaje desde su nacimiento hasta la edad adulta. Teniendo en cuenta que tal personaje está fuertemente inspirado en el propio Antonio Muñoz Molina, el interés de dicho argumento resulta notable. Reconozco mi debilidad por las historias pseudoautobiográficas, sobre todo si son de escritores.

   En concreto, el alter ego de Muñoz Molina toma el nombre de Manuel, aunque no es escritor sino traductor. Por tanto el autor no nos va a hablar de su despertar literario y de su posterior oficio de escritor, lo va a hacer de sus orígenes y de su tierra natal, se va a tratar principalmente de un relato familiar.

   A Úbeda, ciudad de donde es natural Muñoz Molina, la va a llamar Mágina. Por ahí deambularán desde el bisabuelo de Manuel hasta él mismo, pasando por padres y abuelos. La primera de las tres partes de la novela, de unas doscientas páginas cada una, está dedicada a sus ascendientes. Una saga familiar que por el modo en que está contada, con vicisitudes propias del realismo mágico, pareciera que tuviera como modelo a la saga de la novela Cien años de soledad, en un intento de convertir así a Mágina en la versión patria de Macondo. Mucho me temo que se queda muy lejos. Su relato se acerca más al territorio de lo que popularmente se conoce como “los cuentos de la abuela”. Y casi consigue el mismo efecto, que nos durmamos.

    El primer punto de inflexión será el nacimiento de Manuel, de cuya adolescencia se va a ocupar la segunda parte del libro. Mención especial merece la descripción de su parto, violenta, desagradable y sucia, de lo mejorcito del libro, de veras. De hecho hay otro parto más adelante en el que de nuevo el autor va a demostrar su talento para describir de forma descarnada este tipo de acontecimiento. Otros clímax literarios son el retrato que hace de la gélida relación amorosa de sus padres, para lo cual además de talento hace falta valentía, y las páginas que cuentan el descubrimiento del mundo a través de sus ojos de niño.

    La voz narradora es la de Manuel, que hace memoria de su pasado junto a su amante, de nombre Nadia. Puede que el principal problema de la novela sea que relata un espacio temporal demasiado amplio y con demasiados personajes. La historia se centra en un pasado que parece que nunca llega a ser presente. En cambio el narrador es más presente que pasado. Es decir, lo que cuenta ya pasó, no lo está viviendo. Y de algún modo el que lo lee tampoco.

    Apenas comenzada la tercera parte, en la que toma protagonismo la relación con Nadia, el estilo narrativo da un vuelco muy favorable. Se impone el tiempo presente, de manera sostenida. Y gana en modernidad, algo que se echaba en falta en la prosa de la novela hasta ese momento. Igual que se echaba en falta el humor o la ironía. O al menos un humor e ironía modernos. Lástima que este cambio de registro no dure hasta el final. La narración no tarda en volver por sus fueros, a su cansino vaivén entre presente y pasado sin dirección ni sentido.

    A veces uno tiene la sensación de que en El jinete polaco no se piensa en el lector. En mayor medida al principio del libro, donde ni siquiera se cuida el ritmo de las frases, que se suceden sin prácticamente puntos, inundando de palabras los párrafos como el que se deja un grifo abierto.

    Y no estoy poniendo en duda la categoría de Muñoz Molina, quien ganó por esta novela el Premio Nacional de Narrativa, además del Premio Planeta. Su capacidad frente al papel es portentosa, se diría que nació para escribir. Simplemente sigo buscando respuestas a la pregunta del inicio. La novela no acaba de funcionar. Seguramente su extensión es tan excesiva como innecesaria. Y a los problemas ya apuntados habría que sumar la escasa o nula presencia de lirismo. La redacción es de corte netamente realista. No facilita ese espacio paralelo a la historia que a tantos lectores nos gusta crear y sobrevolar a partir, por ejemplo, de una metáfora.

    El jinete polaco pone fin a sus páginas con una bonita declaración de amor de Manuel a Nadia. Quizás un último intento para conquistarnos. Sin embargo, como el jinete de la pintura de Rembrandt de la que el libro toma su título, será mejor partir y abrir nuevos caminos.

Por Ricardo Guadalupe.
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4 comentarios:

  1. Ricardo Guadalupe, si usted no se dejó atrapar por la novela El jinete polaco, cuánto lo siento. Para mí y de lejos me parece una de las mejores novelas que he leído en mi vida, y créame que he leído bastantes. Nunca me aburrí leyendo sus páginas y vuelvo a ellas cada vez que puedo.
    Diferentes miradas sobre un mismo libro.
    Así es la vida.
    Que tenga buenas lecturas,
    Penélope

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    1. Hola Penélope, en primer lugar comentarte que no soy Ricardo Guadalupe sino Ginés J. Vera, administrador del blog Maleta de libros. Solo quería agradecerte tu paso por el blog y el que hayas dejado un comentario sincero. Un saludo, feliz verano, y cedo el turno de palabra a Ricardo por alusión.

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  2. Totalmente de acuerdo con Penélope. Es la clase de libros que te atrapa y no quieres que termine nunca,literatura de calidad. Se entiende que haya gente que no le guste, porque para gustos, los colores.Depende de lo que busquemos en un libro.

    Pilar

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    1. Me permito un simple mensaje Pilar Abenójar, para agradecerte tu paso por este blog y tu comentario. Alabo la pluralidad y sobre todo la participación. Totalmente de acuerdo, los gustos, y más en el arte, nos distinguen a la par que nos enriquecen. Un saludo.

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