Entrevisto esta semana a Leandro Pinto al hilo de su última novela, Veneno de escorpión, salvando la distancia que nos separa geográficamente pues en cuanto al género apenas veo el hueco del baile de una pareja de escorpiones en un anillo de fuego. Espero que os guste.
Veneno de escorpión es tu tercera novela, tras Orlando
Brown y Remanso de paz, ¿qué evolución van a apreciar tus lectores
respecto a ellas y cuál reconoces en ti mismo como escritor?
Creo que cada novela que he escrito ha
significado un salto evolutivo con respecto a la anterior, tanto a nivel
temático como estilístico. Lograr esta evolución siempre ha sido muy importante
para mí, y lo sigue siendo. Todo escritor es como un músculo: evoluciona o
muere. Creo que Veneno de escorpión es una obra mucho más madura que las
anteriores, más trabajada y pulida. También resulta más experimental, puesto
que está narrada en primera persona y, a diferencia de las anteriores, pasó por
un proceso de varias redacciones. En el fondo creo que los lectores podrán
reconocer la misma voz narrativa que ya encontraran en Orlando Brown y Remanso
de paz, solo que esta vez el ritmo de la novela es mucho menos pausado y más
fluido, y los personajes más cercanos. También hay que destacar que antes de la
redacción de Veneno de escorpión estuve enfrascado en un proyecto de
unas novecientas páginas que me ayudó mucho a perfilar el estilo que buscaba y
el tipo de narrativa que quería practicar. Este trabajo aún no está terminado y
no sé si algún día verá la luz pública, pero es uno de los que más ha
contribuido a este salto evolutivo.
¿Utilizas alguna técnica o procedimiento concreto
para elaborar los personajes desde el punto de vista de su complejidad
psicológica? ¿Qué es lo más difícil a la hora de armar un thriller psicológico
como es Veneno de escorpión?
La creación de personajes es uno de los aspectos que más me fascinan en
este oficio. En parte porque intentamos moldearlos a nuestra conveniencia y en
parte porque ellos mismos se forman a raíz de nuestras experiencias vitales y
de nuestras lecturas. Sin embargo, a la hora de encarar la redacción de una
novela suelo dar más importancia a la historia en sí que a sus protagonistas, y
dejo que el propio devenir narrativo sea el que vaya moldeándolos. Una vez que
tengo una noción clara de cada uno de ellos —al menos de los principales— suelo
trazarme historias paralelas en las que tengan lugar acontecimientos que sean
determinantes para su configuración psíquica. Estos apuntes se quedan siempre
fuera de la redacción final de la novela, pero los tengo siempre presentes y
por escrito. Es la fórmula más efectiva de que dispongo para saber que todo eso
les ha sucedido. Después, la historia misma suele determinar cómo reaccionarán
ante los distintos giros del argumento y las diversas aristas de la trama.
Creo que lo más complicado a la hora de elaborar el entramado de un thriller psicológico es que al final todas las
piezas del puzzle cuadren y que no queden cabos sueltos. Hay que estar muy
atento a cada pequeño detalle de la narración, porque una palabra o una coma
fuera de lugar pueden cambiar todo el sentido de una frase y, con ello,
dinamitar toda la estructura del suspense. Hay que emplear un ojo muy fino para
detectar posibles incoherencias o fallos de continuidad, y hay que poner
especial atención en la motivación de los personajes. El proceso de escritura
de una novela suele ser largo, una tarea titánica. Hay que procurar que lo que
se escribe en la página 500 no contradiga abiertamente el precedente insertado
en la página 20. Esto ocurre con cualquier tipo de narrativa, pero en el caso
de los thrillers se agudiza ante la
presencia de hechos solapados o que se narran a medias, misterios, crímenes sin
resolver, etcétera. Las diferentes deformaciones psicológicas o entuertos
mentales que puedan introducirse son importantes desde la perspectiva y como
motivo de causa explicativa hacia la actitud de los personajes, pero no
modifican la planificación milimétrica que ha de hacerse de cada pasaje y de
cada diálogo.
¿Qué papel tienen los escorpiones en la novela —no desvelemos nada vital a los lectores,
claro—, y en particular en tu vida…? ¿Por qué los elegiste como elemento
narrativo?
Nací un 11 de noviembre, bajo el signo de
Escorpio. No soy un adepto a las estrellas pero supongo que de los animales
zodiacales es el que más me atrae. Siempre me han fascinado. Una vez vi una
película —o un episodio de una serie, no lo recuerdo bien— en la cual un hombre
estaba encerrado en una habitación atestada de muebles y acompañado solo por un
escorpión. El hombre sabía de la presencia de la alimaña en la habitación y
hacía lo imposible por encontrarla, pero el pánico lo atenazaba. Finalmente el
arácnido se salía con la suya y lo picaba en el talón. Esa escena me causó especial
impresión. Hace algunos años me compré un escorpión embalsamado y encerrado en
un marco de cristal. Un Palamnaeus Fulvipes, que es una de las especies
que se mencionan en la novela. Lo tengo colgado frente a mi mesa, sobre la
máquina de escribir. Es posible que lo que más me fascine de ellos sea su
tamaño con respecto al daño que pueden causar. La naturaleza ha creado un
animal terriblemente mortífero y que en ocasiones no rebasa los ocho o diez
centímetros de longitud. Pienso en un cuerpo humano: huesos sólidos, piel
resistente, litros de sangre vital, órganos y tejidos compactos. Entonces me
pregunto: ¿cómo es posible que un animal de 150 gramos de peso pueda llevar a
la muerte a algo tan grande y fuerte como una persona? Ya me dirás si no es
fascinante. El protagonista de la novela, como es lógico, se plantea este mismo
dilema.
La función narrativa que intenté darle a los
escorpiones en la novela es no solo la de los portadores de la muerte que
impera en cada secuencia, sino la de inoculadores de un veneno mucho más
perverso que el tóxico que contamina el torrente sanguíneo. Intenté dar forma a
una alegoría de la locura a través de la poción maligna. Que el veneno de los
escorpiones no solo provocara la caída en desgracia de Javier Schultz desde su
función químicamente destructiva, sino que además fuera el símbolo de su
incipiente locura.
Dos picaduras en una, si te parece: háblanos de la estrofa
de inicio de Rubén Darío y de que los lectores puedan leer no un capítulo, sino
media novela gratis en Internet.
Rubén Darío es
un poeta que me ha marcado mucho en mi trayectoria lectora, como supongo que ha
de sucederle a todos los que se acercan a su poesía. Yo soy más de leer prosa,
pero recuerdo que cuando me topé con ese pasaje de El coloquio de los
Centauros me quedé boquiabierto. Me
pareció la mejor expresión lírica de la figura de la muerte que había leído
hasta entonces. He leído mucho desde ese día y sigo sin encontrar una mejor.
Creo que es casi imposible definir tan bien la esencia de ese misterio que
llamamos “muerte” en tan pocas palabras como lo hace Darío en ese pasaje. Lo
más destacable —y a la postre lo que más me influyó para citar el pasaje al
comienzo de la novela— es el concepto de Muerte personificada que hace el
poeta. La figura, la efigie de la muerte. No como un misterio de la naturaleza
sino como un ente vivo y corpóreo, y alejado además de los estereotipos. Al
margen de la lucidez para la creación de la postal, es innegable que la
construcción de los versos, palabra por palabra, no puede ser más ajustada. La
rima es precisa y la proyección mental de la imagen, vívida a más no poder. La
estructura y la temática de la novela no están inspiradas, desde luego, en esa
imagen, pero desde que leí ese pasaje supe que lo incluiría en alguno de mis
libros.
La posibilidad
con que cuentan los lectores de descargarse y leer gratis casi la mitad de la
novela me parece un acierto absoluto por parte de Ediciones Babylon. Cualquiera
podría pensar que es arrojar piedras sobre el propio tejado, pero de la forma
en la que está planteada la novela es una buena manera de atraer lectores. Hay
gente que está interesada en conocer los entresijos de una historia pero no
acaba de decidirse por la cuestión monetaria. Cuando obsequias un texto a un
lector estás abriéndole una puerta hacia la historia, y es como si levantaras
la barrera del peaje sin cobrarle un céntimo y lo dejaras pasar. El acierto
consiste, justamente, en la posibilidad de seducir al lector con el fragmento
gratis de historia y que el ansia por saber cómo acaba le lleve a adquirir el
producto completo. La técnica más antigua de todas, la que utilizó Sherezade.
Tengo noticias ciertas de numerosos lectores que han pasado por este proceso.
Llegaron gratis a la primera mitad de la novela y pagaron por conocer el resto.
Javier, el protagonista, se dirige al lector a modo de
confidencia, y me pregunto si de tan cerca los personajes no corren acaso el
peligro de gustar mucho o caer en la desafección, en el caso contrario.
Siempre existe
un riesgo más grande de implicación en una novela narrada en primera persona.
La tercera persona es más fría, es la voz de un narrador omnisciente y remoto,
casi un semidiós. El narrador en primera persona se humaniza ante los ojos del
lector porque tiene sus mismas limitaciones sensitivas. Solo puede contar lo
que piensa, ve, oye o siente. En el caso de Javier Schultz era muy importante
para mí lograr una satisfactoria empatía con el lector más allá de las
problemáticas inusuales de su infancia y adolescencia. Mi intención fue en todo
momento que el lector se sintiera cerca del personaje y lograra empaparse de
sus vivencias. Es posible que el sentimiento que más despierte Javier en los
lectores sea el de la compasión, aunque yo personalmente, como lector, soy muy
poco compasivo. A algunos quizá les caiga mal por su carácter extremadamente
retraído y cercano a la cobardía más genuina, pero otros quizá vean en él a
alguien con quien simpatizarían. Los más caritativos verán a alguien a quien
quizá quisieran proteger. En todo caso, creo que existe una reacción distinta
por cada lector de la novela, y esta es una norma que suele repetirse y
multiplicarse en casi cada uno de los aspectos de la literatura. Por cada
lector, una interpretación diferente.
Si un lector despistado se acerca a Veneno de escorpión y descubre que sí,
que le gusta la sinopsis y la portada, pero que no se decide, que ya ha leído
otras novelas «parecidas», ¿qué le dirías?
Es una
pregunta complicada. Incluso peligrosa. Siempre es difícil valorar
objetivamente la propia obra y observar el resultado final como si fuera el
trabajo de otro. Pero creo que el alejamiento es la única medida para encontrar
un criterio de valoración. No es tanto como talar los árboles que impiden ver
el bosque, pero es como dar un par pasos hacia atrás y verlo todo con más
claridad. Si he de ser objetivo creo que Veneno de escorpión tiene el atractivo de una historia de
terror psicológico que, en un momento dado, se mezcla con el thriller y el policial. Creo que es apta para un abanico importante de lectores
porque desde la perspectiva del personaje principal toca temas como los traumas
infantiles, el crecimiento, el conocimiento de uno mismo y otras variantes de
la exploración personal. La máscara de terror bajo la que se camufla toda la
historia está salpicada de momentos góticos y, en medio de todo esto, surge una
solapada trama policial.
Habrá gente a la que le apasione la novela criminal, y
otros que gusten más del horror gótico. A unos les atraerá más el thriller y a otros la navegación por las emociones del personaje. La novela
está condimentada con pequeñas perlas de cada uno de estos subgéneros y ahí
radica, creo yo, parte de su atractivo. Lo malo es que el lector no puede saber
esto sin leer el libro, aunque es de esperar que la magnífica portada sea un
estímulo suficiente para acercarse a él.
Todo no va a ser hablar de libros ni de tu novela, ¿qué
haces cuando quieres desconectarte del mal, del Señor Muerte en el mundo real,
a veces más terrorífico que el de ficción?
Leer, sobre todo. Cuando no estoy escribiendo estoy leyendo, y
viceversa. Fuera de eso, la verdad es que no es mucho más lo que hago. Veo
muchas películas, también. Sobre todo clásicas, unas cuatro o cinco a la
semana. Disfruto con las historias pero también me apasiona analizar las
películas como manifestación artística. Me gusta desgranar el guión, la
fotografía y las interpretaciones, y sobre todo intentar captar lo que el
director, como autor de la obra, ha intentado comunicar. Pero lo cierto es que
la mayor parte del tiempo que paso sin escribir lo dedico a leer. Veo algún
partido de fútbol de vez en cuando y tengo unos paseos programados los fines de
semana. Me ayudan a despejarme un poco. También acudo a la biblioteca todas las
semanas, ya que siempre hay algo interesante que curiosear por allí. Disfruto
de muy buenos ratos con mi familia, como todo el mundo. Con mi mujer y con mi
hermana y mis sobrinos y con algunos amigos, pero lo cierto es que paso más
tiempo en el mundo de la narrativa (tanto de la que estoy creando cuando
escribo como de la que me regalan los autores que leo) que en el mundo real.
Creo que por eso soy tan feliz.
¿Te ha picado alguna vez algún escorpión?
¿Sabrías cómo actuar? No vale mirar Internet en el móvil, imagina que estás en
un desierto, que sólo llevas un ejemplar de Veneno
de escorpión para defenderte.
Tengo la suerte de no haber recibido nunca una
picadura. Una vez vi un escorpión de verdad (además del que tengo disecado en
mi habitación). Tendría yo unos quince años. La alimaña estaba muerta y seca y
tuve la tentación de acercar un dedo al aguijón de la cola, pero el miedo a que
en realidad no estuviera muerto y todo fuera una artimaña me impidió
intentarlo. Las investigaciones que he hecho para la novela revelan que los
tópicos son ciertos: la mejor forma de no morir tras la picadura de un
escorpión es succionando el veneno con la boca y escupiéndolo. Esto ha sido
materia de leyendas y bromas de todo tipo. En cualquier caso, no es una medida
ni mucho menos infalible, y estando solo en un desierto es posible que haya
partes del cuerpo que sean inaccesibles para este antídoto tan rudimentario. Si
un escorpión me picara en el talón o en la espalda y no hubiese nadie cerca,
supongo que me sentaría y contemplaría el horizonte esperando la muerte y pensando
en todo lo que me ha quedado por escribir. Sería lamentable..., aunque lírico y
crepuscular. Eso sí: antes de marcharme al otro mundo aplastaría al maldito
bicho con mi ejemplar de Veneno de escorpión, que se convertiría así en
mi última lectura. Un caso de justicia poética en toda regla.
Última pregunta, viendo que hemos sobrevivido ambos al
veneno, y deseándote muchos éxitos literarios; despide la entrevista con
música, con uno o dos temas que le vayan bien a esta novela, su banda sonora…
Aquí voy a hacer una mezcla interesante,
un contraste: un par de piezas clásicas y una bastante moderna. Por un lado, el
Cuarteto para Cuerdas en Si bemol mayor y la Gran Fuga (Opus 130) de Ludwig van
Beethoven. Fue una de sus últimas composiciones para cuerdas y los
"expertos" musicales de la época la defenestraron durante su estreno.
Llegaron a la conclusión de que el buen maestro se había quedado ya
completamente sordo. Lo cual era cierto, por otro lado. Me encantan estas dos
piezas. Son de una melancolía manifiesta.
Para terminar, un tema de David Bowie llamado
"I'm Deranged". Pertenece a la banda sonora de una de mis películas
favoritas, "Lost Highway", de David Lynch. El tema es un portento de
la técnica musical, como todo lo que hace Bowie, y la letra habla de la locura
y de la espiral de demencia que siempre implica el viaje al interior de la
propia mente. Creo que serían dos buenas obras para musicalizar Veneno de
escorpión.
Muchas gracias y mucha suerte, Leandro.
Podéis conocer más sobre el autor en: http://leandropinto.jimdo.com/
Por Ginés Vera.
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