La palabra
elegía puede asociarse a un mero recurso retórico demasiado pomposo para
ornamentar un momento fúnebre. Es interesarse asociarla, ahora, a la presunción
de un ciclo narrativo que inicia o que finaliza un escritor norteamericano
consagrado y ganador de los premios National Book Award, el PEN/Faulkner Award
, Premio Pulitzer, National Book Critics Cicle Award y el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras, entre otros. Dicho título también conlleva al recurso
literario de utilizar una obra de teatro inglesa del siglo XV, de tendencia
alegórica, para insertarla en la posmodernidad. Elegía es de aquellas novelas que indican y que simbolizan una
etapa que se empieza a alejar del recurso netamente literario hasta
posicionarse en la búsqueda de una identidad o de un momento intrínseco y autobiográfico que inicia un escritor como
Philip Roth.
La novela de Roth avanza pausadamente, mientras el contexto histórico
se inicia con los años de la gran depresión, la Segunda Guerra Mundial, la
Revolución Estudiantil, la Guerra Fría y finaliza con el acontecimiento del
once de setiembre del 2001. El protagonista: un publicista poderoso se
encuentra atrapado en la postmodernidad y en todos los privilegios que para el
hombre burgués pueda significar esto; siente al mismo tiempo un inconformismo, una
desazón y la necesidad de encontrar
algún camino “exitoso”. Ya en la vejez recurre a la pintura como medio de
desfogue (ha entendido que en el mundo literario no tiene alguna oportunidad).
El número recurrente de esposas y de amantes solo sirven para alivianar esta
pesadez. Rastreando estas conductas puede deducirse que se inicia cuando este
cae enfermo y al costado suyo se encuentra un niño judío a quienes sus padres
van a visitar tratando de apaciguar su dolor y mintiéndole sobre una pronta
recuperación. Días después, el niño judío muere y este primer momento
traumático de su vida lo vincula directamente con la muerte. El otro niño judío
también pudo ser él, los padres de este lo iban a visitar como sus padres
también lo hacían con él. La presencia de la muerte la siente tan próxima
porque él también es judío, y aunque los pormenores y los principios de su
religión le tienen sin cuidado, la sensibilidad y la fragilidad lo comprometen
y lo aíslan en una sensación de culpa.
A partir de este suceso nuestro héroe vive una serie de muertes
simbólicas. Cada matrimonio, cada divorcio y cada frustración le generan una
muerte. La imagen de su hermano exitoso, la de su padre -un antiguo relojero
judío que hizo gran cantidad de dinero en base a un sistema de financiamiento
que lo volvióconfiable-, una hija divorciada que le tiene un afecto tremendo,
pero que vive lejos de él. Esta presencia familiar en su medida tangible o
abstracta martiriza lo martiriza. Él solo supo aprovechar los recursos dados, las
oportunidades y es por ello que nunca siente como suyos los méritos y los
logros que ha obtenido. Tiene dos hijos ya posicionados y una cuenta bancaria
bastante onerosa que le permite vivir en medio de un gran complejo residencial
para jubilados en Starfish Beach. Pero aparte de ello, ¿se puede decir que la
felicidad y la tranquilidad han llegado a él? Cada divorcio y cada viaje, cada
cambio de vida y cada intención de recuperar a una hija que ha descuidado. Todo
esto lo posiciona en un aletargamiento. Sabe lo que tiene que hacer, pero el
miedo de estropear lo poco bueno que aún se mantiene vigente lo reprime. Es
justamente esta autorepresión la causante de sus males físicos y emocionales.
La muerte entre sus distintas variantes ha sabido colarse entre las
sienes de nuestro personaje, su soledad y su aislamiento voluntario solo
refleja en parte esta sensación. Ahora, a puerta de una vida sosegada y
animalizada por recuerdos y más recuerdos, da clases de pintura a otros
ancianos. Pese a este inconformismo aparece el ideal de una futura compañera (la
cual es visualizada como un último aliciente en su vida amorosa), pero que se
suicida por el recuerdo perturbador de su fallecido marido. ¿Habrá algo de paz
en esta novela escrita con la mayor pasividad? La novela, como si nos fuera
contada por cura en un confesionario, mantiene la intención de generar con esa
política de seguridad afable un remezón angustiante y perturbador. El ejemplo
que mejor se acondiciona a esta aseveración se da cuando entierran al padre de
nuestro personaje. ¿Acaso echar tierra a un cajón pueda representar un tipo de
muerte más? La imagen de tener un puñado de tierra en la boca (pese a que esta
aseveración sea totalmente distinta a la realidad sepulcral en la novela) significaría
que la muerte se ha cosificado y nos
impide dirigirnos a alguien aunque sea para pedir ayuda. Ahora nuestro héroe
parece experimentar parte de este suceso y alinea a la fila de los que no
tienen nada más que decir, a la fila de los que no tienen nada más que hacer.
Por Rubén Javier.
Un autor con el que aún no me he estrenado. Y después de esta excelente reseña, voy a tener que darme prisas por hacerme con este libro.
ResponderEliminarBesotes!!!
Agradecido por tu visita y comentario, Margari. Por mi parte contento de que esta primera reseña de Rubén Javier te haya parecido excelente. Un libro más, bien dices, a tener en cuenta. quién tuviera varias vidas para poder dedicar una a leer, habiendo tanto y tan bueno. Un saludo.
Eliminar