Entrevisto al escritor
peruano Fernando Morote (Piura, Perú-1962) de forma reincidente pues ya reseñé
una obra suya, otro libro de relatos, tras la publicación de “Brindis, bromas y
bramidos” (2013). Actualmente vive en Nueva York y colabora con revistas de
España y Perú, escribiendo artículos sobre cine clásico, entre otros temas. De
hecho, coincidimos literariamente desde hace un tiempo en la revista online,
Contra Estudio.
Morote participó en el taller de creación literaria del Museo de Arte de Lima.
Ha sido ganador del II Premio Internacional Sexto Continente de Relato
Erótico y finalista del VII Premio Internacional Vivendia-Villiers de
Relato. Es autor de las
novelas: “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres
malditos” (2011), el mencionado libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos”
(2013), el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). En esta ocasión le pregunto
por su ‘La cocina del infierno’ (MRV Editor Independiente, 2015).
‘La cocina del infierno’ podría decirse
que es una gran alegoría en tres actos, "Los ingobernables". "La
cocina del infierno" y "El comando meón", ¿a qué obedece el que
sean precisamente tres partes y el hecho de que tengan ritmos y tonos
diferentes?
Los
tres relatos constituyen etapas diferentes de una misma historia. Un grupo de amigos
comparten su adolescencia en Lima y cuando se ven ante la necesidad de
emprender su propio camino salen del Perú. En el extranjero acumulan una
variedad de experiencias que repercuten en su crecimiento personal. Al paso de
los años vuelven no sólo a su país sino a su ciudad y especialmente a su
barrio, entonces encuentran que con lo aprendido afuera pueden ayudar a mejorar
la calidad de vida en su comunidad.
Cada
texto reclama y responde a una aproximación distinta porque son momentos
diferentes en las vidas de los protagonistas. La intención es mostrar cómo sus
puntos de vista, sus intereses, sus reacciones, sus sentimientos cambian o se
modifican a través del tiempo, debido a los vuelcos que toman sus existencias.
El primer relato, "Los ingobernables",
creo que tiene mucho de reivindicativo, aunque refleja bien la ternura de esa
juventud contrastada con la fiereza del entorno, el desarraigo y la búsqueda de
la identidad un hilo conductor en estas tres historias.
Los
protagonistas tratan de escapar de un pozo. Las historias no glorifican ni
justifican sus comportamientos o sus decisiones. Lo que viven “Los
ingobernables” en el Perú es lo mismo que ha podido vivir otra generación de
jóvenes en latitudes y épocas distantes.
‘La cocina del infierno’, además de dar
nombre al libro, es un ejercicio literario en sí mismo ya que el lector se
encuentra con un estilo narrativo rápido, en cierto modo fragmentario,
fotográfico que al parecer tiene relación con la técnica pictórica de Jackson
Pollock.
Hallar
y elegir el formato para “La cocina del infierno” fue un proceso de exploración
y ensayo. Recordé que años atrás había escrito un relato titulado “Alegre
panorama de verano”, que está incluido en mi novela “Los quehaceres de un
zángano” y presenta similar construcción. Se trata de graficar con palabras,
frases, oraciones lo que sería una ráfaga de ametralladora. Pero también, ya
que el texto se refiere implícitamente a la estadía de uno de los personajes en
la ciudad de Nueva York, decidí que la pintura de Pollock, abstracta y
expresionista, su técnica lúdica del chorreo y el goteo, podía transmitir con
fidelidad el contenido.
En el tercer relato largo de este libro
reencontramos a algunos de los personajes del primer relato, en “Comando Meón”
hay una doble vuelta al origen y con ella una voluntad de enmendar errores, los
de los demás, con un marcado sentido del humor; se embarcan en una cruzada muy
loable pero, como se dice ahora, políticamente incorrecta. Rescato una frase
divertida e ilustrativa: ‘En esa pandilla de asiduos bebedores, que madrugaban
sólo para sudar las culpas semanales haciendo un poco de ejercicio, antes de la
clásica borrachera dominical, la fibra muscular había sido desplazada por el
tejido adiposo.’
“Los
ingobernables” han experimentado un período de evolución, pero no se han
convertido en moralistas ni académicos. No quieren degradarse en esos términos.
Son fieles a su naturaleza. La forma en que hablan, incluso, es una afirmación
deliberada de su identidad, de la cual no reniegan. Cada miembro del “Comando
Meón”, además, es un ingobernable, digamos reformado, que representa primero
una forma de huir del ambiente que lo anula y luego también un modo de contribuir
a su progreso.
Hay deseos, sueños, camaradería y un
pequeño gran drama desnudándose ante los ojos del lector, ¿fue más fácil
escribir este libro por residir fuera de Lima, del Perú que se asoma entre
estas páginas?
Sí.
De hecho, todo lo que he escrito hasta ahora creo que ha sido posible porque no
estoy en el Perú. La distancia, no sólo física sino mental y emocional, me
aporta una perspectiva más clara y amplia para contar las historias que quiero en
la forma que elijo hacerlo.
También hay una parte veraz, escenarios
y hechos verídicos de la historia reciente del Perú, además de darle
verosimilitud a las narraciones ¿esconde una intención más allá de la
literaria? Leo en ‘Los ingobernables’ sobre el barrio Mariano Melgar: ‘El
Doctor, escrutando la periferia, dudaba de que los pobladores de aquella
polvorienta invasión tuvieran conocimiento (o siquiera presumieran) de que el
nombre que daba vida a su morada perteneciera al ilustre poeta arequipeño.’
Hacía
mucho que tenía planeado escribir algunos relatos con esos hechos como marco de
fondo. Cuando planeé “Comando Meón” descubrí que era mi oportunidad de
incorporarlos para describir el contexto en el que los ingobernables crecieron
y cómo afectó sus vidas. Además me proporcionó las herramientas para trazar los
rasgos de su personalidad. También hay por supuesto una intención de observar
la realidad social, económica y cultural del Perú en aquellos años, que en parte
no es muy diferente a la que impera en la actualidad.
El lenguaje es otro punto que avala la
realidad de estos personajes y estas historias dentro del contexto geográfico
de quienes se van y vuelven a Lima sin abandonar del todo su identidad íntima.
Leo en el segundo relato esta frase: ‘Tu lengua no está programada para
dicciones extranjeras.’
Estoy
siempre atento para eludir el vicio de hacer hablar a un ladrón como si fuera
un profesor universitario. Al momento de escribir, ésta es una alarma que se
activa de manera espontánea. Escogí un lenguaje específico que fuera acorde
para cada relato. Si “Los ingobernables” o los miembros del “Comando Meón” no
hablaran como lo hacen, no serían ellos. Su modo de hablar es parte de su
personalidad. En cierta forma es su sello personal.
¿Existieron de algún modo el Narizón, el
Conde, el Doctor, el Champero y el resto de personajes o solo son unos nombres
figurados representativos de esa realidad de limeños ingobernables en un éxodo
voluntario o involuntario?
Existen
en la vida real. Estoy seguro de que se les puede encontrar en cualquier
esquina de cualquier vecindad en cualquier país del mundo. En el caso
particular de “Los ingobernables” y el “Comando Meón”, son mis amigos del alma.
Podéis
leer aquí la reseña de su anterior libro de relatos.
Muchas gracias y mucha suerte, Fernando.
Por Ginés J. Vera.