En esta ocasión tengo el privilegio
de poder entrevistar para Maleta de libros a Jorge E. Benavides a quien conocí
años atrás en una desaparecida librería de Valencia, solo que esta vez para
intercambiar impresiones sobre su novela ‘La paz de los vencidos’. Peruano de
nacimiento, desde 1991 hasta el 2002 vivió en Tenerife. Ha colaborado con
prestigiosas revistas tanto de nuestro país como de Perú, destacando entre las
novelas publicadas anteriormente: La noche de Morgana (2005), Un millón de
soles (2008) o Un asunto sentimental (2013). Fue finalista en la Bienal de
Cuentos de COPE en 1989 y también en la del certamen de cuentos NH (España) del
año 2000, en el Premio Tigre Juan de 2003 y en el Rómulo Gallego de ese mismo
año. Ha sido Premio Nuevo Talento FNAC en 2003. Con su novela ‘El enigma del
convento’ ha obtenido el premio Torrente Ballester.
¿Qué ha viajado
de usted como autor en esta novela, a ese protagonista que llega de Perú a
Canarias para ganarse la vida, más allá de lo circunstancial?
Supongo que lo principal es la
mirada, la extrañeza de adaptarse a un lugar ajeno, lejano y remoto como solo
podían estar los lugares antes de internet. Se trata de una mirada virgen,
siempre sorprendida, que nunca más recuperaremos. Y eso es algo que a mí me
ocurrió, como a cualquier que llega a instalarse a otra ciudad, ya digo, tan
lejana y ajena como podía ser para mí Santa Cruz, hace casi veinticinco años.
Eso es lo que quise que fuera la visión del narrador protagonista, pues de otro
modo nada de lo que se contase tendría sentido.
No sé si ver un
guiño a la precariedad de los trabajos en esta sociedad tecnológica,
precariedad asociada con esa necesidad personal de sabernos útiles aferrados a
un trabajo, aunque sea mínimo, mal retribuido, ‘condenado a la eventualidad’
como reflexiona el protagonista.
Bueno, en todo caso sería un anticipo
porque, como digo, la novela está ambientada en una época radicalmente distinta
a esta. Y la precariedad económica resulta habitualmente consustancial al
inmigrante. Hoy esa precariedad se ha extendido a amplios sectores de la
sociedad que hasta hace poco ni se imaginaban que podrían vivirla.
A la hora de
gestar ‘La paz de los vencidos’, ¿decidió el formato de narración en primera
persona y el de diario con la intención de aproximar aún más al lector con la
realidad a veces fragmentada y desorientada del protagonista?
Sí, tenía claro que la mejor manera
de abordar una narración de este tipo era a través de la reflexión más íntima,
y que el diario se presentaba bastante bien para este propósito. Cada relato
tiene una manera de contarse, y encontrar esa forma es la primera preocupación
para el escritor. No puedo imaginarme esta historia contada desde otro ángulo.
Creo que los
personajes secundarios, por así decirlo, son como esa cita de Faulkner (… en
mitad de la noche una cerilla no ilumina apenas nada, pero nos permite ver
cuánta oscuridad hay a su alrededor), dan la verdadera dimensión de quien se
mira cada día en el espejo de su vida en la vida de los demás, ¿no le parece?
Creo que en las novelas, los
personajes secundarios e incluso los “figurantes” son una parte realmente
importante, porque constituyen el entorno de los personajes principales y
ayudan a comprenderlos mejor, a verlos como seres reales y no sólo como
estereotipos. Nuestra vida, la vida de cualquier, está compuesta de personajes
secundarios y su existencia es lo que define mejor nuestros contornos.
Extraigo una
frase de la novela: ‘Uno no llega a comprender bien la soledad hasta que se
encuentra cara a cara con ella. Me estoy refiriendo a esa soledad (…) que
conduce al exilio de nosotros mismos’.
Creo que muchos pensamos de la
soledad sólo su parte más “visible” y esta suele tener un cierto perfil
romántico. Pero hay un tipo de soledad que no tiene nada de romántica, que es
brutalmente inevitable y que termina por llevarnos al aislamiento más absoluto.
Nos vuelve invisibles y luego termina por convertirnos en seres extraños para
nosotros mismos. Es la soledad que viven los desarraigados, los que han sido
excluidos del sistema, como el viejo profesor de mi historia.
También hay
libros, literatura, el sueño de convertirse en escritor entre estas páginas, se
respira el humo de cigarrillos a lo Cortázar en París, a lo tertulia de bar y
escapar de la vida rutinaria mediante la vida literaria de otros.
Es una novela innegablemente
tributaria no sólo de mis lecturas más queridas, sino de una forma de entender
la literatura tal como yo la veía, como la veían otros amigos de mi generación.
Un oficio apasionante y casi excluyente, donde el aspecto bohemio podía ser un
atractivo pero también un peligro, una luz que encandila y termina por
destruir. Y también hay tabaco porque se fumaba en los bares. Es un paisaje muy
extraño y muy distinto al actual: no hay móviles, no hay euros, no hay internet
ni twitter ni tabaco en los bares. El mundo parecía un poco más tangible.
Esta novela ha
merecido el XII Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro (quien curiosamente
fue otro gran escritor peruano, exiliado en el viejo continente). ¿Qué le
supuso para usted este premio y qué cree que le aporta a la novela cara a los
lectores?
Es, sin duda, un premio del que me
siento muy honrado. Lleva el nombre de uno de nuestros grandes escritores del
siglo pasado. Y además, la novela tiene una cierta raigambre ribeyriana, como
ha señalado parte de la crítica, especialmente en el Perú. De manera que es un
premio muy importante y muy querido por
mí.
¿Mientras se tiene esperanza no se está
vencido del todo, aunque no se logre la deseada paz interior de noche o en los
momentos de reflexión con uno mismo?
Bueno, el título hace alusión más
bien al sosiego que se puede experimentar cuando decidimos que sería insensato
luchar más en determinadas circunstancias. Y eso es lo que de alguna manera
pretende trasmitir esta historia de outsiders
y gente que fracasa: todos, de una u otra manera, saben que están vencidos, y
su rendición trae una suerte de paz y sosiego.
Muchas gracias y mucha suerte, Jorge.
Por Ginés J. Vera.
Foto: web de Jorge E. Benavides