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Publicada en Setiembre del 2007, y presentada originalmente en Valencia (España),
“El Santo Cura” es una novela que termina de desbaratar la ya deteriorada
imagen de los sacerdotes católicos en el mundo occidental. Ambientada en el
Perú, constituye una explosiva combinación de homosexualismo y juegos de poder
entre algunos miembros del clero, representantes de la política y figuras del
empresariado.
Su autora, la escritora y periodista peruana Elga
Reátegui, tuvo la gentileza de conversar conmigo y compartir su experiencia
escribiendo el libro:
La
estructura de la novela permite una lectura fluida desde el inicio. ¿Cuál ha
sido tu método para construirla?
Su escritura fue instintiva por sobre todo. Me dejé
llevar por la historia que ya tenía bien definida en mi cabeza hacía tiempo. En
cuanto a la metodología recurrí a lo ha aprendido en las clases de redacción
periodística. Eché mano de las herramientas que son básicas a la hora de contar una noticia o una
historia. Ese decir el qué, quién, cómo, cuándo, dónde, aunque me es difícil no
pensar en el por qué o para qué, pues sigo creyendo que mis historias carecen
de moralejas o enseñanzas. Sin embargo, aspiro a que por lo menos, invite a la
reflexión o pueda sensibilizar de algún modo al lector.
El lenguaje
utilizado en los diálogos, incluyendo los monólogos interiores, en ciertos
pasajes se entremezcla con la narración misma. ¿Lograr la diferencia entre
ambos elementos ha representado un desafío especial al momento de
desarrollarlos?
No, los protagonistas y sus historias me supieron guiar a
la perfección. Solo había que entregarse y escribir; o mejor dicho, dejarse
llevar y disfrutar de la labor. Por otro
lado, considero que no es un libro de
complicada redacción, y si los lectores están lo suficientemente conectados con
su lectura, así como yo lo estuve en el
momento de su creación, les será fácil empatizar con sus personajes y hasta entender sus peculiares dramas
existenciales y sociales. Es cierto, todo es muy dinámico y a veces fluye con extrema rapidez, pero ese
es el mecanismo de nuestra existencia, en el que estás contigo y a la vez
interactuando con otros, y como guionista, directora, espectadora y
coprotagonista, la gran creadora que todo lo que puede: la vida.
Se trata de
una historia controversial. De hecho, me hizo recordar con nitidez a un
sacerdote muy frecuentado y querido por mi familia cuando yo era niño. ¿Está
basada en hechos reales y personajes que tú has conocido de cerca?
Ahora ya lo puedo contar porque quien me inspiró gran
parte la personalidad del protagonista principal, el padre Ignacio, “el Santo Cura”, pasó a
mejor vida hace un par de años y no me había enterado. Sí, fue real, era el
gerente de cooperación internacional de un ministerio en el que laboré, y desde
el primer momento, me llamó la atención su presencia en un organismo del
estado, que obviamente no era su lugar, y el poder que ejercía sobre el
personal e incluso las autoridades de ese momento. El sujeto era astuto, de
inmejorable habla y conocedor de las debilidades humanas, conseguía de ti lo
que le daba la gana, a la buena o a la mala, pero sin perder la clase ni la
compostura. Pero, no puedo afirmar que mi padre Ignacio sea él porque faltaría
a la verdad. Mi “Santo Cura” es el producto de todos los curas que conocí,
traté e incluso, tuvieron algún tipo de amistad conmigo o mi familia. No todos
tuvieron el alma negra, obviamente, pero me ayudaron a construir mi personaje,
a hacerlo más pecador que cualquiera o tal vez, menos hipócrita al momento de
ser él mismo.
Otros
protagonistas del relato sobresalen por su diversidad. Muchos de ellos
provienen de estratos sociales, económicos y culturales diametralmente
opuestos. ¿Cómo has trabajado esa parte del texto para recrearlos?
He tenido de dónde sacar la materia prima de mis
historias. Mis orígenes alimentaron mi imaginación. Procedo de un estrato
social que en mis tiempos de niñez y adolescencia era indefinido. No estaba en
la miseria, pero tampoco me ubicaba en la clase media. Y en el callejón donde
vivía, habitaba la gente más variopinta que te puedas imaginar. Era una galaxia
heterogénea donde se juntaba perro, pericote y gato, y ocurrían sucesos que
lindaban con lo esperpéntico. Podías ver en la mañana a un vecino atando su
cabra al arbolito de la acera antes de salir a trabajar, a otra ‘haciendo la
compra’ pidiéndole prestado a medio mundo papa, pollo o arroz o, una segunda
despidiendo semidesnuda a su ‘cliente’ a
la puerta de su casa. La gente provenía de diversas partes del Perú. Habían dejado
sus provincias para conquistar la capital. La realidad al llegar era dura y se
las ingeniaban para salir adelante. Les costaba adaptarse y modificar sus
formas de comportarse o de vivir. Pese al tiempo transcurrido, muchos se
quedaban igual. Otro aspecto a destacar es que cada quien practicaba su moral.
La de algunos era discutible, pero se ‘toleraba’. Los vecinos cotilleaban por
los rincones y casi enfrente del susodicho, sin embargo, la regla se cumplía,
no armaban pleito si no se perjudicaba a un tercero. Sobre todo cuando se
trataba de robos o asaltos, nunca se chocaba con el barrio. Recuerdo con mucho
cariño a mis vecinos, hubo gente valiosa que punta de chambear de a sol a
sombra, mejoró sus condiciones de vida e hizo de sus hijos gente de provecho.
Otros, espero que los menos, porque no volví a coincidir con ellos, se dejaron
arrastrar por el vicio y la desidia, y están dando vueltas por ahí sin saber
adónde ir.
Por otro lado,
hacer periodismo, ser reportera de calle, me mostró otras realidades que
modificaron mi forma de ver el mundo y asumirlo. Una cosa es ver la noticia
impresa en el diario o verla por televisión, pero otra muy distinta es estar
cerca de sus protagonistas y sentir la magnitud del hecho. Le debo mucho al
periodismo, y hoy por hoy, recurro a parte de mis recuerdos y vivencias a la
hora de armar mis historias.
Elga Reátegui, su autora. |
Como
escritora, ¿qué significa para ti penetrar y explorar el mundo íntimo de la
curia, el poder y los negocios relacionados entre sí?
Sé que es delicado porque al hacerlo sin querer también
chocas con la fe de la gente, y eso es algo que respeto por más mis creencias
vayan por otro lado. Sin embargo, hace rato que he superado el miedo o el temor
a abordar dichos temas o problemáticas. Le he quitado el peso innecesario que
soportaba, y puedo tratarlo como cualquier otro que es igual de conflictivo y
sensible. Los curas no están por encima de nosotros, por tanto, hay que verlos
y tratarlos como cualquier ser humano común y silvestre. No hay nada santo ni
sagrado en ellos, y está demostrado que sus acciones pueden ser más crueles y
ruines que las de cualquier laico.
¿Cuánto
tiempo te tomó escribir la novela? ¿En qué circunstancias lo hiciste?
Fue un embarazo literario.Seis meses con sus días y
noches en las que trabajaba frenéticamente.
Creo que la historia me poseyó y no me dejó tranquila hasta que no le
puse el punto final. Poli, mi esposo,
tuvo mucho que ver en eso. Me alentó a aparcar la poesía, y darle paso a
otro registro. Me dijo algo así como “tú que has vivido tantas cosas en tu
trabajo de prensa, seguro que tienes algo bueno que contar”. Le hice caso. La
rapidez con que abordé el trabajo respondió también a que quería participar en
el Premio Planeta y deseaba que me alcanzara el tiempo para corregir y dejarlo
decente. Me hacía mucha ilusión. Ignoraba que a ese nivel (el del certamen) las
cosas se manejan bajo otros criterios. Pero ese ya es otro tema.
¿Cuáles
consideras que han sido los principales retos y obstáculos que te presentó la
elaboración del texto?
Sin lugar a dudas, el lenguaje y la corrección del texto
en ese sentido. Por estar ambientado en Lima mis personajes debían hablar a la
peruana, distinguiendo sus orígenes (costa, sierra y selva), y si eran de Lima
o pertenecían a otro rango social o cultural. Nosotros, los peruanos, en
nuestro día a día usamos el lenguaje coloquial, varias palabras provenientes
del inglés y mucha jerga, y esta se halla viva: crea, recrea y cambia. Poli,
quien revisaba mi texto en la medida que lo iba escribiendo, fue ‘suavizando’
esos aspectos. Me decía “bájale un
poco”. Le tomé muy cuenta, pues sí él entendía mi manera de comunicar, los
demás españoles, lo iban a hacer también.
Quien no entendió e impuso su criterio en varias partes
de mi texto, fue el corrector de la editorial.
No respetó mi lenguaje, pese a exponerles mis razones. ¿Qué más lógico
que argumentar que un peruano no habla
como un español? Absurdo, ¿no?
En el
momento que fue publicado el libro, ¿cuál fue la acogida que tuvo y cuáles
fueron las reacciones que generó?
Mi público lector fue español en sus inicios. La gente se
portó bien conmigo. Tuve buenas críticas. Les gustaba conocer cómo éramos y nos
comportábamos, y en muchas tertulias me hablaban de aspectos que, yo como
autora, no había reparado. Era lógico y comprensible. Como tenía que ser, le
dieron su particular interpretación y sacaron conclusiones que, en más de una
ocasión, me dejaron con la boca abierta y sin saber qué responder. Me pidieron
una segunda parte y que no lo hiciera caso a Poli, y que incluyera ‘más de esas palabras graciosas’
(jerga). El tema del padre metido en política y corrupto, pasaba a segundo
plano, y eran los personajes del pueblo, con su forma de ser y relacionarse en
medio de la injusticia, los que lograban imponerse y hacerse escuchar, al menos
dentro de la lectura.
Para
los interesados en adquirir el libro, “El Santo Cura” se encuentra disponible
en la plataforma de Amazon: http://www.amazon.es/Santo-Cura-Elga-Re%C3%A1tegui-Zumaeta/dp/8496910245
Por Fernando
Morote
Muchas gracias a Fernando Morote por su interés en mi trabajo literario, y a Ginés Vera por el apoyo de siempre Abrazos a ambos. Elga
ResponderEliminarAgradecido yo de la amistad por una parte y de poder contar con tanto talento periodístico a un lado y otro, gracias Elga, gracias Fernando. Un saludo doble.
EliminarEstupenda entrevista de Fernando Morote y como siempre Elga rescatando al Perú profundo. Un gran abrazo y éxito merecido.
ResponderEliminarPues sí.
ResponderEliminarLa verdad es que son muchísimas las personas qué podrían aportar experiencias a esta temática, pero el reparo, la vergüenza, el miedo a la imagen que se pueda dar, resultan fatal para el conocimiento de la realidad qué, a través de los tiempos, han acompañado a los fieles.
Yo tuve la suerte de tener desde niño una imagen fuerte y clara, que me impidió integrarme junto a mis amigos en organizaciones de captación religiosa, pero que, por contra, me libraron de aquellas presiones a las que mis amigos estaban sometidos, llegando incluso en una muestra de prepotencia al tiempo que de incapacidad dominadora decirme en cierta ocasión, un hermano lego qué dominaba a todo el mundo, "Tú aquí no vuelvas más, porque tú eres el Demonio" y me expulsó.
Por lo visto quien no cedía a sus "Presiones" era el Demonio, y yo lo fui.
Gracias Elga por esta aportación al conocimiento general.
Víctor
Enhorabuena, una entrevista muy currada, muy "chambeada", ¿se dice así?
ResponderEliminarMuchos besos
Gracias por los comentarios que habéis dejado tras leer la revista. Un saludo.
ResponderEliminarSí, recontra chambeada. O sea, ¿manyas, Ricardo Guadalupe? Gracias. Abrazos.
ResponderEliminarSaludos, Víctor Iñúrria.
ResponderEliminarExcelente e interesante entrevista. Un libro muy muy bueno.
ResponderEliminarUna entrevista muy interesante. De nuevo vuelves a presentarme a una autora que no conocía y me dejas con ganas de disfrutar de su libro.
ResponderEliminarBesotes!!!