Si os interesa el asunto de la memoria la novela de Ray Loriga es vuestro libro. Ese es el tema sobre el que se arma la historia: la memoria. Aparentemente desde una posición crítica, pero sólo aparentemente. Siendo unos personajes desmemoriados, descabezados, prácticamente muertos vivientes, los que la critican, esa crítica llega al lector en forma de todo lo contrario, en forma del mayor de los homenajes posible. Ese es el efecto mágico que consigue el mago Ray Loriga. Bajo el simulacro de la crítica nos está dando a entender lo vital que es la memoria. El autor saca de la chistera este truco magistral y nosotros los lectores no podemos sino quitamos el sombrero. Chapó.
Por supuesto que no obvia la pesada carga que supone una presencia excesiva del pasado, pero una vez puestos los pros y los contras en la balanza, ésta se vuelca hacia la defensa de la memoria, porque cae por su propio peso. Por tanto la crítica de verdad, la que está de fondo, va dirigida precisamente a las sociedades que no cuidan la memoria, a las sociedades inconscientes que no miran hacia atrás y que ni siquiera miran hacia delante, lo cual no es de extrañar, puesto que lo uno tiene mucho que ver con lo otro. A dónde vamos y de dónde venimos, este es el tipo de preguntas que no se hacen en sociedades así, en sociedades como la descrita por Ray Loriga, donde tampoco son muy conscientes del tiempo presente, ocupada como está la gente en hacer lo posible por no pensar, distrayendo sus sentidos con lo primero que pillan. Concretamente el futuro próximo en el que se desenvuelve como pez en el agua el personaje protagonista se trata de una sociedad drogodependiente y sexodependiente, un mundo que además conserva lo peor de cada casa, como es el caso de la pena de muerte en EEUU, a lo que también pone de vuelta y media el autor, aunque literariamente, es decir: con estilo.
El protagonista es un antihéroe, todo lo hace mal, sin remedio. Pero hacia él la crítica es compasiva, no se ceba. Al fin y al cabo es una víctima. Es un tipo solitario y triste que olvida todo y a todos para no estar aún más triste. Vive cada semana como si fuera la última. Va de aquí para allá, de hotel en hotel. No tiene un hogar.
Al principio se mueve por los estados norteamericanos fronterizos con México, luego se desplaza al sudeste asiático. No para, tampoco sabría cómo hacerlo. Allí por donde va el sexo es libre, no entiende de número ni de género, lo mismo da hacerlo con un hombre, una mujer o con los dos a la vez. Y cualquier momento es bueno, sea con quien sea. Barra libre de sexo y de drogas. Por algo es vendedor de química para olvidar, drogas no le faltan. Todo vale mientras se pueda olvidar al día siguiente. Así es el futuro en el que se mueve, un tiempo al que el protagonista alude con la lapidaria frase: “ya no hacen muchas canciones hoy en día”.
Respecto al estilo narrativo, está muy influenciado por la literatura norteamericana. Es de fraseo corto, a veces tan acentuado que las frases podrían considerarse versos, sobre todo al comienzo, donde la voz del narrador es entrecortada y triste, un hilo de voz que marca de inicio el carácter del protagonista pero que enseguida va tomando cuerpo. El tono bajo perdurará toda la novela, en combinación con un ritmo dinámico en el que escenas de gran variedad se suceden una tras otra, aunque bien es cierto que sin que la conexión directa entre ellas sea lo importante. En este sentido, en el de la conexión interna del texto, el autor emplea un recurso muy de moda en los últimos años, el de ser eco de uno mismo pasado el tiempo suficiente. Este recurso consiste en retomar la situación de una escena anterior y aludir a ella para concluir en pocas palabras la escena en curso. Es tan sencillo como efectivo, puesto que transmite cohesión y sentido por más que a menudo detrás de ese recurso sólo esté el sonido del eco.
Si hubiera que achacar algo en contra del estilo narrativo de Tokio ya no nos quiere quizás sería que en el afán de emular el lenguaje sencillo de los autores norteamericanos se está al borde una o dos veces de utilizar un lenguaje ya no sencillo sino simple. Otro punto flaco podría ser en ocasiones el vocabulario, no tanto por los americanismos como por cierto vocabulario ochentero de uso habitual para la generación a la que pertenece Ray Loriga pero que no debería serlo tanto en una historia futurista, por muy próximo que sea ese futuro.
Pero dicho esto, porque tampoco había motivos para no decirlo, seré claro y tajante: Si queréis paladear literatura de la buena no dejéis de leer este libro. Hay fases del libro que son de auténtica obra maestra, página por página. El autor se revela como un extraordinario observador del mundo que nos rodea y nos sirve porciones del mismo a través de escenas tremendamente originales rematadas con reflexiones de idéntica originalidad. Un atracón de suculenta literatura.
Lástima que no sea así durante todo el libro. En la fase que se desarrolla en el sudeste asiático hay un momento en que decae. Da de lado la originalidad y cae en un bucle. Se repite. Se repite hasta el punto de correr el riesgo de transformarse en un cliché existencialista de drogas, sexo y rock and roll. Hay novelas que ganan con el paso de las páginas y otras a las que les ocurre lo contrario. En ese punto ésta sería de las otras. Menos mal que pasado el ecuador del libro hay un notabilísimo punto de giro argumental que revive la novela y que supone también un salto de calidad con el que el autor vuelve por sus fueros.
Tras ese punto de giro el protagonista no es capaz de guardar ningún recuerdo. Los bolsillos de su memoria están rotos. Nada de lo que entre hoy en su memoria seguirá ahí mañana. Está en una clínica bajo un tratamiento con el que el paciente “debe atarse los zapatos del recuerdo y salir andando por encima de sus propias huellas”.
Finalmente, como brillante colofón, nuestro personaje protagonista y narrador se entrevista con el creador de la química para olvidar. Y qué ironía, porque el creador nunca ha recurrido a su propia creación. Es más, él cuidó su memoria e incluso tomó las medidas necesarias para que le sobreviviera más allá de la muerte física. La entrevista es con su memoria virtual, que habla valiéndose de un monitor. También está “instalada” en la mente de una niña. Fijaos si se preocupó por su memoria. Nada que ver con lo que se preocupó por la memoria de los demás, que fue cero.
Lamentablemente para él todos los esfuerzos encaminados a que su memoria perviviera son en vano, puesto que la niña en la que ha depositado su memoria decide olvidarlo, y con el olvido de ella él muere definitivamente. Justo como sucede en la vida real. Morimos cuando muere nuestra memoria, cuando las nuevas generaciones prefieren olvidar. ¿Os suena de algo?
Por Ricardo Guadalupe.