Más que agradecido por concederme unos minutos estos días de preparativos y agasajos navideños, le deseo unas felices fiestas desde aquí. También a vosotros, fieles lectores de Maleta de libros. Feliz 2024.
P.: Has publicado este año La ciudad del viejo, una novela que se me antoja dentro de ese estilo propio de reflejar lo más decadente de nuestra modernidad. Creo que de algún modo querías parecerte a tu tocayo, a Ch. Bukowski, al comienzo de tu prolífica carrera literaria. Háblanos de esos temas que tratas aquí y en tus otras novelas.
R.: Yo crecí con las novelas de Bukowski. Fueron de las primeras que me llamaron la atención en mi adolescencia. De hecho, recuerdo que a todos los chicos que más o menos leíamos con asiduidad en el instituto, Bukowski era un referente por su estilo descarnado y cínico, no exento de un humor corrosivo. Ayudaban esas portadas de la editorial Anagrama, muy pintorescas y gráficas para adentrarse en el mundo del alter ego de Charles Bukowski, el inefable Hank Chinaski. En los años 80 quería convertirme en Chinaski. Beber como él, vivir como él, reírme de todo como él. Devoraba toda aquella literatura llamada undeground. Kerouac, Burroughs, etc. Como creo que a muchos, Bukowski me llevó a conocer a John Fante aunque ya fue cuando ya había cumplido los treinta años. La novela negra también ha bebido de ese estilo crudo y sin tapujos. Tanto el realismo sucio como la novela negra muestran el mundo desde una perspectiva, sesgada evidentemente, pero también tremendamente realista. Con el tiempo luché por deshacerme de esa especie de corsé, pero también con el tiempo me cansé de hacerlo.
P.: Hay un suerte de personajes impagables a lo largo de esta historia. Difícil quedarse solo con uno, pero lo intentaré. ¿Qué podemos contarle a los lectores acerca de un jefe de policía tímido, bajo la “apariencia varonil asociada a los vetustos sheriffs del oeste americano”?
R.: He escrito sobre policías bravucones, auténticos machistas y pisoteadores sin tapujos de cualquier derecho. También tremendamente efectivos a la hora de resolver los casos. Quería desviarme un poco de ese tipo de personaje y aunque Ramón Quintero no es lo que se dice un policía completamente legal, es un tipo íntegro a su manera. Tímido o reservado como bien dices y dotado de una convulsa atmósfera interior que le oprime. Sentimientos de culpa, cargos de conciencia, escepticismo al máximo lo retratan como un individuo que ha traspasado algún tipo de límite. Pero ni él sabe cuál.
R.: Es curioso, no es la primera vez que me comentan lo del estilo cinematográfico. Tal vez al trabajar en un cine podría suponerse que me nutro de las historias que pululan en las pantallas pero el caso es que en casa del herrero cuchara de palo. Veo poco cine en la gran pantalla por no decir nada. Pero sí vi mucho en mi juventud, no había semana que no fuera al cine, tal vez me siga quedando ese reflejo y es inevitable que surja en mis textos.
P.: Si comentaba lo de los personajes, el reparto actoral, también destaco las descripciones. Hallamos desde las interiores, de ciudad, a otras en el campo. Coincido con lo que piensa cierto personaje, eso de que “el campo revitaliza, aspiras aire puro y ves las cosas con renovado interés.” Coméntanos aquello de que el paisaje es un estado de ánimo, su importancia a la hora de enmarcar una historia.
R.: El marco es importante para situar al lector no sólo en la ubicación sino en la actitud de los protagonistas. No es lo mismo una ciudad anegada en contaminación que un paisaje pastoril con ovejas y perros labradores. Esta última puede dotar de serenidad al personaje. El humo, los cristales rotos, los cigarrillos extintos ya de por sí te adentran en un clima no muy higiénico y que te prepara ante lo que pueda aparecer.
P.: Sinceramente, no sé cómo encarar esta pregunta a caballo entre la reflexión o el guiño habida cuenta del tiempo que nos conocemos como escritor y lector de tus novelas y relatos. Querría preguntarte por los animales de compañía en La ciudad del viejo. Por Friski, pero sobre todo por el pastor belga malinois. ¿Te animas?
R.: Nunca he tenido un gato naranja como Friski, pero sí he tenido dos gatos. Ahora mismo tan solo una gata, porque mi gato, Bronco, falleció hace escasas fechas. Estuvo 15 años conmigo y creo que él me educó a mí y no al revés. Bronco, pese a que pueda no ser entendido por muchos, lo ha sido todo para mí. Sé que alguna vez escribiré algo que llevará un título similar a "Un gato en el regazo". O parecido. Mi gata también tiene 15 años y vive para que la mime. Eso me parece sumamente inteligente. Hace muchos años tuve un perro mezcla de Pastor belga y Border collie. Se llamaba Max y es el perro que ilustra la portada. Era un perro simpático, jovial y alegre. Y me inspiró en parte para el retrato del pastor belga malinois que sale en la novela.
P.: Lo que hace de la novela negra un género social es su naturalismo, su invitación a la reflexión, no lo truculento, la muerte como justificación narrativa. Lo marido con la escasez de marcas de lugares con nombres propios respecto a dónde ocurre La ciudad del viejo. Puede ser aquí, allí, incluso estos días, salvo porque he leído pesetas en algún pasaje. Te lanzo el órdago de que nos hables de lo invisible en tu novela La ciudad del viejo.
R.: Una historia con la suficiente fuerza en la trama puede llegar a prescindir de un marco temporal. Ciñámonos a la historia, parece decir lo escrito, y dejémonos de elementos extra como móviles, portátiles, WhatsApps, etc que, al verlos en la narración, ya te sitúan en la actualidad y te condicionan aunque uno no lo perciba. No digo que no se deban incluir, pero la historia de por sí debería guiarte como si fuese un taxi. Y en algunos casos una limusina.
P.: Si antes mencioné al padre del realismo sucio, ahora te preguntaré por los nombres de tus personajes. Por dos que me han llamado la atención, bueno, han sido más; aunque puedes sazonarlo con tus lecturas de cabecera. Me refiero a un tal Haruki y a Kenzamburo. ¿Homenaje a dos “monstruos” de la literatura japonesa?
R.: Es así. Me pareció divertido ponerles el nombre de Kezamburo Oe y de Haruki Murakami. Con tan solo el nombre quizás muchos no adivinen tal referencia, pero es sintomático que algunos sí lo veis. Que buscara nombres japoneses me servía de excusa. Necesitaba un nombre japonés: Haruki. Otro:Kezamburo. Y así.
P.: Por último, pongamos las cartas sobre la mesa. En La ciudad del viejo hay amor, amistad y lealtad, pero los lectores de novelas pastelosas a lo Orgullo y prejuicio que esperen sentados. Aquí hay violencia, drogadicción, pederastia y venganza en dosis generosas. El arte ha de provocar, sino no es arte. ¿Hay provocación en este novela, en tu narrativa? ¿Cuál es la línea roja que desde el principio no has querido cruzar en este sentido?
R.: Es una cuestión que no es fácil de responder. No sé si hay arte en la provocación porque cuando escribo no percibo esa sensación de provocación. Me sale como me sale. Es después cuando alguien lo lee cuando me comentan sobre la dureza, maldad o agresividad latente en el texto. Podría responder que me nutro de la vida real pero tampoco lo sé. Creo que es mejor no saberlo, no darle importancia. Encarar lo que escribes hacia adelante y que, aunque la temática pueda ser irredenta, procaz o temeraria, esté bien hecha. El trabajo cumplido. Eso es lo único que persigo.
Carlos Meneses Nebot reside en Palma de Mallorca, trabaja en el cine Sala Augusta y colabora con la prensa escrita en el periódico Última Hora. Es autor de las novelas: Último asalto; Deltoides; Chop suey de pollo (Finalista del Premio Nuevos Narradores Ópera Prima); No te lamentes tanto, Carlitos; El Último trabajo de Germán Cárdenas, Sabor a proteína humana o Adictos al caos, además de los libros de relatos: Vuélate la tapa de los sesos, El sombrero del innombrable, Natalia y otros relatos o El día que murió Amy Winehose.
La ciudad del viejo. Carlos Meneses Nebot Edicions Balèria.
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