William S. Burroughs fue adicto a las drogas durante quince años. Durante ese tiempo escribió sus delirios en diferentes notas, aunque luego no recordara haberlo hecho. El almuerzo desnudo es el título con el que se publicaron esas notas. El título fue idea de Jack Kerouac, autor de la magistral novela En el camino y culpable por ese motivo de que yo buscase leer a Burroughs, a quien por pertenecer también a la Generación Beat le presuponía un estilo o calidad parecidas. Nada más lejos de la realidad.
Y eso que la revista Time incluyó El almuerzo desnudo en su lista de las cien mejores novelas en inglés de 1923 a 2005. Algo inexplicable, a no ser que los redactores de Time confeccionaran la lista bajo los efectos de las mismas drogas con las que Burroughs escribió su libro. El almuerzo desnudo debió llamarse El vómito sin almuerzo, puesto que no hay sustancia ni tropezones, sólo odio.
Burroughs da rienda suelta a su sadismo, rebasa el límite de lo escabroso, se pasa de la raya. Quiere ser gracioso y se convierte en un gracioso. Las bromas de mal gusto se suceden, todo el libro es una broma de mal gusto. No es de extrañar que en la vida real matara a su mujer de un tiro en la cabeza jugando a ser Guillermo Tell. Me imagino que éstas fueron las razones de peso, su escritura y su vida, por las cuales fue investido miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 1984. Esto último también es real, sorprendente y pavorosamente real.
Veamos, El almuerzo desnudo sí puede ser interesante para aquél que quiera documentarse acerca de la variedad de drogas que se consumían por entonces y sobre las que Burroughs demuestra un gran conocimiento. De veras, por momentos el libro recuerda a un tratado médico, debe ser que de algo le sirvieron sus estudios inacabados de medicina.
Y supongo que en aquellos años alguien querría ver en su estilo deslavazado una prosa poética de vanguardia, a veces se llama así a lo que no hay por dónde coger. Burroughs se vanagloriaba de considerar al lenguaje un virus, no le hacía falta jurarlo, a juzgar por El almuerzo desnudo. Aunque un par de frases sueltas se salvan, todo hay que decirlo, por ejemplo esta: “Los días se deslizaban, amarrados a una jeringuilla con un largo hilo de sangre”.
En mi opinión el éxito de este libro no radica en lo literario sino en su contribución a la liberación del colectivo homosexual, no en vano el sexo homosexual explícito está muy presente. El propio Burroughs era homosexual, sabía de lo que hablaba. Y escribió el libro en Marruecos, adonde fue porque, como su amigo y amante Allen Ginsberg dijo, “podía fumar con tranquilidad todo tipo de yerbas, encontrar muchachos de todas las nacionalidades, hacerlos sus amantes y escribir en libertad”.
Lástima que su humor fuera tan negro como los agujeros de los que tanto le gustaba hablar. El libro llegó a ser prohibido por las cortes de Boston debido a los actos de pedofilia y asesinato que planteaba. Aunque, quién sabe, seguramente este hecho lo hizo más atractivo para la opinión pública.
No me cabe duda de que Burroughs proyectó en los personajes sus fantasías sexuales, y apostaría a que eso le excitaba y mucho. En cuanto a los lectores, él siempre dijo que quería que sus textos fluyeran, de lo que no avisó es de que eran puras eyaculaciones.
Por lo demás, habla de diferentes personajes que conoció en el mundo de la droga. Salta de uno a otro. En fin, se lee rápido, por lo insustancial.
En resumidas cuentas, y a modo de conclusión: una pérdida de tiempo.
por Ricardo Guadalupe.
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