Mi primera impresión al comenzar este Diario de Golondrina no fue buena, me costó engancharme. Le di una segunda oportunidad cosa que irónicamente desaconsejo a mis amistades con sus lecturas ariscas. Hice bien, Nothomb volvió a desplegarse como me tiene acostumbrado con un personaje narrador que evoluciona desde la castración emocional a la hiperestesia… Entre los guiños morales y las reflexiones filosóficas –“La grasa del cerebro inventó el mal”, “Resulta difícil liberarse de lo que uno ha confundido con liberación” – está la historia del protagonista destilando ironía con banda sonora incluida: Radiohead. Hay una justicia poética en los nombres que Nothomb utiliza para denominar a objetos y personas, y la hay en Golondrina, en las golondrinas de esta novela de cien páginas.
Para los que gusten de saber el argumento diré que el narrador protagonista toma una decisión sentimental que le lleva a trabajar de asesino a sueldo. En un principio todos los clientes tienen algo en común hasta un día en el que la justicia poética que ya comenté le sale al paso. Dos evocaciones vienen a mí tras cerrar sus páginas: una novela suya posterior, Viaje de invierno, y una imagen si no recuerdo mal de Marat en una bañera.
Por Ginés Vera.
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