La abuela llegó a casa de su hija Silvana un poco cansada. Le acompañaba Yago, su nieto, que se encerró en su cuarto. Silvana y su marido propusieron a la mujer que se sentara en el sofá.
–¿Le traigo un vaso de agua? –se ofreció el yerno.
–Muchas gracias.
–¿Ha habido suerte? –Silvana le ahuecó un cojín a su madre.
–Pues no, hija, no ha querido ningún libro. Esta juventud… No piensa más que en la maquinita esa.
Silvana asintió. Sabía bien a qué se refería. Yago les había pedido por Reyes una consola para jugar online con sus amigos al WOW, creyó recordar que le había dicho aquel. Solo que no estaban seguros de si sería un juguete apropiado para él. Habían leído que a esa edad los videojuegos podían restar tiempo a las horas de estudio y a la interacción familiar. Más aún, se inquietaron.
El padre de Yago preguntó si al menos el librero le había aconsejado alguno.
–No le pregunté –repuso la mujer–, le vi ocupado atendiendo a un señor con un libro, de vinos, creo.
–Lo cierto es que le ha ido bien en el primer trimestre –intervino Silvana–, ahora no podemos justificarnos en sus malas notas.
–Mañana tendremos que darle su regalo –le recordó su marido ante el silencio reinante.
–Pero, ¿se la habéis comprado? –les interrogó la abuela.
–Sí mamá –repuso Silvana un poco molesta. No por la pregunta, sino por la evidencia advertida por su marido–. Lo que no queremos es que por culpa de los videojuegos nos haga lo que con el móvil, que no se despega de él ni para dormir. –El padre de Yago la miró como diciéndole: ‘Ya te dije que podía suceder’, pero no añadió nada–. Tiene que haber algo que le llame más la atención… –lanzó Silvana al aire como si esperase una respuesta milagrosa.
En ese momento Yago salió del cuarto teléfono móvil en mano. Se extrañó del silencio entre el cónclave familiar, pero se limitó a preguntar qué había de papear.
–Pensé que no comías... –intervino su padre–. Que te enchufabas a la red como haces con el móvil por la noche.
Yago no entendió la broma y, mirando la pantalla del celular, esperó a que su madre hablase.
–¿Y esa camiseta?
Donde Silvana vio una desaseada sudadera con capucha, su marido cayó en la cuenta de que era la primera vez que se la veía. Es más, reparó en el dibujo de una concha de peregrino.
–¿No ves lo arrugada que está? Anda, quítatela que te la lave.
–Espera –le pidió el padre a Silvana–. Oye, Yago, ¿de dónde la has sacado? ¿Es nueva?
Este levantó la cabeza del celular para asentir. Les contó que las vendían en su instituto para sacarse un dinero y hacer el Camino en las vacaciones de verano.
¡Bingo!, pensó su padre al oírle. Por descontado, Silvana comenzó a interrogarle acerca de cuándo había pensaba decírselo a sus padres, con quién iría, cuánto tiempo...
Antes de que aquella pudiera preguntar a su marido qué pasaba, este le dijo que iba a la librería.
Pepe estaba apagando las luces cuando vio llegar a Santiago.
–Perdona, Pepe. Sé que no son horas. Pero te agradecería si me ayudas con un libro para mi hijo. Ha estado esta mañana aquí con mi suegra.
El librero asintió al recordar a la pareja.
–¿Era tu hijo? ¿Qué edad tiene? –Encendiendo de nuevo las luces, hizo un gesto para que le siguiese.
–Catorce, casi quince. Y está de pesado con lo de la videoconsola... Su madre y yo no queremos dársela por si descuida sus estudios, ya sabes. –Pepe asintió–. ¿No tendrás algo sobre el Camino de Santiago? Hoy nos ha salido con que se quiere ir con los de su clase este verano.
Como si le hubiera leído la mente, Pepe tomó uno titulado: Aventuras matemáticas. Mensajes ocultos en el Camino de Santiago.
–Este le va a gustar. Es de Constantino Ávila Pardo, un profesor de Matemáticas. Va ya por la cuarta edición.
–Bueno, al menos no es de esos de cuatrocientas páginas –lo sopesó entre las manos–. Yago no es de los de leer. Se le dan mejor las asignaturas de Ciencias y las Matemáticas, así que por ahí a ver si le entra.
–Llévatelo que le va a gustar seguro. No solo es la historia de un abuelo y su nieto recorriendo el Camino Francés. También tiene pruebas, acertijos y curiosidades matemáticas que se van resolviendo. Lo he vendido muy bien a la chavalería del instituto de aquí al lado. Más de uno me ha dicho que ha participado en el concurso.
–¿Qué concurso?
–Llévatelo y léete el final, ahí lo entenderás. Seis mil euros. Y déjame que cierre que ya es hora de comer.
–Claro, perdona, Pepe. Cóbrame. No hace falta que me lo envuelvas.
Ya en casa, con los postres, Santiago le preguntó a su hijo si irían chicos y chicas al Camino. «Pues claro», fue la respuesta. «¿Quizá alguna chica especial?», siguió preguntando. Yago no contestó, se sintió incómodo hablando de esas cosas con sus padres, en especial delante de su abuela que le atosigaba a menudo con lo de si tenía novia. Santiago le contó que cuando él tenía su edad y le gustaba alguna chica le escribía notas en clase. Pero secretas, para que no las descubrieran ni el resto de chicos ni los profesores.
–Ahora con los móviles solo hay que saber el teléfono y mandarle un whattsap –repuso Yago.
–Pero imagina que se te estropea o te lo requisan, ¿cómo lo harías?
Ante esa perspectiva Yago se incomodó, pufff, ¿varias horas sin móvil, qué era eso?
Silvana y su madre no entendían, pero les dejaron hablar. Solo que padre e hijo siguieron la conversación en el cuarto de Yago.
–Con un poco de suerte –le susurró Santiago a Silvana durante la cena–, mañana el regalo estrella será el libro que le he comprado.
Yago se despertó más pronto de lo habitual. Bajo el árbol de navidad distinguió varias cajas con papel de colores. Ninguna del tamaño de una videoconsola, meditó decepcionado. Un paquete con su nombre tenía aspecto de libro. Estuvo a punto de no abrirlo con la esperanza de que de este modo pudiera devolverlo al servicio de reclamaciones familiar.
–¿No lo abres? –le preguntó su madre.
–Yo quería una Equis One –se lamentó.
–Si no lo has abierto no sabrás si te gusta o no.
Finalmente rasgó el papel para leer el título: Aventuras matemáticas. Mensajes ocultos en el Camino de Santiago. Constantino Ávila Pardo. Brief editorial.
Santiago apareció sonriente.
–¿Te gusta? No, no me digas que no, porque aún no sabes de qué va ni lo de los seis mil euros. –Al oír aquello, Yago se mostró interesado–. El libro narra el viaje de dos, en realidad, tres personajes más uno misterioso. Van surgiendo enigmas que han de resolver a modo de pistas. Acertijos matemáticos como reza el título. Y al final hay uno sin solución. Mejor dicho, uno que espera ser resuelto a cambio de seis mil euros, Con ese dinero da para un Camino de Santiago estupendo, ¿o no? Y para la equis guan esa, también.
–¿Seis mil pavos? –preguntó Yago. También Silvana, picada por la curiosidad. La abuela llegó sin enterarse de la historia, pero le pareció bien ver a su nieto con un libro entre las manos para variar.
–Si quieres que te ayude, dímelo. Pero vamos a medias, ¿eh?
Tal y como había supuesto, Yago se encerró en su cuarto con el libro. No volvió a preguntar por la consola. Durante días estuvo comentando curiosidades que iba leyendo. Que si la lectura especular de Leonardo da Vinci, que si podía usar nicks con un anagrama y su nombre, que si había usado traslaciones del libro para retar a sus amigos... Pero lo que más agradó a Silvana fue que sus amigos habían decidido comprar el mismo libro y juntarse para resolver el mensaje cifrado del concurso.
–Menudo acierto el del libro, cielo –le susurró a su marido–. Habrá que pensar en ir devolviendo la videoconsola.
–Hasta yo me he sorprendido, aunque no cantemos victoria todavía.
–¿Y eso? No entiendo.
Santiago sacó un ejemplar de Aventuras matemáticas...
–Me he enganchado a esto de los criptogramas. Creo que voy a ganar el premio, lo presiento. Y, alguno de consolación vamos a tener que darle a nuestro hijo.
Ella rio quitándole el libro asegurándole que si lo resolvía la mitad del dinero sería para ella.
Santiago sacó un ejemplar de Aventuras matemáticas...
–Me he enganchado a esto de los criptogramas. Creo que voy a ganar el premio, lo presiento. Y, alguno de consolación vamos a tener que darle a nuestro hijo.
Ella rio quitándole el libro asegurándole que si lo resolvía la mitad del dinero sería para ella.
–Bueno, bueno; eso podemos discutirlo esta noche, Santiago se va a casa de sus amigos y tu madre tiene el sueño... muy pesado.
Podéis consultar acerca del libro pinchando aquí. Y sobre el autor, aquí.
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