Mercedes Abad,
autora de diversas obras de teatro y adaptaciones, libros de relatos y dos
novelas, me saluda con la maleta apoyada en el sofá donde voy a entrevistarla,
en un céntrico hotel de Valencia. Acaba de llegar de Barcelona. Su último
libro, La niña gorda (Páginas de Espuma, 2014), son una suerte de relatos que
se leen como una novela o viceversa. Unos minutos para sentarnos y romper la
formalidad del cuestionario que traigo preparado. Le comento un libro anterior –Ligeros
libertinajes sabáticos–, también de relatos, con el que obtuvo el Premio La
sonrisa vertical en 1986. Ya sí, con tono distendido, le pregunto si las
razones que le han llevado a escribir este libro, no han sido las de quitarse o
aligerarse de algún recuerdo infantil.
«Absolutamente,
absolutamente –afirma convencida–. La niña gorda c'est moi. Como dice un alumno mío: son unas memorias obesas, de
niña obesa; con todo lo que significa haber sido una niña gorda en un momento
de formación de la personalidad y de la identidad, ese difícil tránsito de la
infancia a la pubertad, a la adolescencia y a la juventud, que es difícil
aunque no seas una niña gorda. Y, bueno, ahí está todo el dolor, las
humillaciones, las afrentas, los agravios recibidos por ser diferente, y
entonces esa soledad de la niña, claro, que aparece casi como un refugio.
»O sea, la
soledad está muy bien, porque en soledad no recibes ese sentimiento, no se
alimenta ese sentimiento terrible de exclusión. Cuando sale la niña al ruedo
cree que jamás gustará a los niños, y ve que las amigas también la marginan, la
excluyen de un modo sibilino y sutil, con una crueldad muy sibilina. Pero de
algún modo yo creo que se habla de gordura…
»A parte,
cualquiera, casi cualquiera, ha sido un niño gordo. Es decir, el niño gafotas,
el tímido, al que le sudan las manos, el que huele a no sé qué, el afeminado...
Todos tenemos algo que nos hace, de pronto, un apestado social.»
Al oír esto
último me identifico con los que no tienen un empleo y a veces sufren la
incomprensión social.
«Yo creo que
es la peor gordura –añade–, porque engorda mucho ser pobre; claro, engorda
mucho porque a base de patatas, de arroz, de guisotes con materiales baratos…,
o sea, la comida que no engorda es la cara, precisamente. Todos somos niños
gordos».
Retomo la
conversación hacia la protagonista de La niña gorda, Susana Mur, quien dice de
sí misma que es una ‘neurótica frágil y efervescente, colérica, bulliciosa e
impredecible.’
«Si, así es
ella, tiene un par de rasgos míos. Un par, pero no todos, solo lo de colérica.
Efervescente y colérica, yo diría –medita entre risas–; lo de impredecible
también, son tres.»
¿A veces hay
que vivir sin tanta autoexigencia? Le pregunto, al hilo de lo que la
protagonista se pregunta a su vez, si la conciencia de su fealdad la afea aún
más.
«Sí, claro
–afirma–, si no te miraras al espejo y si no estuviera la mirada del otro no
habría gordos no habría feos; pero claro, es la mirada del otro y el espejo el
que nos devuelve nuestra incorrección estética, nuestra inadecuación. Los niños
lo descubren muy pronto, Enseguida saben que es mejor ser guapo que feo y si
eres guapo o feo, y no tanto por tus compañeros de edad, que también, pero los
adultos también te lo marcan… –Hace una pausa antes de añadir–: Mi madre me
había dicho un montón de veces: “tu mayor belleza es tu pelo.” La presión
social no solo es la de los niños que son crueles, también los adultos.»
Consulto mis
notas, le indico que tengo un par de frases más para que me comente. La primera
sobre el ‘tozudo apego a la vida’ de Susana Mur, como una evidencia cuando ésta
afirma que: ‘mi problema o mi salvación, según se mire, siempre ha sido que no
sé vomitar.’
«Eso es
absolutamente autobiográfico, yo no sé vomitar… –admite–. O sea, cuando vomito
es que estoy muy al límite de que me lleven a urgencias; no puedo vomitar. Lo
cual, supongo que me ha librado de la anorexia. De todos modos, cuando yo era
pequeña, un problema tan dramático como la anorexia o no se hablaba o no
existía, o no estaba diagnosticado o no existía; y si no estaba diagnosticado
probablemente es porque no era el problema social que puede haber sido estos
últimos años. Pero, efectivamente, yo creo que es mi tozudo apego a la vida y
mi amor a la comida. Mi amor absoluto a la comida, soy una tragaldabas, y
encima no soy solo tragaldabas, sino que retengo y memorizo, recuerdo muy bien
cuando y si lo que como es bueno y me impresiona y disfruto. Los sabores se
almacenan en mi memoria como la magdalena de Proust.»
Ambos advertimos
que se va notando la hora de comer y, antes de despedirme para que pueda
saborear un delicioso arroz con verduras –que ya probase con deleite en una
anterior visita a Valencia–, le pido que me comente esta otra frase, sobre el
poder, concretamente algo que piensa la protagonista, que ‘siempre hay la misma
cantidad de poder, lo que tu ganas hay alguien que lo pierde.’
«Evidentemente,
Susana descubre, en el primer cuento además, las relaciones de poder; ella está
haciendo el tránsito, cuando su madre la lleva al endocrino descubre que ella
tiene mala conciencia, y que en su conciencia, para calmarla, es capaz de hacer
cualquier cosa, lo que la convierte en manipulable, ahí está descubriendo las
relaciones de poder. Claro, el poder entre tú y yo siempre es el mismo, y el
que lo tiene lo tiene entero, el poder no es algo que se reparta tan
equitativamente: o lo tienes tú o lo tengo yo.
»No es como
la posesión de pelota de un partido de fútbol –me pone un ejemplo que me parece
curioso, sin entrar en detalles sobre la relación entre su libro y el fútbol–,
que si uno tiene el 48%, el otro es el 52%; no, el que lo tiene lo tiene y
somete al otro.»
Agradeciéndole
su paciencia, le pido robarle unos minutos más, para tomar una fotografía con
su libro. Al proponerle que sea original, sonríe y se lleva a su ‘niña gorda’ a
la boca, casi literalmente.
Buen provecho y muchas gracias, Mercedes.
Por Ginés J. Vera
Gracias de nuevo! Siempre que paso por aquí descubro a un nuevo autor o autora que me tienta mucho. Estos relatos o novela me llaman mucho la atención.
ResponderEliminarBesotes!!
Hola Margari, de nuevo gracias por tu visita y comentario. Tuve la oportunidad de leer este libro y me gustó. Estoy seguro de poder entender lo que me comentas en la medida me pasa que me gustaría poder leer muchos más libros, de escritores que entrevisto o de los que adquiero, me regalan, etc. Resultado: cajas con libros a la espera de tardes veraniegas, otoñales, etc en las que me dedique a ello.
EliminarEntrevistar a escritores me da la oportunidad de ver que aunque nos parezcan (algunos) inaccesibles, o que creen sus libros de la nada, son personas comprometidas y muy disciplinadas.
Lo dicho, gracias y un saludo víspera al día del libro.