Me encanta leer las novelas de José Luis Muñoz (Salamanca, 1951), aunque él ya sabe que soy más afín a sus relatos. Lector agradecido, al saber que siempre saca un hueco en su apretada agenda para concederme una entrevista. Y llevamos ya algunas, podéis consultarlas en Maleta de libros. En este caso, me la concedió por La soledad de Hans Teodore Mankel (Bohodón). Os dejo aquí las respuestas mandándole un saludo desde Valencia.
P.: Como el mundo editorial está muy presente en esta novela, no podían faltar alusiones a los sinsabores del oficio de escritor. Ineludiblemente, en un momento de la lectura, recordé el caso de John Kennedy Toole. Han habido más casos, pero te invito a que nos cuentes tu experiencia personal o alrededores.
R.: Ha habido, a lo largo del los siglos, infinidad de obras maestras que fueron despreciadas por editoriales y cabe preguntarse la cantidad de ellas que jamás vieron la luz. Los criterios para publicar dependen mucho de las líneas editoriales, y últimamente de los resultados comerciales. No suele primar el criterio literario en las grandes editoriales, sino el meramente crematístico. Hecho en falta una educación lectora, porque encima, buena parte de la minoría que lee, lee mal, libros sin valor literario.
Por otra parte, los poderes públicos, los políticos, no apuestan por la literatura en España. Del mismo modo que buena parte del telediario se dedica al fútbol, casi en exclusiva, que no creo que necesite más promoción, podían dedicarse cinco minutos, por ejemplo, a las novedades literarias del día y quizá se conseguiría un mayor interés por la literatura. Hay muy pocos programas culturales en los canales públicos, y no digamos en los privados. Ignoro si se estudia literatura en los institutos, si se realiza análisis de texto, estilo, personajes, etc., como se hacía en mis tiempos. Cambiar, con cada nuevo gobierno, los planes de educación es un verdadero desastre.
P.: Hay una conversación, en un pasaje de la novela, en la que un editor comenta que el país que más lee en el mundo es Rusia. He cometido alta traición al asomarme a Internet. Creo que ese honor lo ostenta Canadá, seguido de Francia. Un promedio de 17 libros al año no está mal. Pero luego leí una no menos curiosa noticia, casi en titulares, acerca de que en nuestro país hay quien lee 80 o incluso más libros al año. En el contexto de fondo de esta novela, ¿cómo ves la convivencia del libro y la lectura en lo que va de siglo?
R.: Pues tampoco creo mucho en esa estadística, porque en Islandia se lee muchísimo. De Canadá me lo creo. Los países con inviernos muy duros son proclives a la lectura. Tampoco hay que hacer mucho caso, porque la gente alardea de haber leído muchos libros y le preguntas por el último y se quedan en blanco. Aquí hay lectores que leen mucho, claro, pero son pocos. Y lectores, muchos, que leen el mismo libro, los superventas. Al libro le han salido muchísimos competidores, empezando por el cine, siguiendo por la televisión, los móviles, las plataformas con las series, que muchas son buenísimas. Leer un libro, además de un esfuerzo intelectual por comprende lo que lo que se está leyendo, implica, si no es electrónico, un esfuerzo físico. Imagina la fuerza que hay que tener para leer La montaña mágica en la cama.
Se publica mucho, pero se lee poco, lo que parece una incongruencia. Además, hay un monopolio editorial a cargo del grupo Planeta y Random House Mondadori que, a su vez, han absorbido cientos de editoriales, con lo que no hay espacio para las editoriales pequeñas. Se echa en falta el librero prescriptor, ese que conoce a su cliente, sabe lo que le conviene, le aconseja. No creo que el libro, como objeto, desaparezca, es un invento demasiado perfecto, lleva siglos de vida, se puede prestar, aunque no te lo devuelvan, legar a tu familia, llevártelo a la cama, al campo, tiene una versatilidad de usos.
P.: El tema metaliterario creo que ya dije que está muy presente. Pero quería preguntarte en concreto por los cameos más o menos significativos a alguna obra tuya anterior. Quizá a El viaje infinito y, de algún modo, si me apuras, a La bahía humeante. ¿Te atreves a comentarnos algo?
R.: Para mí la literatura es un viaje y una tabla de salvación. Yo estoy vivo gracias a la literatura a lo que escribo y a lo que leo. No concibo mi vida sin ella. Al tener una cierta experiencia, por edad, en ese mundo literario, sé su funcionamiento. Podría escribir, con los datos de los que dispongo, una historia muy negra sobre la corrupción literaria en nuestro país que está tan normalizada como la política y no pasa factura. Me apetecía mucho escribir esta novela porque se aparta de todo lo que he escrito y habla de literatura. Quizá con la que tiene una cierta relación es con La bahía humeante, porque en ambas se dan imposturas. No me privo de decir que uno de los autores que me parecen más interesantes de este país es Enrique Vila-Matas al que admiro tanto como a Paul Auster, otro de mis iconos. Vila-Matas habla en sus libros, una y otra vez, de literatura, de escritores. En cierta forma, La soledad de Hans Teodore Mankel es vilamatiano.
P.: Dejo la última pregunta, no por incómoda, espero, para el final. Se ha abierto de nuevo el debate sobre si hay literatura femenina y masculina. En un pasaje del libro, hay una curiosa petición del protagonista. Así como hay autores de piel frágil, hay persones (con e) de pupilas igual de sensibles y lenguaraces. Dinos qué papel crees que tiene el amor y lo femenino en esta novela. Puedes ser crítico conmigo, si gustas.
R.: A mí lo de literatura femenina, pintura femenina, cine femenino, me parece una solemne estupidez. Y lo mismo te digo de esos premios que solo son para mujeres. Creyendo protegerlas, se las está discriminando, creando premios para ellas, pobrecitas, que no pueden tener el nivel de los escritores masculinos. Para mí existen escritores, pintores y cineastas, sean del sexo que sean, y me gustan y los aprecio sin tener en cuenta sus atributos sexuales. Luego se podrá hablar de que las mujeres están dotadas de una especial sensibilidad, a la hora de narrar, que está ausente en los hombres, que son más profundas, más sutiles. Sí, con matices. Hay escritoras especialmente duras como Elfride Jelinek o Hertha Müller, por ejemplo, que me parecen extraordinarias. El arte está por encima de los sexos, los tiempos, las ideologías. A mí me puede gustar mucho James Ellroy, por ejemplo, o Clint Eastwood, aunque se sitúen en la extrema derecha, o Vargas Llosa, por lo mismo.
A la segunda parte de la pregunta. El amor y la pasión son parte fundamental de la novela en esa segunda novela de la matrioska que es La soledad de Hans Teodore Mankel, la historia de amor apasionado entre un profesor y su alumna unidos por su devoción por Thomas Mann. La pasión amorosa, tal como la describo, efervescente, grandiosa, enfermiza a veces, es uno de los motivos por los que merece la pena vivir. El otro, es la literatura.
La soledad de Hans Teodore Mankel. José Luis Muñoz. Bohodón ediciones.
José Luis Muñoz es novelista, articulista, crítico literario y cinematográfico y activista cultural que ha publicado en Bohodón Ediciones las novelas "La manzana helada", "La Diosa de Hielo", "El viaje infinito" y el libro de relatos "Malditos amores". Ha obtenido, entre otros, los premios Tigre Juan, Azorín, Camilo José Cela, Café Gijón, La Sonrisa Vertical, Ignacio Aldecoa y Carmen Martín Gaite. Sus últimos libros son "El centro del mundo", sobre la conquista de México por Hernán Cortés; "Brother", una trilogía sobre la América profunda; "La bahía humeante", un thriller que transcurre en Islandia y "La colina del Telégrafo", una novela policial ambientada en San Francisco. Es el director de las colecciones La Orilla Negra y Sed de Mal, comisario, junto a Lluna Vicens y Tess Lorente, del festival Black Mountain Bossòst, que se celebra todos los años en el Valle de Arán, y preside la asociación cultural Lee o Muere.