Decía Joseph Brodsky
(citando a Ajmátova) aquello de que: “El verso crece en verdad de la basura; y
las raíces de la prosa no son más honorables.” Esta incómoda y poco honorable
postura es la que parece vertebrar toda la obra narrativa de Montero Glez, una
obra no apta para pacatos bienpensantes, ni para remilgados reconfortados al
calorcito de la moral.
Acaba,
el bueno de Montero, de ganar el VIII Premio Logroño de novela, con su recién
editada “Talco y bronce” (Algaida editores), de lo cual yo me (y le) felicito.
En esta, su ya sexta novela, nos encontramos con algunos de sus motivos
temáticos recurrentes: delincuencia lumpen, amores a quemarropa, códigos del
deshonor y manejo riguroso del argot suburbial (en este caso el de la España de
los 80). De los poderes fácticos de la transubstanciación…perdón, de la
santísima Transición, mejor no hablar. Desopilante por cierto el cameo de
Adolfo Suarez, pasen y lean.
“Talco
y bronce” nos descerraja la historia de amor entre el Chuqueli y la Malata. Él
es un honesto atracador vasco, afincado en el extrarradio de Madrid, donde la
conoce a ella, que tiene casi 18 años y todo el esplendoroso futuro por delante
que le ofrece el barrio de La Elipa. La historia transcurre con el vértigo de
los atracos a joyerías y la velocidad con la que huyen de Perkins, un policía
más franquista que ejemplar.
El
descenso del Chuqueli y la Malata desde la miseria hasta la nada se desarrolla
con una total maestría de medios y con una dosificación impoluta del ritmo
narrativo, y el golpe de efecto final, logrado e inesperado cumple
perfectamente su función, cual crisantemo en cementerio.
Aún
así…
Aún
así me parece que “Talco y bronce” no mantiene el listón a la altura en que lo
habían dejado auténticas joyas a las que Montero Glez nos tenía acostumbrados
(malacostumbrados). Me refiero a la portentosa y poderosísima plasticidad en el
uso del lenguaje de sus dos primeras novelas: “Sed de champañ” y “Cuando la
noche obliga”, o a la inolvidable “Pólvora negra” que Mateo Morral erró frente
a Alfonso XIII. Me atrevo a sugerir que en estas obras primerizas la explosión
y exuberancia lingüístico-poética de Montero Glez me recordaba a una mezcla
milagrosa, imposible e implosiva entre Céline y Valle-Inclán.
El
nivel al que había llegado Montero Glez era tal, que aún así “Talco y bronce”
es una trepidante y valiente novela, aunque en ella se hayan sacrificado la
ironía y la belleza poética de la podredumbre en el altar de una trama
perfectamente construida. (¿Oís rechinar los huesos de Baudelaire?)
En
todo caso, me alegra pensar que aún tenemos Montero para rato, porque no se le
van a acabar los temas que le sirvan de inspiración. Me reconforta pensarlo, casi tanto como
recordar que frente a la puerta de entrada de la casa de Shakespeare en
Stratford había un espléndido vertedero.
Fidel Tomás es escrtor, prologuista y profesor de Filosofía. Podéis leer otra reseña suya aquí
No conocía al autor. Y me ha llamado la atención sobre todo esas otras novelas que menciona en la reseña. Esta historia no termina de convencerme.
ResponderEliminarBesotes!!!