Esta semana traigo una entrevista muy especial. José Luis Muñoz me concedió una entrevista por su último libro de relatos "El mokorero del Okavango" (Verbum).
Estos días está de promoción con su última novela "El centro del mundo" (Almuzara) por la que espero también poder entrevistarle una vez me la lea. En esta novela reciente, José Luis Muñoz, uno de los escritores más prolíficos del panorama nacional además de comisario del festival Black Mountain Bossòst, se atreve con una novela histórica sobre la llegada de Hernán Cortés y sus huestes a tierras mexicanas y su conquista de Tenochtitlan. Curiosamente, estos días de ecos por el Premio Planeta de Novela, traigo a colación que ya en 2001, la Editorial Planeta le encomendó a Muñoz escribir sobre el tema del descubrimiento de América. Fue así como surgió la trilogía La pérdida del paraíso. Está compuesta por tres tomos: Guanahaní (2001), El Fuerte Navidad (2002) y Caribe (2002) editados simultáneamente en España, Colombia y México y distribuido por toda Sudamérica.
Pero volvamos a esta entrevista, pues los continentes de referencia son bien distintos. En el que se centra Muñoz es África. Doce relatos poderosos en fondo y forma en este "El mokorero del Okavango" como ya es costumbre en este escritor salmantino al que admiro profundamente... por si aún quedaba alguna duda, además.
Ginés Vera: ¿Cómo surge la idea de reunir en este libro estos doce relatos, qué periodo de creación abarcan?
José Luis Muñoz: El nexo común es la negritud presente en todos ellos. Hay una serie de relatos escritos en una misma época (El mokorero del Okavango, El leopardo del Kilimanjaro, El elefante enfurecido o La historia del primer negro que llegó a Katmandú), mientras que los demás fueron escritos con anterioridad o posterioridad.
G.V.: Además de los personajes, los paisajes y decorados abiertos están narrados con una viveza y una intensidad que casi parecen invitarnos a coger la maleta y descubrirlos por nosotros mismos. Háblenos como viajero de su experiencia en África, de eso que algunos solo hemos visto del continente a través de documentales en televisión o en revistas de viajes.
J. L. M.: Quienes me conocen saben de mi afición por los viajes. Un viajero, que no un turista, se caracteriza por tener una mente abierta y saber captar lo mejor, aunque también lo peor, de cada zona que visita. Soy viajero emocional que tanto se extasía con la Capilla Sixtina como con las cataratas de Iguaçú. Soy consciente de que mi visión de los países que visito sería más acertada si pudiera vivir una temporada en ellos, eso también. Mi anterior novela, Los perros, curiosamente también estaba ambientada en África en los tiempos del apartheid sudafricano. Yo describiría mi literatura como colorista y sensual, en cuanto va dirigida a los sentidos, por eso las escenas de sexo suelen ser muy tórridas, porque no eludo el componente de pasión en una relación entre dos seres humanos, o escalofriantes en cuanto entra en juego la violencia. Sexo y violencia son antitéticos, las dos caras del ser humano. Uno es vida, otra es muerte. Conozco relativamente bien el norte de África y conozco África negra a través de mis conversaciones con una amiga apasionada de esa zona y de algunos relatos de africanos que he escuchado. Así es que también he viajado a África negra aunque no haya pisado la zona.
G.V.: He creído ver cierta crítica social en los doce relatos. Precisamente en el que le da título a la obra, en El mokorero de Okavango, la protagonista reflexiona en estos términos: "Extraño mundo en donde todo lo determina el lugar donde has nacido." Coméntenoslo.
J. L. M.: Es una verdad. Somos fruto de nuestro entorno y los occidentales todavía no sabemos lo afortunados que somos, entre comillas, por haber nacido en Europa en este momento. Sería una desgracia haber nacido mucho antes y haber sufrido en las propias carnes la violencia desatada en las dos guerras mundiales, los dos conflictos más mortíferos de la historia de la humanidad. Si hubiera nacido en la India sería seguramente pobre de solemnidad; si lo hubiera hecho en El Salvador las probabilidades de sucumbir a la violencia de las maras sería muy elevada. El lugar de nacimiento lo condiciona casi todo. Hay lugares en los que la vida es mucho más difícil que otros. La vida es una lucha desde que decides sacar un pie de la cama por la mañana, pero hay lugares en que ese gesto se convierte en algo titánico. Admiro a esos jóvenes africanos que cruzan África y el estrecho buscando una vida mejor. Precisamente de ello trata una espléndida novela recientemente publicada llamada Makoko, de José María García Sánchez.
G.V.: Leemos en su relato El leopardo del Kilimanjaro que "El techo de África era un reto engañoso, quizá porque no tenía forma de monte sino de volcán." Da la sensación de haber estado en él, no en vano acompaña al relato más largo de los doce con una citas previa de Javier Reverte alusiva a que uno no pude decir que ha estado en África hasta que no ha alcanzado esa cumbre. Háblenos de ese "reto engañoso" y de su experiencia, si la tuvo, ascendiendo el Kilimanjaro.
J. L. M.: En efecto, he ascendido al Kilimanjaro… a través de ese relato. Me serví de experiencias personales de amigos que sí habían alcanzado el techo de África y me hablaban de su experiencia agotadora en esa aventura. Cuando comencé a escribir ese relato, estaba allí. Me sucedió algo parecido a lo que me pasó cuando escribí la novela histórica La pérdida del Paraíso: me trasladé a 1492. La literatura te permite ese tipo de experiencias extraordinarias: estar dónde no has estado y ser quien no eres.
G.V.: Podemos leer en El mokorero del Okavango, previo a estos doce relatos, un prólogo suyo publicado en la revista Playboy. ¿Por qué decidió retomarlo habiendo sido publicado ya en 2002?
J. L. M.: Ese artículo fue publicado en la revista Playboy y me pareció un buen prólogo contra el racismo aunque fuera hablando de la belleza femenina negra. En ese año, el 2002, a través de las modelos africanas, como anteriormente en Estados Unidos con la lucha política de las Panteras Negras, se visualizó algo que era evidente, que la raza negra puede ser tan bella como la blanca o la amarilla, que ese estigma del racismo se estaba levantando, al menos, en el mundo de las pasarelas y parcialmente en el cine. Por desgracia, queda muchísimo camino por hacer y lo estamos viendo en las decisiones políticas que determinados países europeos toman para frenar las migraciones que vienen desde África.
G.V.: La mayoría de los relatos tienen a África o a africanos como leitmotiv, aunque algunos no; el hilo conductor parece ser más la raza negra vista por ojos ajenos a esta, ¿no es así?
J. L. M.: En efecto, hay relatos africanos y otros que tienen lugar en Europa, concretamente en España, o en Estados Unidos. El punto de vista es el del narrador. Como blanco occidental puedo entonar un mea culpa diciendo que todavía no he podido quitarme de encima un tic paternalista. Los europeos practicamos el ombliguismo, estamos convencidos de que el mundo gira a nuestro alrededor y no es así. España, Francia o Inglaterra aún tienen resabios coloniales y ninguno de ellos ha resuelto de forma positiva la integración y la multiculturalidad. Algo falla en Francia cuando policía y bomberos no entran en determinados barrios o cuando unos chicos de Ripoll perpetran un brutal atentado en Barcelona y Cambrils.
G.V.: También en el mismo relato, el personaje femenino dice una frase curiosa: "No se puede imaginar lo vanidosos que son todos los escritores." Quería saber si es una especie de guiño a sus compañeros/as de oficio, pues seguro que habrá lidiado con la vanidad de alguno/a en sus múltiples viajes, no sé si también en África.
J. L. M.: En cuanto el escritor se convierte en un personaje público y concita el interés de los lectores es difícil no caer en la vanidad. En un reciente festival de Francia al que siempre voy, Lisle Noir, hablaba con una bibliotecaria de una de las pocas escritoras no vanidosas, Fred Vargas: no concede entrevistas, no va a festivales, no sale de su casa. Es una excepción. Cuando uno piensa en escritores y en África automáticamente le viene a la cabeza Ernest Hemingway, mitificado por sus excesos. Ese es un cliché al que le he dado la vuelta, por completo, en el relato que cierra la antología El mokorero del Okavango y se llama El leopardo del Kilimanjaro: el protagonista es un escritor que está exactamente en las antípodas de Hemingway. Además diré que es uno de mis relatos preferidos por su carga emocional.
G.V.: Respecto al relato mencionado, a El leopardo del Kilimanjaro, en cierto modo ¿es un homenaje a la obra de Hemingway, Las nieves del Kilimanjaro, llevada al cine en los años 50?
J. L. M.: Lo tuve presente, claro. Esa película de Henry King, como Mogambo, de John Ford, me ha marcado. Pero ya digo, el escritor protagonista es la antítesis de Ernest Hemingway. El escritor norteamericano era un extraordinario creador que se nutría de sus propias experiencias, pero había en él algo destructivo (su afición por la caza y por la guerra, una cacería de humanos) que se convirtió en autodestructivo y lo llevó a volarse la cabeza. No descarto escribir una novela sobre Hemingway que ya estaba presente en Llueve sobre La Habana.
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