Me concedió estos días una entrevista Marcelo Luján. Es el autor del libro de relatos La claridad (Páginas de espuma). Reseñé el libro esta semana, por cierto. Os dejo un enlace al pie con el resto de la entrevista.
He querido compartirla hoy aquí por celebrar este año, este 23 de julio, un atípico día del libro. Darle las gracias a Marcelo, también al editor, Juan Casamayor. La cultura nos hace más libres, disfrutad de este verano.
P.: Cinco de estos seis relatos han merecido el VI Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero. ¿Qué supone para un libro este reconocimiento tras estos meses tan hostiles? ¿Es una suerte de claridad entre el sopor del largo y oscuro periodo de confinamiento vivido?
R.: Por supuesto que sí. Desde lo personal y por la pandemia que nos azota, tuve que esperar cuatro meses hasta que se hizo público el fallo. Cuatro meses de absoluto silencio, por el compromiso con los organizadores y por respeto a las compañeras y los compañeros finalistas. Fue muy complicado porque había ganado pero eso no salía en ningún sitio y nadie lo sabía. No pensar en ello, en la magnitud del premio (y, en consecuencia, del logro literario) me generó cierta ansiedad. Por suerte, incluso en el más estricto confinamiento, la lectura no estaba prohibida. La lectura siempre resiste y siempre nos salva de la locura.
P.: El sexto relato, el titulado ‘Más oscuro que tu luz’, no entró a concurso aunque sí en esta antología. Háblenos de esa decisión de que formase parte del libro como un todo completando este “La claridad”.
R.: Ese cuento tuve que sacarlo del manuscrito original que presenté al premio porque ganó un concurso en el transcurso de tiempo de escritura del libro. Las bases del Premio Ribera del Duero solo aceptan cuentos inéditos y no premiados. De modo que lo tuve quitar. Pero es un cuento importante para el conjunto y para la propia armonía interna del libro. Por suerte, en el proceso de edición, Juan Casamayor decidió incluirlo, a modo de bonus track, y con una nota aclaratoria. La decisión fue del todo acertada.
P.: El primero de los relatos de este libro, ‘Treinta moneda de carne’, además de lo metafórico del título, incluye una frase que me gustaría que nos comentara. “Quién pudiera explicar esos extraños momentos en donde el tiempo de los relojes desaparece y solo vive y existe en la intensidad de las acciones”.
R.: Se trata, en primera instancia, de una construcción que articula y cohesiona (a estos pasajes me refería antes con aquello del narrador como herramienta). También es una afirmación compleja desde lo existencial y un momento del relato en donde se recurre a la composición subjetiva. La idea era decir que el tiempo, a veces, se detiene (o, mejor dicho, parece detenerse). Son pequeñísimos fragmentos de nuestras vidas en donde la propia situación nos absorbe porque nos excede. Se me ocurre que en esos instantes, no tenemos casi consciencia, el mundo desaparece y la mente funciona de un modo extraño.
P.: Al hilo del título del primer relato incluido en “La claridad”, no me resisto a preguntarle por una curiosidad: esas citas bíblicas introductorias. Me han evocado en lo metafórico a esa luz que derribase al apóstol San Pablo de su caballo.
R.: Vaya, qué buena alusión. No se me había ocurrido y me alegra escucharla. Los epígrafes de este libro son otro de los elementos que colaboran en la conformación de ese gran objetivo que me propuse al escribir “La claridad”: que sea un libro, que el lector, al terminar de leerlo, sintiera eso, que leyó un libro. Es la razón por la que todos los cuentos tienen una misma propuesta inicial, me refiero al aspecto paratextual. Además, la mixtura de citas bíblicas con fragmentos de canciones (digamos, rock), me gustó mucho. Siempre escucho tres o cuatro canciones, una y otra vez, durante el proceso de escritura de un texto de ficción porque me ayudan a imaginar una atmósfera (más allá de que esas canciones tengan o no que ver con la historia que pretendo contar). Por otra parte, la Biblia contiene innumerables escenas negras, de muerte y traición y en donde los muertos vuelven a la vida y los entes superestructurales, deidades, dialogan con los seres humanos. La Biblia como narración (quiero decir: omitiendo el componente religioso) es impresionante porque advierte constantemente del mal que existe en el mundo de los vivos.
P.: Háblenos del tratamiento del lenguaje formal en estos cuentos. También de la elección de la voz narradora lanzándonos las historias casi desde la oscuridad de la creación a la luz de su lectura.
R.: Al planificar cada una de estas seis historias comprendí, entre otras cosas, que necesitarían extensión. Quiero decir una extensión más larga de lo habitual para el género. Y en el cuento, cuando pasas la página ocho o nueve o diez, la tensión comienza a correr serios riesgos. Y la tensión es el máximo elemento interno de un cuento y lo único que lo sostiene ante el lector. Un cuento que pierde tensión es un cuento que no va a ningún sitio. Por lo tanto, necesitaba herramientas técnicas que me ayudaran, llegado el caso, a estabilizar y mantener la tensión. Este narrador anticipatorio, por ejemplo, fue clave en esos pasajes en donde sentí que la tensión podría decaer. El futuro narrativo es un recurso maravilloso y poco utilizado en literatura (inexplicablemente), y que también sirve para realizar virajes bruscos, para mostrar la luz y, enseguida, la oscuridad y, enseguida, otra vez la luz o un pozo mayor de oscuridad.
P.: Hallamos en estos relatos distintos grados de violencia y miedos. ¿Cree que hay una definición precisa del mal o que esta varía en función de la edad o la conciencia, ya individual ya colectiva del ser humano?
R.: El mal está en todas partes, a veces es visible, palpable, pero casi siempre se oculta y nos sorprende porque aparece en el momento menos pensado. Y esto último es lo que me interesa como narrador: ubicar la situación desgraciada, el hecho extraordinario, en un contexto de cotidianidad, incluso de placidez, donde los personajes están a gusto porque creen estar a salvo. No sé si el mal puede encasillarse en rangos de edad, tampoco sé si puede cuantificarse. La premeditación suele ser un elemento exponencial y por eso se considera que la planificación del mal es la cota más alta de la oscuridad. Auschwitz es un ejemplo de esto último. Pero también existe el daño no planificado, el que nace de la oportunidad y desde luego del azar, y esto sucede en ‘Treinta monedas de carne’, el cuento con el que abre “La claridad”.
Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) se radicó a principios de 2001 en Madrid, donde en la actualidad trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria. Ha publicado los libros de cuentos Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007). Ha publicado también libros de prosa poética Arder en el invierno y Pequeños pies ingleses, y las novelas La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009 y segunda Mención del Premio Clarín 2005), Moravia y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett 2016, entre otros). Parte de su obra fue seleccionada en campañas de fomento a la lectura y traducida al francés, italiano, checo y búlgaro.