P.: ¿Cómo fue la invitación y participación literaria en la serie de relatos Tormo Investigador Privado?
R.: El culpable es Luis Aleixandre Giménez. No tuvo que insistir mucho para convencerme. Lo que sí era un desafío para mí era escribir con dos personajes prestados, Tormo y Pruden, que jamás se me habría pasado por la cabeza crear, pero fue divertido.
P.: “Un detective sin pistola era como un detective muerto”, leemos en su relato. Lo tomo para que nos dé alguna pincelada del protagonista, todo y que en parte, el pie forzado para los autores que conforman la serie TIP era ya la pareja de coprotagonistas.
R.: Sí. Tormo no es Marlowe, porque bebe whisky directamente de la botella, es un dechado de desorden y suciedad, un cutre calzonazos como digo en todas las presentaciones del libro. Y aquí, en España, los detectives no tienen pistola ni los asuntos que investigan son tan apasionantes como los de Estados Unidos. El personaje tiene algo de Torrente y de Mortadelo y Filemón. Yo lo veo como personaje de cómic. Pero ocurre que, a pesar de los dos personajes estrambóticos, me hago con la historia, la hago mía, y pienso que es la más sangrienta de la serie.
P.: Como señas de identidad de su narrativa, en La Yoli y el Chaki encontramos algún guiño a Marlowe (al que acaba de mencionar), George Orwell o John Ford. Coméntenos qué fue lo más fácil o lo más complejo a la hora de abordar el reto de escribir este relato tras la propuesta editorial.
R.: Lo más peliagudo era montar una historia creíble con esos dos elementos, pero una tarde me animé, me senté ante el ordenador y se me ocurrió al vuelo la historia que resultó una versión cañí de Romeo y Julieta con un ecuatoriano, el Chaki, y una gitana, la Yoli, cuya desaparición debe investigar Tormo, un asunto que le viene grande y en donde él se convierte en una pieza utilizada por el padre de la chica. Hay humor, cuando Tormo pide una prostituta ucraniana y le envían una brasileña, pero el relato es profundamente negro y dramático y atañe a la violencia de género.
R.: La Yoli y el Chaki habla de la marginalidad que se da en ciertos clanes de la droga, la de los gitanos y los payoponies, que es como los primeros llaman a los ecuatorianos, del patriarcado a la máxima potencia en la figura de ese padre abusador que cree ser el propietario de su hija, de las leyes del silencio mediante la violencia intimidatoria en una reyerta de bar. La música general de la serie Tormo era festiva; a mí, por mi naturaleza, se me torció ese tono para terminar en drama pero con un rayo de esperanza.
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