Carlos
Meneses Nebot (Palma, 1969), hijo del también escritor Carlos Meneses, ha publicado un nuevo libro de relatos El día que murió Amy Winehose. Reside en
Palma de Mallorca donde trabaja de acomodador de cine y colabora en el
periódico Última hora. Autor de cinco novelas: Último asalto, Deltoides, Chop
suey de pollo (Finalista del Premio Nuevos Narradores Ópera Prima), No te
lamentes tanto, Carlitos y El último
trabajo de Germán Cárdenas, lo es además de los libros de relatos: Vuélate la
tapa de los sesos, El sombrero del innombrable y Natalia y otros relatos.
Leo en su
biografía de la editorial que trabaja en un cine, en Palma, ¿hasta qué punto el
cine y la literatura se han unido para decidir escribir este El día que murió Amy Winehose?
Pues siendo sincero el mundo del
cine no ha tenido en absoluto que ver en la creación de este libro. Es curioso porque muchas veces gente que me
ha leído me indica que soy “muy cinematográfico”. Pero, supongo, que sucede como en casa del
herrero: cuchara de palo. Apenas veo películas, por no decir ninguna.
‘No sabemos
qué hacer para que el tiempo pase de una vez por todas’, dice Amy, pero creo
que también lo compartirían los protagonistas de las otras cinco historias.
Sí, seguramente esta frase sería
compartida por la mayoría de protagonistas de los relatos. Individuos que viven tal vez al límite, tal
vez quemados por sus circunstancias, tal vez inundados de una desidia que ha
sido producida por sus constantes flirteos con la autodestrucción. Algo que
todos en menor o mayor potencia poseemos. Evidentemente en mis relatos los
personajes los poseen en alto grado.
¿Por qué
eligió precisamente a estos personajes, a los que dedica cada relato, para conformar
este libro?
Digamos que en el caso de Amy
Winehouse es por la veneración que sentía por ella la que era mi pareja
sentimental y que, lamentablemente, también falleció. Al morir ella la fascinación que tenía por
Amy Winehouse fue mimetizada por mí, tal vez como un homenaje/guiño a ella
misma, a la Winehouse, o a ambas. En el
caso de Bukowski es sencillamente porque fue el primer escritor que me cautivó
y, de tanto en tanto, sigo recurriendo a él.
Sobre todo cuando estoy indeciso con algo: “Hey, Hank (le pregunto
invariablemente a su alter ego: Henry Chinaski), ¿por dónde tiro ahora?”. Generalmente me fija la mirada y tras unos
segundos eternos me responde: “Primero tómate una copa, luego ya hablaremos”. Fante,
en todo caso, pertenece a mi mundo treintañero, sin embargo irrumpió con tanta
fuerza como Bukowski en mi adolescencia.
Hábleme de la
banda sonora de los relatos de El día que
murió Amy Winehose más allá de las Ronettes o Carlinhos Brown, que si se
mencionan en un par.
Las Ronettes vendría a ser un
guiño a Amy. Si no voy desencaminado, si
la prensa se atuvo a lo que ella decía, eran su grupo favorito. Carlinhos Brown es fresco y cálido, tal vez
nadie que me conozca pudiera relacionarme con ese tipo de estilo musical pero a
mí me suscita mucho sentimiento. Si he de
reseñar qué música me acompañó durante la creación de este libro señalaría dos
estilos totalmente distantes: el ska y la rumba catalana. Soy adicto a ambos.
En el relato
que dedica a Bukowski vemos que éste se encuentra bien acompañado, casi con un
guiño aparte a John Fante; quizá sea el más onírico de todos, si me lo permite.
Fante murió tras ser
redescubierto por Bukowski. Me pareció inevitable entremezclarlos. Puede que
sí, que sea el más onírico, tal vez porque su enfermedad le llevó a ser cortado
a cachitos y yo esta desgracia la trato de una manera simbólica. En mi relato
trato de dar a ese personaje un toque surrealista en base a sus amputaciones.
Quiero
destacar el lenguaje descarnado, ese vocabulario hiperrealista, coloquial, con
profusión de jerga en ocasiones.
Siempre he tratado de narrar
coloquialmente, no poner obstáculos al posible lector. Desde mi punto de vista
es importante que el narrador sea accesible. No adornarse en exceso y agilizar
la historia. Lo peor de todo es aburrir y siempre parto de esta premisa y
procuro no alejarme de ella. El argot es algo natural en mis escritos puesto
que hablo de gente normal y corriente, gente que vive en barrios obreros, gente
que te encuentras en la pescadería o en la charcutería. Tomando un tinto en el
bar de la esquina o una hamburguesa doble en tugurio del otro lado de la calle.
Para mí “deben” hablar así.
‘Los
escritores tienen derecho a todo’, pone en boca de Kerouac; cómo escritor, ¿está
de acuerdo con ello?
Aquí podría surgir controversia. Evidentemente
no, no tienen derecho a todo. Pero sí se puede sugerir, cambiar una historia
real y reconvertirla en algo también “real” aunque sea una ficción, aunque sea
algo inspirado en un tema extraído del mundo de a pie. En ocasiones, conviene
tenerlo en cuenta para no ofender a nadie. Algo que, por otra parte, es
relativamente sencillo.
Palpita la
parte inconsciente de los personajes y sus motivaciones, me preguntaba si este
inconsciente es el que impulsa al escritor a escribir, si es el que se revela
frente a la monótona realidad, creando otra/s.
Yo no sabría muy bien explicar el
por qué de escribir. Más aún, porqué escribo yo. Cuando me dicen: “bueno, haces
lo que te gusta”, enfurezco. No, no hago lo que me gusta, lo hago por
necesidad. Hay un impulso generado desde tus adentros que te “obliga” a
escribir. Lo digo en mi caso, por supuesto.
Porque si no lo hiciera, porque si no extrajera mis temores, manías,
obsesiones hacia afuera, probablemente enloquecería. No digo que sea sano
enfocarlo desde este prisma, pero he aceptado esta condición como algo natural.
Drogas,
alcohol, violencia física y verbal, y un descenso tortuoso parecen golpear al
lector en estos seis combates, provocándole a reflexionar con cada uno.
Siempre resalto que yo no trato
de “decir” nada a nadie. Escribo lo que me sale, lo que me corroe, sin
meditaciones, porque es lo que en ese momento puede que me preocupe o me
inquiete. Me altere o me fascine. No hay una lectura moral o, al menos, no la
debería haber, en lo que yo narro. No se me llena la boca diciendo que trato de
enviar un mensaje social o tal o pascual. No.
Sólo trato de escribir, primero para mí y, luego, si es posible, para
alguien más. Si no gusta tan amigos. No pasa nada. En todo caso, para gustos
colores.
Me ha llamado
la atención también los personajes secundarios, por una parte destaco esas
mujeres rumanas pidiendo a las puertas de un Mercadona; también el color
blanco, aunque suene extravagante.
Bueno, trato de dotar a los
relatos pinceladas de cruda realidad, detalles nimios pero que apoyan a la
narración. Lo de una mujer rumana pidiendo limosna a las puertas de un
supermercado es algo que lo vemos cotidiano, a lo que ya no prestamos atención
porque nuestros ojos se han acostumbrado a esa ya típica escena. Pero ahí
están, mostrándonos una realidad implacable. ¿El blanco? Siempre me ha gustado
el blanco, lo veo un símbolo de pureza del que nos vamos alejando a medida que
los años nos corrompen. En todo caso, no debería gustarme tanto porque yo soy
del Barça y no del Madrid.
‘Siempre
admiras lo que no posees, aunque te lo niegues a ti mismo’, leo en Grogui, coméntenos esta frase.
Yo siempre he sido un “gran
envidioso”. Por ejemplo, envidio la espontaneidad, calidez y atrevimiento del
cubano Pedro Juan Gutiérrez, algo que yo sé que nunca poseeré. Al menos en su
forma de transmitir. Admiro “la decadencia” de Amy Winehouse porque siempre me
ha atraído ese personaje que lo tiene todo y, sin embargo, lo lanza por el
agujero del váter. En el caso del protagonista de Grogui, se da la
circunstancia de que es un boxeador con clase, con talento, hábil y elegante. Pero,
no obstante, le invade el pánico en el ring y admira lo que otro boxeador, la
antítesis de él, posee: esfuerzo, tesón, sufrimiento.
Rememorando
el relato ‘Paseando por Angel´s Flight’, evocando la imagen de ‘la risa del
truhán beodo de Bukowski’, me atrevo a preguntarle si tuviera que elegir una
imagen, un fotograma entre todos los que emergen de estos relatos, ¿cuál
elegiría como representativa?
Elegiría a la chica que camina de
espaldas por las calles. La veo etérea, vestida de blanco, mirada perdida,
caminando de espaldas con seguridad y aplomo, pero de espaldas. Como peleando a
la contra.
Un
pensamiento de Celso, en Caminando de espaldas, es: ‘No había más que encontrar
al interlocutor apropiado’; ¿diría que los escritores transmiten sus historias
a la espera de encontrar al lector apropiado?
Sospecho que sí, que no es fácil
encontrar alguien que digiera lo que uno escribe. Siempre hay una traba, una
pequeña duda (o una gran duda) en lo que transmites. Pero soy de los que piensa
que debe ser así. Me he hartado de ver a escritores que se doran la píldora los
unos a los otros sin haber leído un solo párrafo. Y lectores que se hincan de
rodillas como si lo que “ha dicho” el autor de turno fuera a misa, fueran
dogmas de fe, sin analizar lo dicho. No. Eso no lo aguanto.
Muchas gracias y mucha suerte, Carlos.
Por Ginés J. Vera
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