Me concede una entrevista larga,
visceral y sin cortapisas Depablo i Martí. Vallisoletano de nacimiento, en un
mes lluvioso y frío de 1980, al parecer, desde entonces, odia el otoño, el
invierno, el frío, la niebla y la nieve. En lo literario es fan de la escritura
de Bukowski, Galdós y Montalbán. Cuando cayó en sus manos por primera vez un
libro de Kiko Amat, supo que quería ser escritor. Proletario, padre de dos niños
y, años atrás, librero, publicó ‘La increíble y formidable aventura de un
escritor que no quería serlo’ bajo el sello El
desván de la memoria, en, 2014. Novela que según leemos en esta entrevista
no publicaría ahora.
Empecemos
por quién es Depablo i Martí; según he leído, te consideras un tipo solitario e
introvertido, todo y que eres padre y no vives precisamente solo. ¿Qué es para
ti la familia y qué opinas de ese concepto -acaso trasnochado- del escritor
huraño, asceta y peleado con la sociedad a lo J. D. Salinger?
¡Ay, la familia, la familia, la familia! Tengo dos hijos. El de cinco años va para artista: le gusta cantar y bailar y el teatro. El de un año y medio va para terrorista: es destructivo. Los amo. Son tan diferentes… Yo soy un tipo de pueblo que sueña con salir de él escribiendo. Soy solitario y, según mi mujer, siempre estoy enfurruñado. Y con una timidez enfermiza que poco a poco, con la edad, la voy mitigando. Adoro la soledad y el silencio. El silencio no está de moda porque te obliga a pensar. Y la peña no quiere pensar. Normal. Yo porque soy un atormentado y me gusta ser un atormentado y torturarme, pero yo soy estúpido y la gente no. Por eso la gente esquiva la soledad. Error. Y gracias a la familia, a mi mujer y a mis hijos, esté, probablemente, contestando a tus preguntas. Ellos me centran. Me hacen ser responsable. Controlan mi locura, que la tengo. Mis miedos. Mis manías. Mis inseguridades. Soy muy inseguro y gracias a Clara, mi mujer, tiro para adelante, confía en mí, y eso está bien. Que la gente confíe en uno. Sin ellos, ya te digo, criando malvas.
Salinger estaría hasta el gorro de que le
preguntasen siempre por Mark Chapman y toda esa historia, y un buen día,
supongo, harto de pesados morbosos, les mandó al infierno. Con razón. Así que,
pues eso, que cada uno es como es y sus razones tendrá. Pero un escritor
huraño, asceta y peleado con la soledad, es un escritor, me parece, que merece
la pena leer. Sus obras descargarán odio, rabia y pesimismo que es, en mi opinión,
más interesante que el amor, la falsedad y la buena vida burguesa con la que
todo hijo de vecino sueña algún día pero que jamás, pero jamás, llegará a
conseguir.
Me suena que
además de escribir -en seguida hablaremos de ello-, también le das al pedal de
la bicicleta -duatlón, si no estoy mal informado. Háblanos de ese binomio
latino de men sana in corpore sano
¿Están reñidos el deporte y la literatura? ¿A uno le puede gustar el fútbol los
domingos y leer entresemana?
Empecé a hacer deporte hace, más o menos, cuatro
años. Correr, que es barato. Comencé por miedo a la muerte. No quiero morir y
creo que corriendo diez o quince quilómetros al día voy a ser una especie de
ser inmortal. Mentira. Moriré como todos. Pero ahí lo llevo. Me sienta bien correr.
Y el corazón pues lo muevo. Soy un tipo hipocondriaco y desde que hago deporte
ya no pienso día sí día no que voy a
fallecer de un infarto. Fumo, eso sí. El cigarro de después de correr es el
mejor del día, para que te voy a engañar. Sólo he participado una vez en una
competición de duatlón. Con mi hermano, que él sí que es el deportista de la
familia. Yo soy un intruso. Un moderno que corre porque está de moda y tal.
Pero bueno, de vez en cuando sí que cojo la bici y recorro algo por los páramos
castellanos, pero poco. No me gusta competir. Con nadie. Siempre demostrando
que eres el mejor. Yo ya sé que no soy el mejor en nada. No me motiva competir.
Yo corro simplemente por salud. Y, evidentemente, la
literatura no está reñida con el deporte. Hay escritores que corren, y
mucho. Y lectores que hacen deporte. Lo que ya no estoy tan seguro es si hay
deportista que lean. Que me da igual. Cada uno que haga lo que quiera. Pero sí,
qué narices, es más importante leer que hacer deporte… Bueno, depende lo que uno
lea, claro. Por cierto, me gusta el fútbol y soy del Barça y las últimas
manifestaciones antimonárquicas masivas han sido en un campo de fútbol. O no.
No lo sé. Que yo, al fin y al cabo, no sé apenas nada, que soy de pueblo
pequeño y, para colmo, castellano.
Consultando
las redes sociales veo también que compartes -con propios y extraños- alguna
que otra opinión/reflexión político-ideológica, algo muy democrático, pero que
me sirve para preguntarte por la libertad de expresión en nuestro país y, a
reglón seguido, sobre la necesidad o no de una transformación social en cuanto
a valores e identidades.
Fíjate que hay gente que se toma en serio las redes
sociales. Un tipo me bloqueó en una por decirle que su referente intelectual
era Jiménez Losantos. Parece que le sentó mal. Antes bien, él había asegurado
que el periodista era brillante. Gustos ideológicos, considero.
Yo soy marxista. He sido educado leyendo a Marx y a
Lenin. El primer libro que leí fue una biografía de
Lenin. Todos mis compañeros de lucha (cuando luchaba. Ahora menos y me
arrepiento todos los días), la mayoría, también hay anarquistas, son comunistas
sin partido o de partidos fuera de parlamentos e instituciones capitalistas.
Todos ellos me han hecho creer de nuevo en el ser humano. Hubo un tiempo en que
no creía en nadie. Ni en la amistad. Y ellos me cambiaron. Son gente buena. Y
es necesario, urgente, un cambio social. Una revolución, qué carajo. Si estamos
todos enfermos. Psiquiatra por aquí, psiquiatra por allá. Y el problema es la
vida que nos hacen llevar. Una vida de esclavos, de rivalidad, de ser el mejor,
único, compitiendo siempre con nuestros compañeros de trabajo o de estudio o de
escalera, yo qué sé. Un asco. Pero tampoco quiero aburrir.
Lo de la libertad de
expresión o la falta de ella no es nuevo. Tiempo atrás cerraron
periódicos, censuraron revistas… No es de ahora. Es de siempre. ¿Hay libertad
de expresión en los trabajos? ¿Los obreros pueden decir libremente lo que
piensan? ¿Y democracia? ¿Hay democracia en las fábricas, en las cárceles, en
los hospitales, en los psiquiátricos, en los colegios e institutos? Democracia
es una palabra muy bonita, como dijo la otra, pero completamente hueca. No, no
hay democracia. Y muchos avispados dirán: “para no haber democracia bien que
dices lo que te sale de la boca”. Pues sí. Y que dure. Es la ventaja de no ser
absolutamente nadie. Que apenas tiene “amigos” en Facebook y lo que dice apenas
le interesa a una docena de personas. Yo no soy nadie, por eso me dejan decir
los disparates que quiera. Si un día, espero que no, soy alguien, ya veremos lo
que me dejan decir y lo que no. La gente no lee, dicen, claro, carajo, como van
a leer si trabajan ocho, nueve, diez, once horas al día en unas condiciones
humillantes y con sueldos que no llega a mil euros. Luego, por la noche, algo
masticado por la tele y hasta mañana. Nos quieren imbéciles o deprimidos para
engordar, aún más, la maquina farmacéutica y todo eso que les enriquece.
Lo siento, me he liado. De todas maneras, no hay que tomarse en serio las redes sociales. Son una mentira. Y con ellas nos controlan y nos
espían y nos violan. Valemos más en la calle que en el ordenador o en el móvil
escribiendo contra mangantes. Opino. Además, todo es mentira. Somos carne
manipulable y las redes sociales lo saben. Yo me hice de las redes sociales
para publicitar mi libro, pero nada… no sé más que decir. Sí, que éramos más
libres sin ellas, pienso, vamos.
¿Qué hay de
catártico en la escritura, en general y en la tuya en particular? ¿Te afilias a
esa frase de Kafka de que un escritor que no escribe es un monstruo que tienta
a la locura?
Un escritor que no escribe es un escritor bien
jodido, sé de lo que hablo. Si un escritor no escribe deja, creo, de ser
escritor y se convierte en otra cosa mucho más irascible, violento, inseguro y
temerario. Yo escribo, además de para contar algo y que la gente lo lea, para
sentirme medianamente realizado. Es lo único que hace sentirme satisfecho
conmigo mismo. Educación burguesa. Si no
haces nada ya te etiquetan de cualquier cosa (“pero si era muy trabajador”. Y
el muy trabajador se ha cargado a medio barrio). Pero no soy un escritor que
escriba todos los días. Leo, eso sí, todos los día y a todas horas, pero no
escribo todos los días. Sufro demasiado y apenas disfruto. Me frustro. Me
parece una basura. Pero todo lo que escribo. Es así. No sé si les pasará a
otros escritores. Lo desconozco. No hablo con otros escritores. ¡Oh, dios, soy
un marginado! Los otros escritores escriben mil veces mejor que yo. Además,
reciben cientos de miles de “megusta” en las redes sociales. Yo no. Por cierto,
adoro a Batman y a Superman y todos los cómics de superhéroes. Me he vuelto un
maldito friky y todo el dinero lo gasto en cómics y no en libros, por eso me he
apuntado a la biblioteca, que está muy bien, pero, al menos en la de Cuéllar (un pueblo al lado
del mío que presume de tener los encierros más antiguos de España), no tienen a
Rafael Reig, ni a Kiko Amat, ni a José Ángel Barrueco, ni a Celso Castro (un
escritorazo), ni a Felipe Zapico ni a
Colectivo Juan de Madre, ni a Andrés Ortiz, ni a Óscar León, que es muy buen
escritor y, sobre todo, mi primo, ni cientos de escritores muy buenos pero poco
reconocidos. Una pena. Mi libro sí que está en una biblioteca de Valladolid. Ya
ves. La vida, que es muy perra.
Desconozco la biblioteca. Pero… sí, escribir me hace sentir, si no bien,
sí escritor. Malo o bueno, pero escritor. Por horas. Yo soy obrero. Vengo de
padre pastor y madre carnicera y hermano soldador. Soy un escritor proletario. Fíjate,
antes, cuando era un adolescente, me avergonzaba decir por ahí que mi padre era
pastor de ovejas. Debía der ser un chico de morro fino. Ya no, adoro a mi padre
y estoy muy orgullo de que haya sido pastor de ovejas, aunque yo, lo reconozco,
odiaba trabajar con mi padre ordeñando y echando paja en el suelo y todo eso
que hacen los pastores.
Hablemos de
una vez de lo que te gusta escribir, de lo que esperas llegar a transmitir con
tus obras publicadas o en ciernes. ¿Qué tipo de personajes te gusta dotar de
vida y por qué? ¿Cuál es el personaje perfecto -o casi- de la literatura
universal?
Siempre he querido ser un
escritor de novela pulp. De Kiosco. O de novela negra negrísima. No lo
soy, no lo consigo. Cuando me pongo me
sale otro cosa completamente diferente. Es tan difícil escribir bien. Intento
que con mis libros los lectores disfruten, sobre todo, y que al terminar el
libro no digan que vaya estafa de escritor, que la novela no vale para nada y
que vaya forma más anormal de gastar el dinero. Con que
digan, nada más, que la novela les ha gustado doy mi trabajo por satisfecho.
Antes sí, pero ahora no busco concienciar a la gente de nada, que también. Si
la vida es una alcantarilla de injusticias y yo pretendo escribir sobre la vida
dentro de una alcantarilla, tendré que narrar lo mal que huele en la
alcantarilla, más o menos. Y mis
personajes, los protagonistas, intento que sean muy parecidos a mí, que me es
más fácil. Y dar vida y voz a marginados, inadaptado, incomprendidos, derrotados,
explotados. De los nadie, vamos, me gusta dar vida a los que nunca han ganado
nada, todo lo contrario, perderán, porque la vida es eso: perder y perder y
perder y perder y volver a perder y perder y perder y volver a perder….
Ahora mismo no recuerdo ningún personaje perfecto
de la literatura universal. Que yo
considere perfecto. Grandioso. Diría Sancho Panza si fuera un maldito erudito
pretencioso, pero como no lo soy diré que Don Quijote o Gabriel de Araceli o el
pringado de Julien Sorel de ‘Rojo y Negro’. No. Me quedo con Sebastian
Dangerfield, que es un tipejo para meterle dos guantazos. Pero, claro, salvo
Don Quijote y Gabriel de Araceli, los demás no son perfectos. Y a Don Quijote…
se le iba un pelín la pinza. Me quedo con Gabriel de Araceli, el protagonista
de la primera serie de los ‘Episodios Nacionales’ de Galdós, que mira que las
pasó canutas para, por fin, poder estar con la chica. O con Pepe Carvalho.
Mejor me quedo con Carvalho, que no daba lecciones de nada y era un tipo duro,
aunque también recibió más de un guantazo. Según he leído, va a continuar con
la serie Carlos Zanón. Me alegro, es muy buen escritor. Volver a encontrarme de
nuevo con Pepe es lo que más deseo últimamente. Bueno, tampoco tanto, pero me
alegro un montón. Cuando me enteré de la noticia intenté leer de nuevo toda la
serie Carvalho, pero no encuentro un par de sus libros y ahí me he quedado.
‘La
increíble y formidable aventura de un escritor que no quería serlo’, es tu
primera novela en el mercado, ¿qué supuso para ti lanzarla a los cocodrilos
lectores y qué ha quedado tras aquella emancipación literaria?
No estoy nada orgulloso de la novela. Ahora no la
publicaría. No me gusta. No me parece que esté bien escrita. Hay muchos errores
infantiles. La he acabado odiando. Lo viví todo con mucho nerviosismo e
inseguridad. Hay personas tremendamente crueles. He aprendido a no tomarme todo
esto muy en serio. Pero lo digo yo; a otras personas sí que les gusto y a mí me
avergüenza que me lo digan y apenas hablo con nadie de la novela. No hablo con
nadie de la novela. Tal vez sea mi inseguridad, que nada de lo que haga puede
estar bien. No lo sé, pero… cambiaría tantas cosas. No es como lo imaginaba.
Flota en el
aire una de esas preguntas tópicas, la de preguntar por el escritor favorito de
uno, pero me temo una respuesta igual de obvia… Demos una vuelta de tuerca.
Dinos por qué deberíamos leer o no al Quijote, a la Regenta, a Lolita (de
Nabokov, claro), a Bukowski, a Bret Easton Ellis o a Alfonso Sastre.
Menos mal, porque no tengo escritor favorito. Bueno
sí: Celso Castro. Porque yo nunca podré escribir como él y lo único que quiero
en esta vida es escribir como él porque es especial. Ya está. Y deberíais leer
el Quijote porque (sonará a topicazo de erudito insoportable) es el mejor libro
escrito de la historia de la literatura (como si hubiera leído yo todos). No
hay libro como él. Lo tiene todo. ¡Leches, que fue escrito en los siglos
dieciséis y diecisiete! Si hay una novela que pueda
cambiar la vida esa es, a mi entender, por supuesto, ‘Don Quijote de la Mancha’.
‘La Regenta’ no la he leído, el nombre no me gusta y me parece un tostón
sólo por eso y porque obligaban a leerla en el instituto, y ‘Lolita’ tampoco
porque la película no me gustó y me da mucha pereza Nabokov. Como puedes ver,
soy un tipo bastante despreciable. Lleno de prejuicios y opiniones sin
fundamento. Bukowski, Bukowski, Bukowski. Bukowski es un puñetazo en el
estómago. Una patada en la entrepierna. Por cierto, se habla de Bukowski como
uno de los primeros en escribir realismo sucio y no se habla nunca del mejor,
de Stephen King, al menos, sus primeros
libros, que son los que estoy leyendo. No sé si lo de King, etiquetas, es
realismo sucio, pero sí realismo norteamericano (que para un comunista como yo
es lo mismo. “Nótese, por favor, el humor”) es crudo, sucio, profundo… Si en ‘It’
el que realmente da miedo es el crío ese abusón y torturador que tiene, junto a
sus dos amigos, amargados a los Perdedores. Y su padre. Y el marido maltratador
de la chica protagonista, y no el payaso con los globitos, que no recuerdo el
nombre, pero más o menos sí la historia que se ha montado King. Que todos sus
libros o, al menos, la mayoría, están conectados entre sí. Todo un universo,
como en los cómics.
En fin, que me voy del tema. Bret Easton Ellis es
un… Si Bukowski es un puñetazo en el estómago, Ellis es un puñetazo en el
estómago, pero con los puños llenos de anillas de hierro. Brutal. Perturbador. Me
atraen los psicópatas, no sé por qué. Y Ellis los describe a la perfección. Si
llegas a conocer a los psicópatas comprendes por qué el mundo está como está,
ya que dan más miedo los que no matan que los que matan, y los que no matan son
mayoría y dirigen el mundo. Hace tiempo que no leo a Alfonso Sastre. Alfonso
Sastre debe de ser ya muy mayor. Alfonso sastre es, en mi opinión, el mejor
dramaturgo vivo que tenemos, y apenas se le conoce por culpa de su militancia
política. Está silenciado por las grandes editoriales y por los medios de
comunicación que, para el caso, es lo mismo.
He dejado en
un aparte a Kafka, a Atxaga y a una terna un tanto particular: Pérez-Reverte,
Javier Marías y Muñoz Molina. ¿Por qué a algunos escritores se les estudia en
el colegio y a otros se les descubre en las bibliotecas o en las librerías a
una edad madura?
No lo sé.
Atxaga es maravilloso. Ama su tierra. Ama su pueblo y se nota es sus
obras. Envidio a Atxaga por eso. Yo no amo a mi pueblo ni a mi tierra, no me
siento identificado con ella. No es mi patria. No tengo patria. Y me gustaría,
pero no me sale. Me encantaría escribir una obra sobre mi pueblo. Con
asesinatos y silencios. Una tierra brusca y dura como es la Castilla profunda.
Algún día, si me sale, me pondré a ello. Yo quiero salir de mi pueblo. Largarme
lejos. No soporto el clima, ni el carácter. Debe de haber, dicen, un mundo
magnífico más allá de Tierra de Pinares. Y Kafka debió de ser un tipo bastante
singular. Especial. ‘La Metamorfosis’ es un clásico. Y los padres de Gregorio
Samsa unos miserables. Hay ciertos intelectuales que nos los han metido a
bocados, casi por obligación, cuando en realidad son unos mediocres que no
dicen absolutamente nada interesante, salvo que interesante, para algunos, sea
tener unos cojones enormes, humillar la lucha feminista, entre otras, o ser un
vocero de sus amos. Lo siento, pero no. En España, me consta, los cojones están
unos metros por encima del cerebro, y eso es un problemón (evidentemente, la
reflexión no es mía, la escribe David Trueba en su libro ‘Tierra de campos’).
Seguro que
tienes una novela en el cajón a la espera de editorial, cuéntanos de qué va, y
si hubiera algún editor entre los lectores, por qué ha de llamarte (o
escribirte un privado) para interesarse por ella.
Sí, hay una novela en el
cajón, pero literal, en el cajón de mi escritorio. La mandé a cientos de
editoriales y todas la rechazaron. Debe de ser una porquería. Ahora estoy
escribiendo una sobre un chaval que quiere arreglar el mundo y se convierte en
una especie de superhéroe. Pretendo, por
supuesto, que sea novela negra o pulp, y no lo conseguiré. Y cuando acabe ésta,
tengo en mente escribir algo sobre mi vida, abrirme en canal, exorcizarme, tipo
el último de Manuel Vilas que, por cierto, se habla mucho de ‘Ordesa’ y poco de
‘El dolor de los demás’ de Miguel Ángel Hernández que, para mí y para Kiko
Matamoros, es el mejor libro publicado en el dos mil dieciocho. Una pasada. El
final es… triste. Pero sí. La novela que está en el cajón creo que nunca verá
la luz. Da igual. Nadie se va a interesar ahora por ella. Era la continuación
de ‘La increíble y formidable aventura de un escritor que no quería serlo’, ya
que quería escribir una trilogía que, tal vez, algún día escriba, pero que si
es por una editorial, nunca se publicará. Qué se yo, puede que no valga para
escribir y yo erre que erre, allá con mis ilusiones. Escribir me sienta bien.
No hago daño, y eso es lo importante: no hacer daño. ¿Verdad? Aunque ahora me
voy a poner a estudiar y no sé el tiempo que tendré para escribir porque, como
he dicho antes, prefiero leer a escribir, y desconozco cómo administraré el
tiempo. Escribir, para mí, es agotador. Pero es mi droga. Mi maldita droga. Mi
heroína en vena (Topicazo al canto).
Para ir
terminando te quería preguntar por el sentido del humor. Dentro y fuera de los
libros, en la política, la vida diaria o en esos momentos en los que uno
debiera estar serio pero no puede parar de reír ya con un cómic en el metro
(sin importar que a uno le miren) ya en una reunión de corbata al recordar un
video de YouTube. ¿El humor nos salva o nos condena? ¿A qué humorista meterías
como ministro –de lo que sea- si pudieras y a qué escritor actual le recetarías
una sobredosis de Mafalda, por ejemplo?
Entiendo poco de humor. Y mira
que ahora está de moda. Tengo escaso buen humor, dice mi mujer. Duermo poco y
mal, esto algo tendrá que ver. Es diferente cuando escribo. Cuando escribo no
soy yo. Mis escritos tienen humor sin yo buscarlo.
Intento escribir todo lo contrario al humor, y nada, siempre me sale el
chistecillo de turno o la ironía o el chascarrillo. ¿El humor es necesario? Sí, creo, en todo. Yo
soy de humor negro. Es lo que me gusta. El humor entretiene, sólo eso. Ni nos
salva ni nos condena. Entretiene. Los bufones entretenían, pues eso. Y no
metería a ministro a ningún humorista porque no necesitamos ministros ni ministras
ni líderes. Pero admiro a la gente con sentido del humor. Son inteligentes y
rápidos. De todas formas, el humor no deja de ser una manera de mofarse de otra
persona, o de uno mismo si eres muy inteligente. Pero, leches, sí, me río, y
bastantes veces al cabo del día. Y no sé a qué escritor le recetaría una
sobredosis de Mafalda. Diría que a Vargas Llosa. Es curioso el caso de este
escritor, ¿verdad? Escribir tan buenos libros y, en cambio, ser una persona…
bien, voy a dejarlo aquí. Que me lío y me conozco y paso de contestar
impertinencias.