Esta semana me concede una
entrevista el escritor Harkaitz Cano que acaba de publicar ‘El turista
perpetuo’ (Seix Barral), un libro de relatos muy acorde con estos calores y esta
estación estival.
Los relatos incluidos en ‘El turista perpetuo’ parecen moverse en
espacios muy vinculados al agua, en su mayoría: la playa, el río o la piscina
como telón de fondo. ¿Hasta qué punto se apoya en esos escenarios a la hora de
plantear los conflictos y las tramas, por ejemplo, en estas catorce historias?
Sin duda el agua invoca por sí misma
esa doble vertiente: purifica y relaja por una parte, pero puede también ser
una amenaza latente. Es fuente de placer, pero también de peligro. He tratado
de buscar ese contraste entre la temperatura solar de muchos de los relatos y
la tensión que los atraviesa, a veces inquietante, a veces oscura. Escenarios y
clima pueden contrastar con las tramas o reforzarlas, pero es cierto que una
situación de calor extremo puede llegar a desenmascarar; la canícula, por
ejemplo, puede llevarnos a saltarnos las fórmulas de cortesía y hacer que nos
mostremos más irritables, impacientes o rudos. Tal y como somos en realidad. Y
es ahí cuando un escritor pulsa la tecla REC y comienza a grabar.
La imagen de la portada sobreviene del relato final, ‘Aullad,
estrellas’, lo tomo para preguntarle por sus medusas metafóricas, por sus raptos de inspiración, si los tiene.
Así es, las medusas aparecen en
el primer relato y en el último y cumplen dos funciones muy dispares, tal y
como hablábamos antes al referirnos al agua: en el primer caso representan el
miedo y el peligro, mientras que en el último encontramos a un escritor
aparentemente supersticioso que cree en el veneno inspirador de las picaduras.
En mi caso tengo comprobado que el mejor momento para escribir coincide con las
primeras horas del día. No son muchas, solamente un par de ellas. A partir de
ese momento es puro reciclaje: puedo releer o avanzar a trompicones, pero ya no
es lo mismo. Las dos primeras horas son de puro quirófano, después queda la
ronda médica en planta, una parte del trabajo necesaria, pero no tan intensa.
Me quedo con una frase de este mismo relato para preguntarle por ese boom de publicadores, de escritores: se
editan ingentes cantidades de libros, pero se lee. La frase es de Bidarte
cuando afirma que: ‘No son escritores lo que necesitamos, sino lectores.’
Es algo a lo que doy muchas
vueltas, francamente. Nos empeñamos en publicar nuestros libros, pero… ¿no
debería ser uno de los trabajos del escritor rescatar las perlas ocultas en ese
magma de texto inabarcable y darle un nuevo contexto? Leer a los clásicos y
recontextualizar, más que empeñarnos en crear algo “nuevo y original” (¡como si
tal cosa existiese!). Algo me dice que la compra del libro ha sustituido a su
lectura. Uno compra el libro y ya lo da por leído.
Hay una abundante profusión de personajes con nombres vascos, imagino
que es un recurso buscado, que es una forma de dotar de verosimilitud a las
historias y, de paso, acercarlas a su realidad más cercana no solo como autor
de ficción.
Hay una apuesta por crear
historias que suceden aquí y ahora, en mi entorno más próximo, en este rincón
de Europa en el que me ha tocado vivir, y en una época muy cercana, que es la
que mejor conozco. Si se les aplicase la prueba del carbono-14 a estos relatos
en el futuro se podrían datar fácilmente… Creo que durante años ha habido
cierto complejo por parte de algunos escritores vascos –entre los que me incluyo–
a la hora de utilizar con naturalidad nuestros nombres y hemos buscado otros
nombres más “homologables” y neutros como Nora, Laura, Santi, etc. Es un tema
curioso.
A pesar del título de estos relatos, nada tan perpetuo como la trama de ‘Boeing 767’, ese monólogo interior, a lo
Ulyses de Joyce, que se convierte en un uróboro.
En efecto, me encanta que cites
esa figura, porque es exactamente lo que es. Siempre se habla del tópico de que
en el momento de su muerte uno puede llegar a ver su vida resumida en una
ráfaga de imágenes… Y digo yo, ¿por qué esperar al momento de la muerte si
podemos hacer lo mismo con un relato? La hipótesis de este relato, quizá el más
experimental del libro, es poder leer el último pensamiento de cada uno de esos
viajeros del avión cuando la tragedia parece inevitable y construir, mediante la
técnica del zapping, un loop con ese flujo de consciencia
colectivo.
‘El Danubio mecánico’ se antoja una metáfora satírica de una realidad
demasiado conocida y quizá por ello admite la distancia narrativa de poder
fabular y reírnos, en cierto modo, de sus consecuencias.
Es un homenaje a “La autopista
del sur” de Julio Cortázar, pero trayendo aquel enorme atasco de tráfico a hoy
en día. Se trata de licuar de forma muy subjetiva muchos de los tópicos de la
vieja Europa, un intento de poner sobre el tapete sus virtudes y sus complejos,
pero también sus miserias, que son las nuestras. También podría interpretarse
como una versión steam-punk de “El
rapto de Europa” en el que se plantea nuestra identidad líquida… Aunque tiene
apariencia fantástica, en el fondo es un relato muy realista, con una
protagonista cuyo nombre coincide con el de la canciller alemana y cuyo
subconsciente desatado cabalga de modo casi lisérgico.
¿Cree que a veces ocurre que al lector se le encasilla, quizá por el
éxito de una primera novela o de una saga, como ha sucedido, por ejemplo, a
algunos actores o músicos? Lo
comento porque en el relato ‘El velero’ leemos que ‘convenía tener más cuidado
con lo que uno hace bien; de lo contrario se corre el riesgo de no hacer otra
cosa el resto de tus días.’
Creo que hay que ser consciente
de las limitaciones de cada uno. Por ejemplo: a todos nos gustan una serie de
escritores, pero no necesariamente nos parecemos a ellos. Está bien conocer los
puntos fuertes de uno y sacarles partido, pero a veces me gusta jugar fuera de
casa, practicar disciplinas cuyas reglas
desconozco, moldear la propia vocación trabajando a contracorriente u
obligándome a sentirme incómodo con el género, el tono o el personaje que he
elegido. Eso que decían ciertos pintores sobre atarse la mano diestra y tratar
de volver a aprender a dibujar con la otra.
Harkaitz Cano (Lasarte,
Guipúzcoa, 1975) se licenció en derecho
por la UPV de San Sebastián, comenzando su andadura literaria con la creación
del colectivo Lubaki Banda, en 1993. Publicó su primer libro de poesía, Kea
behelainopean bezala en 1994, al que le siguieron las novelas Beluna jazz
(1996) y Pasaia blues (1999); una antología de cuentos publicada en castellano
que reúne los mejores relatos del autor, Enseres de ortopedia inútil (2002), y
El puente desafinado (2003), un libro de crónicas literarias de Nueva York.
Actualmente es colaborador habitual de varios periódicos del País Vasco, así
como guionista de radio y televisión.