Entrevisto a José Ovejero en el hotel de costumbre, aunque en un lugar menos ruidoso que otras veces y lo agradezco.
Su novela
La invención del amor ha sido galardonada con el prestigioso premio Alfaguara de novela
2013. Hablamos de la novela, del amor y del miedo, con un paisaje azul desde la ventana.
Es un autor con numerosos premios, entre los que destaca el Primavera de
novela en 2005, o el premio Anagrama de Ensayo 2012. Habitual colaborador en prensa y conferenciante, ha
dirigido talleres de escritura en diferentes universidades e instituciones
culturales.
Aquí os dejo esta entrevista a la espera de vuestros comentarios.
¿El paisaje es un estado de ánimo?, lo comento por la portada de La
invención del amor y ese Madrid como personaje de la novela.
Si, es un personaje importante en la
novela, el Madrid de ahora mismo, por eso cuando me dicen: ¿es una novela
generacional? digo que no, no es una novela generacional; no tiene que ver con
la generación de gente de cuarenta años, como el protagonista, sino que es una
novela de una historia con un entorno de la España de ahora. Podría haber sido en
Barcelona, Valencia o Madrid, yo conozco mejor Madrid. Ese estado de ánimo al
que te refieres destiñe, uno no es un absolutamente independiente; mis
personajes viven en un momento dado y ese momento dado está ahí, y es el trasfondo
emocional de la novela, ese encanto de futuro, de desconfianza, de esperar de
que no pase nada, por si pasa algo y va a ser malo. Es un poco la sensación que
yo creo que hay ahora en España, que no me pase nada, esa es la situación.
La portada con esos tonos violetas, con esa descripción, la raya sobre el
horizonte.
Como una especie de melancolía de
fondo. Además, yo soy muy pesado con las portadas, con dar mucho la lata, y
rechazo la mayoría de las que me proponen hasta que encuentro una con la que me
identifico.
No me atrevo a calificar la historia como un triangulo emocional más que un
triángulo sentimental, prefiero que lo haga el autor.
Es un triangulo, pero aquí es
complicado ya que uno de los lados del triangulo no está y esa es una de las
cosas interesantes de la novela, que falta algo, que estamos narrando alrededor
de un vacio, uno de los retos también literarios que me propuse: cómo consigo
contar una historia de amor con un personaje que nunca va a aparecer en la
novela, que nunca va a entablar esa relación; así que es la construcción del
amor alrededor de un vacio y, por tanto, la construcción del amor con las
protecciones de uno mismo que uno lo hace siempre cuando se enamora, de todas formas,
pero llevado un poco más lejos.
Una característica de Samuel que me pareció curiosa, bajo el prisma de José
Manuel, es esa frase que le dice: ‘Tú de todas maneras tienen un cerebro
rumiante’.
Sí, yo diría que es alguien que vive
poco y piensa mucho, que es alguien que le da muchas vueltas a las cosas, que
se queda un poco en esa vida dentro de sí mismo, ¿no? y quizá lo que cambia en
él, precisamente, es eso, que de pronto empieza a interactuar con el mundo de
una manera que no está del todo habituado, a implicarse, a pasar de la ficción
a lo real y, por tanto, de pasar de la representación, del pensar de todo eso a
hacer cosas, cosas inesperadas que a él mismo le sorprenden, y descubre algo muy
bonito que es el vértigo: el vértigo cuando vas a hacer algo arriesgado, el
momento previo a hacerlo que es cuando él se siente de verdad vivo.
Haber obtenido el premio Alfaguara de novela 2013 es, en cierto modo, una
responsabilidad más que un reconocimiento ante el jurado?
No, yo no me siento más responsable ahora
que antes. Con cada libro que he publicado me he sentido responsable de ese
libro, pienso que tengo que hacer todo lo que pueda para que ese libro sea lo
mejor posible, no solo ya por respeto al lector, también a mí mismo; yo tengo
que hacer eso que a mí me satisfaga, no puedo dar una historieta entretenida
para salir del paso. No creo que la responsabilidad aumente, a lo mejor te lo
digo cuando vaya a empezar el próximo libro, que vaya con mayor carga, pero
creo que no.
«Superados los cuarenta rumiamos nuestras vidas moderadamente satisfechos
haciendo la digestión de nuestros sueños».
Eso dice Samuel, con el que a veces estoy
de acuerdo, otras no; pero creo que sí, que a menudo. A unos les toca a los cuarenta,
a otros antes, a otros después, pero llega un momento en el que si mira lo que
ha hecho, lo que es, dónde está, y dónde él había soñado que estaría, qué es lo
que había soñado que haría y, a menudo, esa es la famosa crisis de los cuarenta.
Lo que hace es no cambiar nada, no atreverse a intentar realizar alguno de esos
sueños sino a aferrase a sus seguridades.
«Lo que no tiene miedo se extingue estúpidamente, el miedo nos protege y
nos salva».
Sí, yo siempre he pensado eso, he
pensado que es uno de esos instintos útiles que tenemos y que cuando se critica
a alguien por tener miedo, en el fondo, es una estupidez. El miedo excesivo
puede paralizarte, pero el miedo es una señal de alarma, de que hay un peligro,
y si no reconoces los peligros te extingues. El miedo está ahí, la evolución ha
tenido la sabiduría, si podemos hablar en estos términos, de introducir en
nosotros el miedo, porque si no comeríamos cualquier cosa, haríamos cualquier
cosa; el miedo, en el fondo, es un reconocimiento a nuestras limitaciones, y
eso siempre es útil.
«Leemos una novela para añadir historias a nuestra vida».
Yo creo que no, yo creo que ahí
Samuel se equivoca. Leemos novelas porque creo que mediante la ficción lo que
conseguimos es ir a un lugar que no existe pero que nos pone en contacto no
otras vidas, sino con nuestra propia vida, y eso es lo interesante. Esas novela
que dicen para escapar de la realidad hacen lo que dice Samuel, esas no son las
interesantes. La realidad no hay que escapar de ella, hay que enfrentarse a
ella, para eso sirve la buena ficción; yo soy muy optimista.
«El enemigo de la felicidad no es el dolor, sino el miedo».
A pesar de la necesidad del miedo,
como decía, el miedo excesivo nos paraliza; entonces, el miedo a sufrir hace
que no nos atrevamos a realizar actos que también podrían hacernos felices, lo
que te decía antes de la famosa crisis de los cuarenta. Puedo perder mi
seguridad, puedo perder esta comodidad, puedo perder; entonces, ese miedo a perder nos impide jugar
y ganar. No sé si me explico: si no arriesgas no ganas, te quedas ahí, un poco
como está Samuel al principio de la novela, en esa moderada satisfacción.
La felicidad, ¿es la ausencia del miedo?
No estoy de acuerdo con eso por lo
que te digo. Creo que el miedo es útil, el problema es el miedo excesivo, yo
creo que el miedo nos ayuda también a conseguir la felicidad, en ese sentido
que nos señala nuestras limitaciones y nos impide hacer cosas que el fondeo
nunca podrían servirnos.
«Las cosas hay que concluirlas darles una forma definitiva».
Bueno, eso no lo digo yo, lo dice la
teoría Gestalt, que el ser humano tiende a completar las formas. Tendemos a
cerrarlo todo; si ves en alguien unos trazos que se asemejan a una cara, aunque
no esté completa vemos una cara. En nuestra vida lo mismo, tenemos que cerrar
las cosas, darnos cuenta o proyectar un poco lo que no está para poder verlo. Bueno,
pues en el momento en el que le dan un buen consejo a Samuel, el de no dejar
las cosas colgando sin una solución mínimamente satisfactoria.
Muchas gracias y mucha suerte, José.
Por Ginés J. Vera.
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