En la contraportada de “El libro de los venenos” (Mármara ediciones) se nos recomienda leer este con sosiego y una humeante tisana al lado. Harán bien las y los lectores en eso del sosiego. Pues si el libro tiene un formato casi de bolsillo, entre sus páginas vamos a encontrar detalles harto curiosos y sorprendentes.
Este “El libro de los venenos” tiene su origen en un antiguo texto griego dividido en 69 capítulos dedicados a animales, plantas y principios venenosos junto a posibles –o supuestos– remedios contra ellos. El libro griego se titulaba El libro de los venenos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña, y, aunque atribuido a Dioscórides, padre de la farmacología y médico heleno del siglo I a.d.C., no está clara su auténtica autoría. Sí se sabe que Dioscórides escribió su De Materia Medica. Que se recogía y catalogaban en ella casi 600 plantas y cerca de 40 animales, junto a 90 sustancias minerales, en cinco volúmenes; hete aquí que el sexto es el considerado falso por muchos editores. Este VI volumen podría haberse incorporado posteriormente.
La obra fue traducida al castellano y publicada en 1555 por una de las personales científicas españolas más importantes del s.XVI: el médico segoviano Andrés Laguna. Laguna intercaló interesantes anotaciones que figuran en esta edición enriquecida por Antonio Guzmán Guerra para Mármara ediciones. Justamente, hallamos así el –supuesto– texto de Dioscórides, los comentarios de Andrés Laguna y los de Antonio Guzmán ahondando en un corpus entretenido, ameno y aleccionador. Porque esta novísima edición añade algunos “ecos y reverberaciones” incorporando textos de otros autores clásicos castellanos al hilo de esas plantas, animales y sustancias venenosas. Como muestra un botón para quienes se acerquen con la curiosidad intacta a este “El libro de los venenos”.
Al hablar de la cicuta se menciona –cómo no– a la muerte de Sócrates (pág 48), o de provocar el estornudo como remedio ante el veneno de mandrágora (p. 56); al hablar de los hongos, se menciona el Cuento gastronómico de Emilia Pardo Bazán (p. 74), o un pasaje de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez al hilo de las sanguijuelas (p. 97); en el capítulo sobre la pastinaca marina, se alude a cuando Vicente Blasco Ibáñez la menciona en su novela Mare Nostrum (p. 143), o donde se habla del áspid, además de a Cleopatra, hallaremos un poema de Luís de Góngora (p. 154).
Una deliciosa lectura por su contenido, su formato y las curiosidades que en este “El libro de los venenos” iremos descubriendo al hilo del veneno sin olvidar que no hay cultura ni civilización que no haya conocido el uso de los tósigos bien con fines defensivos frente a ellos bien de forma perversa.
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