Me concede una
simpática entrevista el psicólogo y coach Tomás Navarro. Ya lo hizo hace un par
de años en aquella ocasión con motivo de la publicación de su libro ‘Fortaleza
emocional’. En este caso le agradezco que abra unos minutos en su apretada
agenda profesional para contestarme acerca de Kuntsokoroi (Zenith, 2016). Una
guía inspiradora que nos enseña que las dificultades puedes ser oportunidades
para convertirnos en personas más fuertes y bellas.
Además del término japonés kuntsukoroi (que da
título al libro), asociado al arte de recomponer lo que se ha roto, descubrimos
otros conceptos de aquel país, como son el ikigai (la razón de vivir o de ser)
y el mottainai. ¿Nos los comenta en el contexto de este libro?
Podemos aprender mucho de las diferentes culturas
del bello planeta tierra. Mi mejor consejo es que nos mostremos receptivos a
aquello que nos pueda ayudar a expandir nuestra mente, sea de la cultura que
sea… y con el ejemplo predico ya que esto mismo es lo que he hecho al
incorporar estos términos en el libro.
Ikiagai es una palabra que ilustra a la perfección
un concepto clave en el libro. A menudo, cuando la adversidad y el dolor
golpean duro, la vida pierde sentido y, sin darnos cuentas, nos encontramos
vagando cual zombies, dejando pasar los días o incluso pensando en que la vida
no tiene ningún sentido.
Pero es justo en la adversidad, cuando más
necesitamos de nuestra fortaleza emocional para poder darle un sentido a nuestra
vida y que nos impulse a levantarnos de la cama y superar nuestro dolor.
Ikiagai hace referencia la sentido de nuestra vida,
al motivo por el que nos tenemos que levantar cada mañana, la resorte que nos
va sacar de la cama de un salto y que nos va a permitir afrontar el día a día y
por ende, la adversidad que tenemos ante nosotros.
Podemos tener más de un ikiagai. No hace falta que
sean grandes motivos, pero si que han de ser lo suficientemente intensos como
para sacarnos de ese estado de letargia y noqueo en el que nos encontramos.
Siempre hay alguna motivación para seguir adelante.
Por uno mismo, por los hijos, por lo vivido o por lo que queda por vivir. Busca
tu Ikiagai y, si no encuentras ninguno, aquí te doy yo uno… Levántate de la
cama y lucha ya que el mero hecho de hacer algo que te va a ayudar a estar
mejor. Invierte en ti y lucha por ti.
En el libro también encontramos, como muy bien
señalas, el término Mottainai. Mottainai tiene que pronunciarse acompañado de
una exclamación, como enfadado, incluso.
¡Mottainai! La traducción al español de Mottainai sería algo así como… ¡Pero qué
estás haciendo, alma cándida, desaprovechando algo tan importante como es… En
este caso la experiencia vivida. Mottainai tiene el origen en tiempos más
míseros que vivió Japón, tiempos en los que no se podía desaprovechar nada ya
que todo era valioso dada la escasez de recursos.
En Kintsukuroi utilizo el término Mottainai para
animarte a que no desperdicies algo tan valioso como ha sido tu experiencia, la
experiencia del dolor sufrido y superado. La adversidad es una gran escuela,
así que ningún dolor habrá sido en vano si somos capaces de aprender de lo
ocurrido.
Pero me permito ir todavía un poco más allá ya que
tu experiencia es válida para ti pero también para las personas que te rodean.
Comparte lo vivido y estarás ayudando a muchas personas a que no pasen por lo
mismo que tú has pasado, a que encuentren alternativas para gestionar la
adversidad y a que se sientan apoyadas y acompañadas en su lucha.
Leemos en la introducción que los casos y
situaciones incluidos, recopiladas en su práctica laboral, pretenden ser una
guía para que nos ayude a nosotros mismos, si nos encontramos en esta tesitura,
o si queremos ayudar a otros a recomponer su vida. Quizá sea más fácil poder
ayudar a otros, tomar perspectiva, que aplicarse uno mismo estos consejos sobre
todo si uno está de lleno en la difícil situación de recomponerse, ¿me
equivoco?
En absoluto, tienes toda la razón. ¿Cuántas personas
conocemos que ayudan a sus amigos, pero que son incapaces de ayudarse a ellos
mismos? La clave está en la perspectiva, siempre, sin duda. El problema es que
cuando estamos sufriendo, cuando estamos en plena guerra, la activación
emocional es tan fuerte en forma de miedo, ansiedad, dolor, etcétera, que se
hace muy difícil ver las cosas claras, o por lo menos, con cierta perspectiva.
No obstante, la buena noticia es que podemos
recuperar la perspectiva en cualquier momento, eso sí, no sin esfuerzo. Existen
algunos recursos para recuperar la tan preciada perspectiva. Uno por ejemplo,
es comunicarte y hablar con otras personas. Una de las principales funciones de
la tristeza es la de generar empatía en las personas que tienes cerca para
poder así, contar con su ayuda, con su punto de vista, en definitiva, con su
perspectiva.
Otro de los recursos de los que disponemos es el de
tomar cierta distancia ayudándonos de un recurso tan efectivo como sencillo: la
actividad física en el medio natural. Hay paseos por la playa que han salvado
vidas, excursiones por un valle, ascensiones a montañas o paseos por el parque
que han dado más perspectiva que determinados profesionales de la salud.
Sal, sal a pasear, correr, pedalear o nadar.
Cánsate, agótate, deja toda tu rabia y tu ira en el camino. Pasea, relájate, distráete
y enriquece tu experiencia y verás que la inspiración en forma de perspectiva
te vendrá a visitar.
Todavía existe un tercer recurso. Transciende a tu
experiencia y trata de imaginarte que lo que te está pasando a ti, en realidad
le está pasando a tu mejor amigo. Un amigo que está a miles de kilómetros de
ti, un amigo con el que solo puedes comunicarte mediante el correo. Escríbele
una carta a tu amigo explicándole todo lo que podría hacer, aconsejándole,
ayudándole a interpretar lo que está viviendo y lo que está sufriendo. Cierra
esa carta, ponla en un sobre y escribe en él tu propia dirección. Procede a
salir de casa, comprar un sello y depositarla en el correo, para que cuando te
llegue puedas leerla y recuperar esa perspectiva que has perdido.
Es importante que te la envíes. En ese momento justo
no serás capaz de llevar a la práctica los consejos que acabas de escribir,
pero verás que, pasados unos días, cuando te llegue la carta, tendrás una
actitud más receptiva y abierta y recuperarás la perspectiva que tanto
necesitas.
Me ha gustado el concepto del impulso de reparación, y sobre el que me gustaría que nos hablase
un poco más.
El impulso de reparación es un mecanismo de
adaptación fisiológico. Cuando nos hacemos un corte, nuestro cuerpo activa una
serie de complejos mecanismos y funciones que nos van a permitir curarnos y
cicatrizar esa herida. De la misma manera tenemos un impulso de reparación
psicológico que nos va a permitir gestionar ese dolor emocional. El problema es
que a veces interferimos en el proceso y no permitimos que la herida sane.
Permíteme que comparta un ejemplo. Cuando andamos o corremos, nuestro cerebro
coordina a la perfección lo que nuestros ojos perciben con lo que nuestro
cuerpo tiene que hacer; ahora bien, cuando tenemos miedo, introducimos un extra
de atención y de distracción a la vez en este complejo proceso de tal manera
que estaremos provocando una interferencia que muy posiblemente acabe
provocando que tengamos un traspiés.
De la misma manera interferimos en el proceso de
sanación emocional, impidiendo que la herida emocional cicatrice. Solemos
interferir cuando nos precipitamos en nuestras conclusiones, cuando nos
autoengañamos creyendo que no es tan importante lo que nos ha pasado, cuando
utilizamos el dolor para llamar la atención, cuando no nos permitimos un retiro
para analizar lo ocurrido o cuando creemos que nosotros solitos podremos salir
de esta, entre otras muchas cosas.
Finalmente, de la misma manera que ocurre con las
grandes heridas físicas, algunas heridas emocionales no pueden ser sanadas a
pesar del impulso de reparación y requieren de la ayuda de un profesional.
Existen los desequilibrios bioquímicos, los trastornos mayores y las
situaciones altamente complejas, situaciones, todas ellas, que escapan la
control del impulso de reparación.
Podemos hacer muchas más cosas de las que nos
imaginamos, pero no podemos controlarlo, gestionarlo o curarlo todo. Cuanto
antes nos demos cuenta, antes podremos pasar a la acción, aquella que sea más
apropiada e indicada.
Gestionar la adversidad junto al resto de fortalezas
emocionales, indica que debería, en su opinión, enseñarse en las escuelas. ¿Por
qué lo cree así y a partir de qué edades tendría que incluirse este
conocimiento en los planes de estudio?
Desde el primer día de escuela. Es una materia tan
importante que no puede quedar relegada a la buena voluntad de un profesor. La
fortaleza emocional debería enseñarse de manera sistemática en todos los
colegios a todas las edades. ¿De qué nos sirve un ingeniero brillante si no es
capaz de relacionarse adecuadamente con otras personas? ¿De qué nos sirve un
político si no es empático y compasivo? ¿De qué nos sirve un médico si no es
capaz de gestionar su ego? ¿Para qué queremos MBAs que no saben gestionar el
sesgo que provoca el deseo en las decisiones que tienen que tomar? Podría
seguir así un buen rato, créeme. Además, trabajar la fortaleza emocional es
súper sencillo ya que se puede hacer de manera transversal con diferentes
contenidos y unidades didácticas adaptadas a la edad de cada alumno.
Llegará un día en el que nos daremos cuenta que
tenemos que trabajar nuestras fortalezas emocionales de la misma manera que lo
hacemos con las físicas. Llegará un día en el que nos daremos cuenta de que la
salud emocional es tan importante como la física. Y ese día llegará cuando nos
demos cuenta de que la salud mental del adulto se puede empezar a trabajar en
el colegio. Si todavía albergas alguna duda de la importancia que tiene, trata
de imaginarte cómo hubiera sido tu vida si te hubieran enseñado a amar, o a
tomar decisiones, o a analizar a las personas, o tener una buena autoestima…
A menudo tratamos de tapar el dolor con medicación o
autoengaños, leo también en Kintsukoroi.
¿Cree que se dispensan demasiados medicamentos para paliar enfermedades que
podrían curarse acudiendo a especialistas en psicoterapia? ¿Se abusa de la farmacología?
La medicación en sí misma no es buena o mala. Una
medicación bien indicada, monitorizada y con una dosis adecuada te puede
permitir trabajar muchas cosas a nivel psicológico. A veces necesitamos
remontar una situación, controlar unos pensamientos delirantes, equilibrar una
deficiencia bioquímica transitoria o crónica o ayudar a paliar unos síntomas y
no tenemos otro modo de hacerlo que con medicación.
Pero es bien cierto y frecuente, que se administra
medicación sin control, sin monitorización y sin analizar la dosificación
adecuada. Médicos generales cargados de buenas intenciones, presionados por un
sistema que penaliza las derivaciones, sobrevalorando sus conocimientos de
Psicofármacos o atreviéndose a (mal) diagnosticar trastornos mentales;
dispensan cantidades ingentes de medicación que no procede, lo que supone un
gran riesgo ya que el paciente se queda con la sensación de que se está
tratando su problema, pero en realidad tan solo se están tratando algunas de
las consecuencias de su problema, sin incidir lo más mínimo en el origen del
problema.
Por ejemplo, en muchas ocasiones el médico de
familia receta ansiolíticos cuando en realidad el paciente necesita aprender a
tomar decisiones ya que la ansiedad que siente y padece es la consecuencia de
las decisiones que toma o deja de tomar. En ocasiones un cambio de trabajo, una
separación o una mudanza, son los mejores ansiolíticos del mundo.
Por otro lado, y esto lo he vivido en primera
persona, el médico de cabecera, me recetó ansioliticos y antidepresivos para
relajar mi estado ‘nervioso’ que estaba provocando problemas digestivos…
Problemas que no fueron otros que un virus o bacteria que me infectó en una de
mis expediciones y una hernia de hiato secundaria a mis intensos entrenamientos
después de haber comido durante mi juventud.
Si no llego a dedicarme a lo que me dedico,
posiblemente hubiera muerto lentamente, eso sí, relajado y feliz.
Así que como conclusión dos grandes reflexiones. La
primera es una llamada de atención a los profesionales de la salud, a los
diagnósticos que realizan y los fármacos que recetan. La segunda, a veces hay
que tomar medicación sí o sí. De la misma manera que una persona diabética
necesita insulina, algunos trastornos necesitan del tratamiento con un
Psicofármaco; pero para el resto de casos, nunca dejéis de incidir en el origen
del trastorno, en la causa del desequilibrio, en el problema en sí mismo. No te
resignes a tratar unos síntomas cuando puedes incidir en el origen de los
mismos.
Leo que nuestro cerebro no soporta bien las lagunas
de información, el tener que hacer frente a situaciones con un elevado impacto
emocional. Parece que ante ese horror
vacui tendemos a completar esa información de manera poco eficaz para
nuestra salud mental, ¿es cierto?
Nuestro cerebro no soporta bien la incertidumbre y
solicita respuestas rápidas aunque incurra en riesgo de error. Nuestra mente
prefiere una respuesta incierta, una construcción precipitada o una conclusión
parcial y sesgada a unos breves instantes de inseguridad.
Pero en esta carrera al sprint por rellenar el
vacío, nuestra mente comete errores, muchos errores. Algunos de ellos son
viejos conocidos como por ejemplo la famosa culpa. Algunas cosas no tienen
ninguna explicación, algunas cosas pasan por simple mala suerte y algunas cosas
sin que tengamos la más mínima opción a hacer alguna cosa.
Pero si nuestra conclusión es que ha pasado por
culpa nuestra, nuestro cerebro ya tiene una explicación y se quedará tranquilo,
a pesar de que, sin saberlo, generará un error, un sesgo que condicionará la
interpretación que hagamos de lo ocurrido.
Una de las claves de esta guía, al parecer, es que
seamos capaces de analizar correctamente lo que podemos cambiar de lo que no
para poder tomar mejores decisiones y gestionar así eficientemente la
adversidad. Parece más fácil en la teoría que en la práctica, ¿no le parece?
Ciertamente no es fácil, pero tampoco es tan
difícil. En cualquier caso, querido Ginés, lo que no podemos hacer es dejarlo
de hacer porque sea difícil. Vamos por partes, en mi primer libro, fortaleza
emocional, describo un método que nos va ayudar a conseguir este propósito. El
primer paso, sin duda, es el de ganar perspectiva, el de ver con cierta
distancia lo que nos está pasando, lo que estamos sintiendo, lo que estamos
viviendo. Aquí está la clave, ya que con esa perspectiva podremos analizar
mucho mejor. La perspectiva se gana haciéndose uno una pregunta de manera
recurrente: ¿Qué sentido tiene lo que estoy haciendo? No hace falta más… Eso
sí, trata de responder en clave de sinceridad, con la mayor honestidad posible.
De la respuesta a esta pregunta nace el segundo
paso. Si la respuesta es que no tiene sentido, o que tiene sentido para otra
persona pero no para mi, tenemos que plantearnos una nueva pregunta… ¿Qué voy a
hacer para darle sentido o para dejar de hacer algo sin sentido? Pero hay que
ser muy valiente para formularse esta pregunta ya que de su respuesta pueden
surgir muchas consecuencias. Lo que no hacemos no nos duele, o creemos que no
nos duele, pero en realidad nos está limitando.
Empieza a pensar diferente, teniendo en cuenta las
consecuencias a medio y largo plazo de aquello que estás haciendo ahora mismo y
desterrando el miedo y la comodidad de tu vida. Tan solo de esta manera podrás
pasar al tercer paso, pasar a la acción y tomar una decisión.
De todas maneras, en muchas ocasiones, el problema
no es que no sepamos discriminar aquello en lo que podemos incidir de lo que
no. El problema suele ser que no queremos cambiar algunas cosas por miedo o por
comodidad y de esta manera nos autoengañamos y nos distraemos tratando de
cambiar cosas que no pueden ser cambiadas.
Párate, detente y dedica tu energía a cambiar
aquello que puede ser cambiado y que no quieres aceptar. A medio plazo tu salud
te lo agradecerá.
Aunque es un tema delicado, sobre todo con esas estadísticas
tan terribles sobre el maltrato de género, quería preguntarle por una relación causal
que incluye en su libro. Esa en la que nos comenta que donde hay ira hay
culpabilidad, y donde hay culpabilidad, hay castigo y maltrato. ¿Qué se puede
hacer para romper esta cadena, esta dañina interrelación?
No sabemos gestionar nuestras emociones, la ira
incluida. La ira en sí misma no es mala si somos capaces de leerla y
entenderla. Recuerdo un enfado monumental que tuve en una ocasión en la que mi
jefe, hace muchos años, me dijo que esperaba más de mí. Me enfadé, me enfadé
mucho, pero a pesar de que el origen de mi enfado fue mi jefe, él no era el
responsable del mismo, sino que era yo. Mi jefe tenía razón. Podía hacerlo
mejor y eso fue lo que hice. Transforme toda mi ira en energía y estuve toda la
noche trabajando en el informe que me había denegado. Toda la culpa de ese
enfado era mía y solo mía… Pero qué es lo que suele ocurrir, pues que en vez de
gestionar adecuadamente ese enfado, solemos enfadarnos con el mensajero, es
decir con mi jefe en este caso, de tal manera que él tendrá la culpa de
habernos roto una idea, nuestra imagen o cualquier expectativa poco realista y,
claro, de esta manera el maltrato, la agresividad y la violencia ya tienen un
objetivo claro.
Enfadarse no es malo, en absoluto; explotar,
culpabilizar y castigar a una persona sí que lo es. La clave está en
interpretar adecuadamente ese enfado, identificando correctamente el origen del
mismo e incidir de una manera constructiva en él. Los enfados suelen responder
a frustraciones, desengaños y decepciones. Si aprendemos de lo ocurrido, nadie
saldrá herido, al revés, tú mismo saldrás reforzado, más bello y más sabio.
Detrás de la mayor parte de enfados con nuestra
pareja hay una frustración de cariz profesional, detrás de muchos enfados en el
trabajo hay una insatisfacción vital, detrás de muchas conductas hostiles no
hay más que inacción ante una vida que no nos gusta.
Tomás Navarro
reparte su tiempo entre la escritura técnica y de novela, la formación, la
consultoría, las conferencias y los procesos de asesoramiento y coaching personal y profesional. Empezó
trabajando con niños en un hospital, desde una perspectiva clínica y educativa.
Más tarde decidió dar un giro a su carrera profesional y se dedicó a ayudar a
las personas a trabajar y vivir más felices. Fundó así una consultoría
especializada y años más tarde un centro de bienestar emocional con el mismo
objetivo. Publicó en 2015 el libro Fortaleza emocional, por el que
también me concedió una entrevista. Podéis consultarla aquí.